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.—¿Qué más tienes?—Nada más.—Muéstrame las manos.Levantó las manos y le enseñó los dedos.No llevaba anillos.—Y los bolsillos.Le dio la vuelta a los bolsillos, sacó un pañuelo mojado, un paquete de cigarrillos pringosos y una caja de cerillas.—Desabróchate los pantalones.—¿Para qué?—Para que pueda ver.Quiero ver si llevas cinturón para el dinero.Se bajó los pantalones y los calzoncillos y los tres hombres se le acercaron para comprobar si llevaba dinero alrededor de la cintura.Permanecieron muy cerca de él mientras les enseñaba que no tenÃa nada.Y mientras se subÃa la cremallera del pantalón, se le acercaron más y supo que querÃan eliminarlo.Quieren asegurarse de que no acudiré a la policÃa para dar sus descripciones —pensó—.En parte es eso, y en parte es por malicia.La idea general es que los turistas no les caen demasiado bien.Y supongo que ésa es la conclusión.Es lo fundamental.Son guerreros y están ante el enemigo.En cierta forma están haciendo justicia.Estos equilibran la ecuación.Los han pateado tanto que cuando tienen la oportunidad de devolver las patadas, le sacan el máximo de provecho.No puedo culparlos.No lo sabÃa, pero les estaba sonriendo.Era una sonrisa blanda, en cierto modo triste; tenÃa la cabeza ladeada de un modo quejumbroso y con los ojos les decÃa: No siento lástima por mà mismo.Lo que me da pena es el hermano de Winnie.El punzón para picar hielo apuntaba al estómago de Bevan, pero la mano que lo sujetaba tembló ligeramente; el jamaicano dio un paso atrás e, indeciso, frunció el ceño a los demás, que también retrocedÃan y bajaban sus cuchillos.Entonces, los tres abrieron las bocas para decir algo, pero no pudieron.Bevan permaneció inmóvil; la luz de la luna brillaba en el rostro, bañándole la sonrisa esbozada inconscientemente.El que llevaba el punzón para el hielo dijo:—¿Por qué nos miras asÃ?Bevan no contestó.No sabÃa a qué se referÃa aquel hombre.—Como si no tuvieras miedo —dijo el jamaicano—.Como si fuéramos amigos.Bevan asintió lentamente.—Pero si te matamos…—Seguiréis siendo mis amigos.—No entiendo —dijo el jamaicano.Ya no aferraba el punzón con tanta fuerza.—Yo entiendo —dijo uno de los otros—.Sé lo que trata de hacer este tÃo.Trata de hacerse el listo.—No estoy de acuerdo —dijo el del punzón—.Creo que habla en serio.Creo que este hombre lo dice con esto —y con la mano se golpeó el pecho.—¿Qué hacemos entonces?—Lo dejamos marchar.—¿Para que vaya a…?—Lo dejamos marchar.—El del punzón habló en voz muy baja—.No puedo matar a un hombre que me mira asÃ.Se alejó e hizo señas a los otros para que lo siguieran.Titubearon unos instantes y volvió a hacerles señas y les dijo: «Vamos, venga», como si tuviera prisa por marcharse, antes de que cambiara de opinión.Los otros dos lo siguieron y los tres hombres se alejaron de Bevan, que se quedó sacudiendo lentamente la cabeza porque no podÃa creer lo que veÃa.Pero allá van —se dijo—.Y no porque los hayas asustado o hayas sido más listo que ellos.No intentabas pasarte de listo.¿Qué ha sido entonces? ¿Qué diablos ha sido?Sea lo que sea, ha funcionado.De modo que en marcha otra vez; te faltan dos manzanas para Morgan’s Alley, luego habrá que girar a la derecha y… Cuánto me gustarÃa saber cómo he salido de ese enredo.El hombre ha dicho que era por la forma de mirarle.¿Qué habrá querido decir? ¿Qué ha leÃdo en tu cara? Me parece que esto se está poniendo demasiado mÃstico y será mejor que volvamos al terreno práctico y demos por concluido el asunto.Basta ya y continuemos con las actividades sociales de la noche.¿Pero qué pasa? ¿Qué les ocurre a tus piernas? Estás caminando más derecho.Y más deprisa.En realidad no andaba muy deprisa.Aunque bastante más que antes.Se movÃa sin pausa, en lÃnea recta por el asfalto de la calle Barry, iluminado por la luna; llegó a la última intersección, y giró a la derecha y enfiló hacia el Morgan’s Alley
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