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.No se encuentra todavÃa en el primer escalafón, cierto, pero ya tiene un pie en él, y eso es lo bueno.Las progresiones, la aritmética, la geometrÃa, o la simple fÃsica pueden hacerse muy largas, y en lo que al emocionalmente agotado Horatio Hanson concernÃa, el primer escalafón de aquella particular secuencia en concreto hubiera parecido un lugar eterno de no ser porque los tañidos de su corazón le empujaban a creer lo contrario.Jack habÃa pedido al cochero hacer un alto en el Hind, donde pudieron comer un poco, antes de acomodarse en dos sillas de posta que partÃan del lugar con los baúles y las mantas, dispuestas a completar la última manga hasta Woolcombe.Para Horatio habÃa sido un viaje agotador, antes de emprenderlo, durante y después, momento en que fue presentado a la familia del capitán y a un numeroso conjunto de miembros que habrÃan de convertirse en sus futuros compañeros de rancho.Algunos de ellos, como el piloto, eran muy veteranos, y otros pertenecÃan a la camareta, como él.Luego llegó la cena y el desafÃo de aquellos largos pasillos desconocidos, el enorme y extraño dormitorio, y las dudas de si podrÃa utilizar el orinal.Pero qué maravillas puede obrar una larga noche de descanso.Por no mencionar un abundante desayuno en compañÃa de miembros de la Armada, ninguno de los cuales se portó mal con él; incluso se mostraron simpáticos.La soltura y la tranquila autoridad de las hijas del capitán, asà como el desenfado con el que el joven George iba y venÃa del aparador, sirviéndose una improbable cantidad de cosas, le impresionaron mucho, pero no tanto como el relato jugada a jugada hecho por el señor Whewell, de cómo el equipo de la casa habÃa ganado al del pueblo (a pesar del párroco) por dieciocho carreras.Sin embargo, este satisfactorio relato se vio aplazado por la llegada de Harding y de sus palabras: «A flote, señor, a flote», que de inmediato fueron interpretadas por el capitán Aubrey y por todos los oficiales como que el señor Seppings habÃa terminado su obra de arte bastante antes del tiempo estipulado, y que la fragata estaba a punto de echarse a la mar, con las machinas de arbolar dispuestas a reponer los palos, y el contramaestre preparado para aparejarla.Aquellas palabras imbuyeron una extraordinaria energÃa a los marineros, y una tristeza en Sophie que ésta supo contener, y que los niños contuvieron con menos convicción, muy al contrario que Brigid, a quien tuvieron que sacar de la estancia.Todo ello perturbó a los hombres, aunque no interrumpió sus rápidos preparativos, sus coordinados preparativos.Algunos, más por instinto que por organización, se dirigieron a sus puestos con toda la rapidez de que fueron capaces los caballos veloces, los vehÃculos o las piernas.Otros, los mejor equipados, se dirigieron a Portsmouth para preparar a las, por lo general, lentas mentes del lugar, para que dispusieran los pertrechos, la pólvora, la bala, el cerdo y la ternera en salazón, la cerveza, la galleta, el ron, la necesaria agua, las millas de cabuyerÃa, asà como las millas cuadradas de lona, los pertrechos del carpintero, los del contramaestre… Todos los innumerables objetos que incluso un modesto barco de guerra necesitaba para una travesÃa de tal envergadura, como el purgante de ruibarbo, que ocupaba un total de siete toneles.CAPÃTULO 4Al dar las cuatro campanadas de la guardia de alba, el capitán Aubrey, cubierto con una casaca de loneta, con el pelo largo y rubio destrenzado ondeando sobre la aleta de babor de la fragata, subió a cubierta, observó el cielo gris y cubierto de lluvia, vio una elevada ola romper sobre la amura de estribor, esquivó al menos parte del agua que llegó rauda por el pasadizo del combés, y dijo:—Buenos dÃas, señor Somers.DirÃa que hoy podremos prescindir de la ceremonia de baldear las cubiertas.Está visto que los cielos se encargarán de hacerlo por nosotros.—Buenos dÃas, señor —saludó el segundo teniente—.SÃ, señor.—Y proyectando su potente vozarrón a proa, ordenó—: A estibar los lampazos.Al volverse, Jack vio una delgada y sonriente figura que le saludaba.—Vaya, señor Hanson, ¿cómo está usted? Cúbrase, haga el favor.¿Se ha recuperado?—SÃ, señor.Gracias, ya me encuentro bien.—Me alegra oÃr eso.Creo que pasamos por la peor parte de esta tormenta.¿Ve clarear el cielo a dos cuartas por la amura de estribor? Si se encuentra usted bien antes de las divisiones, quizás podamos intentar trepar al tope de mesana.—Oh, sÃ, señor, si es tan amable, Jack, que con la ayuda de una toalla se habÃa secado bastante, volvió al coy que aún conservaba el calor y se tumbó con comodidad, acunado por el golpeteo regular y el barrido de toneladas de agua que rompÃan contra la amura de estribor
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