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.Volvió al prado y se dirigió a su periferia, unas cuantas flores silvestres crecÃan entre las rocas que bordeaban la planicie de hierba y habÃa también unos cuantos árboles.A lo lejos se veÃan montañas cubiertas de bosques y Antonine empezó a preguntarse si más que un calvero no era un bolsillo de Penumbra en el sur de las Apalaches.Pero no era algo que le preocupara demasiado asà que desenrolló la manta y se echó en el suelo.Se quedó dormido muy pronto aunque incluso en las etapas más profundas del sueño tenÃa alerta todos los sentidos para despertar a la primera señal de peligro.Despertó horas más tarde, el sol invisible ya se habÃa ocultado tras las montañas y se elevaba una neblina que envolvÃa a los gigantes precámbricos en un manto gris.Antonine se incorporó y escuchó en busca de alguna señal de espÃritus.Oyó unos pájaros piar en la distancia, aparte de eso, el silencio era completo.Abrió la mochila y sacó una botella metálica de agua vacÃa, estaba adornada con glifos y sellada con un antiguo trozo de cuero.La sujetó con las dos manos y pareció rezar ante ella, concentrando su voluntad para despertar al espÃritu que moraba en el interior.El diminuto ser se desplegó allà dentro y se convirtió en un remolino dentro de los confines de la botella, creciendo para llenarla hasta el borde de agua fresca y pura.Antonine le dio las gracias y bebió del fetiche, el espÃritu se quedó quieto de nuevo pero el agua no desapareció.Antonine selló la botella con el trozo de cuero y la volvió a meter en la mochila.Luego sacó una bolsa de carne seca y masticó unos cuantos pedazos mientras miraba como se mecÃan las flores en la brisa que subÃa del cañón.Una vez satisfecho, dobló la bolsa y la guardó otra vez en la mochila.Luego se levantó e hizo lo mismo con la manta atando las correas de cuero a la parte inferior de la mochila.Ya era de noche, se echó la mochila al hombro, volvió a la sombra de la roca por la que habÃa entrado y dejó el calvero para entrar una vez más en la senda lunar.Se miró la mano, ya no brillaba asà que ahora iba a tener que fiarse de la senda y de su experiencia en viajes por la Umbra.No tenÃa ni idea de a donde llevaba aquella senda pero estaba seguro de que era a algún lugar importante para la visión de Quimera.A la luz de los últimos acontecimientos no tenÃa más elección que seguirla, era la única pista que tenÃa.Siguió andando hasta la hora del Cénit Lunar antes de pararse en la senda para mascar más carne seca y beber más agua.Si fuera necesario podÃa pasarse dÃas sin ningún alimento.Un espÃritu de la montaña le habÃa enseñado el truco de privarse de las necesidades corporales y subsistir durante un tiempo gracias únicamente al puro propósito de continuar, pero no iba a funcionar para siempre, al final iba a necesitar más comida.No le apetecÃa recurrir a ese saber hasta que se le terminaran las provisiones y disminuyera toda esperanza de reponerlas.Continuó caminando.La región por la que caminaba ahora se hizo menos densa, habÃa menos sub-reinos que salieran de la senda.Y los espacios que habÃa entre ellos tenÃan un aspecto lóbrego, como si no los habitaran siquiera los gaflinos o los yaglinos.No estaba seguro de dónde estaba, no le resultaba nada conocido, jamás habÃa oÃdo hablar de un sitio asÃ.Supuso que se encontraba en alguna parte abandonada de la Umbra Profunda por la que no viajaba nadie y de la que habÃan desertado sus espÃritus residentes.¿Pero por qué? ¿Qué les habÃa obligado a marcharse?Al poco rato empezó a notar que a lo lejos se veÃan las hebras viejas, secas y quebradizas de telarañas.Secuaces de la Tejedora.Este lugar habÃa sido dominado o habitado por los espÃritus de la Tejedora, pero las telarañas eran tan frágiles y estaban tan destrozadas que tuvo que ser mucho tiempo antes.Antonine se paró en la senda y cambió a la forma mucho más grande de Glabro, olisqueó el aire pero no halló ningún olor de la corrupción del Wyrm.El lugar estaba verdaderamente vacÃo y abandonado y no habÃan sido las criaturas del Wyrm las que habÃan echado a los habitantes.El misterio de aquel lugar fascinaba e inquietaba a la vez a Antonine.No era ningún Theurge y aunque pasaba mucho tiempo aprendiendo de otros cosas sobre la Umbra y los espÃritus, estos no habÃa sido el centro de atención de su preparación durante todos aquellos años.No sabÃa lo suficiente de geografÃa de la Umbra para identificar el lugar o su posible aparición en alguna leyenda.Sin más pistas para continuar, Antonine siguió su camino buscando el final de la senda.La luna estaba otra vez a punto de ponerse y la senda empezaba a oscurecerse cuando el camino terminó al borde de un reino.Pero no era ningún calvero ya que no se filtraba ninguna señal u olor de la naturaleza interior.Si acaso se parecÃa a un acantilado ciclópico construido con bloques tallados de modo uniforme, todos ellos cuidadosamente encajados entre sà para formar un muro inmenso cuyo borde llegaba mucho más allá de la vista de Antonine.Lo contempló atentamente en la oscuridad creciente y vio tallas y jeroglÃficos pero fue incapaz de distinguir las formas o los significados.Con la luz desvaneciéndose muy rápido y la senda ya casi invisible, no tenÃa más elección que entrar en aquel reino desconocido.Todo aquello emitÃa una sensación de vasta antigüedad.Antonine se paró en una enorme cueva construida con los mismos bloques.AquÃ, sin embargo, unos pilares redondos alineados en dos filas se extendÃan hasta el infinito delante de él; ahora veÃa las tallas, trabajadas en espirales desde la parte inferior de las columnas hasta la parte superior, que contaban narraciones lineales por medio de imágenes
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