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.Tenemos los restos de esa nave en nuestra posesión.—¿Una nave invisible? Jamás había oído nada semejante.—Pero existe.Tenemos el prototipo, el único de su especie.Por suerte, los Harkonnen sufrieron problemas técnicos, lo cual contribuyó a su… caída… cerca de nuestra Escuela Materna.También hemos comprobado que los Harkonnen son incapaces de fabricar otra nave igual.El Mentat la estudió.—¿Habéis analizado la tecnología?—La naturaleza de lo que hemos descubierto no puede ser revelada.Un arma tan temible podría causar estragos en el Imperio.Leto lanzó una breve carcajada, satisfecho de haber obtenido por fin una respuesta a la pregunta que le atormentaba desde hacía quince años.—Thufir, entregaremos esta información al Landsraad, y limpiaremos mi nombre de una vez por todas.Reverenda madre, proporcionadnos todas vuestras pruebas y documentación…Mohiam negó con la cabeza.—Eso no forma parte de nuestro trato.La tempestad se ha calmado, duque Leto.Vuestro Juicio por Decomiso ha terminado, y habéis sido exonerado de los cargos.—Pero no del todo.Algunas Grandes Casas todavía sospechan que estuve implicado.Podríais presentar pruebas concluyentes de mi inocencia.—¿Tanto significa eso para vos, duque Leto? —Mohiam enarcó las cejas—.Quizá podríais encontrar una manera más eficaz de solucionar ese problema.La Hermandad no apoyará tal empeño sólo para gratificar vuestro orgullo o salvar vuestra conciencia.Leto se sintió indefenso y muy joven ante la intensa mirada de Mohiam.—¿Cómo podéis facilitarme semejante información y esperar que no la aproveche? Si no tengo pruebas de lo que decís, vuestra información no sirve de nada.Mohiam frunció el entrecejo y sus ojos oscuros destellaron.—Por favor, duque Leto.¿Es que la Casa Atreides sólo está interesada en adornos y documentos? Pensé que valoraríais la verdad por ella misma.Os he dado la verdad.—Eso decís vos —contestó con frialdad Hawat.—El líder sabio comprende la paciencia.—Lista para marchar, Mohiam señaló a sus compañeras—.Un día descubriréis la mejor forma de utilizar esta información.Pero animaos.Tan sólo comprender que lo que ocurrió de verdad en aquel Crucero debería ser muy valioso para vos, duque Leto Atreides.Hawat estuvo a punto de protestar, pero Leto levantó una mano.—Ella tiene razón, Thufir.Esas respuestas son muy valiosas para mí.—Miró a la chica de pelo rojizo—.Jessica puede quedarse aquí.49El hombre que se rinde a la adicción a la adrenalina se revuelve contra toda la humanidad.Se revuelve contra sí mismo.Huye de los problemas solucionables de la vida y admite una derrota que sus propias acciones violentas ayudan a crear.CAMMAR PILRU, embajador ixiano en el exilio, Tratado sobre la caída de gobiernos injustosEl cargamento secreto de explosivos llegó intacto por mediación de cuadrillas de reparto extraplanetarias sobornadas, oculto entre cajones, entregado en un muelle de carga concreto de las aberturas de la caverna situada en los riscos del cañón del puerto de entrada.C’tair, que trabajaba con los descargadores, localizó las sutiles marcas y desvió el contenedor de aspecto inofensivo, como había hecho tantas veces.No obstante, cuando descubrió los discos explosivos, empaquetados con minuciosidad, se quedó atónito.¡Debía de haber mil! Aparte de las instrucciones de uso de los presuntos elementos, no había mensaje, ni siquiera en clave, y ninguna fuente de información, pero de todos modos C’tair sabía la identidad del remitente.El príncipe Rhombur nunca había enviado tanto material.C’tair sintió renovadas esperanzas, así como el peso de una tremenda responsabilidad.Sólo quedaban unos pocos rebeldes independientes, pero no confiaban en nadie.C’tair se comportaba de la misma forma.Aparte de Miral Alechem, se sentía solo en esta lucha, aunque Rhombur y los tleilaxu pensaban al parecer que existía una resistencia mucho más numerosa y organizada.Aquellos explosivos les darían la razón.Durante su juventud, el príncipe Rhombur Vernius había sido un chico regordete.C’tair le recordaba como una especie de bufón bondadoso, que dedicaba más tiempo a recoger especímenes geológicos que a aprender el arte de gobernar o los procesos industriales ixianos.Por lo visto, para él siempre había tiempo.Pero todo había cambiado con la llegada de los tleilaxu.Todo.Aun en el exilio, Rhombur todavía conservaba códigos de paso y contactos con la administración de embarques, gracias a la cual entraban los materiales en bruto en la ciudad-fábrica.Había conseguido entrar de tapadillo suministros vitales, y ahora los discos explosivos.C’tair juró que cada uno sería utilizado.Ahora, su principal preocupación era esconder los materiales de demolición antes de que los perezosos suboides ixianos descubrieran el verdadero contenido del paquete.Vestido con el uniforme robado a un obrero de nivel superior, transportó el cargamento de explosivos a la ciudad estalactita en un carro antigravitatorio, junto con otras entregas.No corrió hacia su escondrijo.Siempre mantenía una expresión vacua y pasiva, sin trabar conversación, sin apenas responder a los comentarios o insultos de los Amos tleilaxu.Cuando llegó por fin al nivel correcto y entró en su cubículo, protegido por sensores, a través de la entrada camuflada, C’tair amontonó los discos, negros y de textura rugosa, y después se tendió en su catre, con la respiración acelerada.Aquel sería su primer gran golpe en años.Cerró los ojos.Momentos después oyó un clic en la puerta, pasos y crujidos.No se movió ni miró porque los sonidos le eran familiares, un ápice de consuelo para él en un mundo despiadado.Percibió el tenue y dulce perfume de la joven.Hacía meses que vivía con Miral Alechem.Se habían aferrado a su mutua compañía después de hacer el amor en un túnel a oscuras, apresurados y nerviosos, mientras se escondían de una patrulla Sardaukar.Durante sus años de patriota ixiano, C’tair se había resistido al impulso de entablar relaciones personales, contacto íntimo con otros seres humanos.Era demasiado peligroso, demasiado perturbador.Pero Miral compartía los mismos objetivos y necesidades.Y era tan bonita…Oyó que dejaba algo en el suelo con un leve golpe.Le besó en la mejilla [ Pobierz całość w formacie PDF ]