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.Una vez, la mujer dijo algo, no una palabra sino un sonido suave, un sonido de arrullo, que no iba dirigido a Lori sino al animal muriente.A unos cuatro o cinco metros de la puerta del mausoleo, Lori se atrevió a mirar.La mujer del umbral no podÃa esperar más.Salió de su refugio y sus brazos se desnudaron cuando la tela que la cubrÃa cayó hacia atrás y su piel quedó expuesta a la luz del sol.Pero fue sólo un instante.Mientras sus dedos intentaban liberar a Lori de su carga se oscurecieron e hincharon como si se le hubieran magullado instantáneamente.La doliente dio un grito de dolor y casi cayó en la tumba mientras retiraba los brazos, pero no antes de que la piel se le abriera, cayéndole de los dedos motas de polvo amarillento, como polen, bajo la luz del sol, y depositándose en el suelo.Segundos después; Lori estaba en el umbral y al atravesarlo entró en la oscuridad protectora.La habitación era apenas más que una antecámara.Dos puertas conducÃan respectivamente a una capilla y a una cripta bajo tierra.La mujer de luto estaba de pie ante esta segunda puerta, que estaba abierta, lo más lejos posible de la hiriente luz.Con la prisa, se le habÃa caÃdo el velo.Su rostro era huesudo, delgado y demacrado, lo que prestaba a sus ojos una fuerza especial.Incluso en la esquina más oscura de la habitación, aquellos ojos captaban un reflejo de la luz de la puerta abierta, de modo que parecÃan brillar.Lori no sentÃa ningún miedo.Era la otra mujer la que temblaba tocándose sus manos heridas por el sol y su mirada iba del rostro perplejo de Lori al animal.—Me temo que está muerto —dijo Lori, ignorando el mal que afligÃa a aquella mujer, pero reconociendo el mismo pesar que ella misma habÃa sentido hacÃa poco.—No —dijo la mujer con serena convicción—.Ella no puede morir.Sus palabras no eran una súplica, sino una constatación, pero la inmovilidad que habÃa en los brazos de Lori parecÃa contradecir aquella certeza.Si la criatura no estaba muerta ya, sin duda le faltaba poco.—¿Quiere traérmela? —preguntó la mujer.Lori dudó.Pese a que el peso de aquel cuerpo le dolÃa en los brazos y ella querÃa cumplir con su deber, no querÃa cruzar la habitación.—Por favor —dijo la mujer, tendiendo sus manos heridas.Lentamente, Lori dejó la seguridad de la puerta y la luz del sol fuera.Pero cuando habÃa bajado dos o tres escalones oyó el rumor de un susurro.Sólo podÃa venir de un sitio: las escaleras.HabÃa gente en la cripta.Se detuvo mientras la invadÃan supersticiones de su infancia.Miedo a las tumbas, miedo a las escaleras que bajaban, miedo al otro mundo.—No es nadie —dijo la mujer con el rostro dolorido—.Por favor, tráigame a Babette.Como para animar a Lori, dio un paso alejándose de la escalera y empezó a murmurar hacia el animal al que habÃa llamado Babette.Tal vez las palabras, la proximidad de la mujer o la frÃa oscuridad de la habitación motivaron una respuesta por parte de la criatura, un temblor le recorrió el espinazo como una descarga eléctrica, tan fuerte que Lori estuvo a punto de dejarla caer.El murmullo de la mujer se hizo más alto, como si estuviera regañando a la criatura agonizante, con una ansiedad cada vez más apremiante.Pero habÃa un problema.Lori no querÃa acercarse a la entrada de la cripta ni la mujer a la puerta exterior, y en los segundos de estancamiento, el animal cobró nueva vida.Una de sus garras aferró un pecho de Lori, como retorciéndose en su abrazo.El murmullo dio paso a un chillido:—¡Babette!Pero si la criatura lo oyó, no dio señales de ello.Su movimiento se hizo violento, una mezcla de espasmo y de sensualidad.Se estremeció un instante como torturada y al siguiente onduló como una serpiente desprendiéndose de su piel.—¡No mire! ¡No mire! —oyó decir a la mujer, pero Lori no podÃa apartar los ojos de aquella horrenda danza.Tampoco podÃa entregarle la criatura a la mujer, porque la zarpa la aferraba con tal fuerza que no podÃa separarse sin hacerse sangre.Pero aquel ¡No mire! tenÃa sentido.Ahora le tocó a Lori gritar aterrada mientras se daba cuenta de que lo que estaba sucediendo en aquella habitación desafiaba a la razón.—¡Dios mÃo!El animal se transformaba ante sus ojos.En la exuberancia del cambio de piel y los espasmos, perdÃa su bestialidad, no reorganizando su anatomÃa sino licuando su cuerpo —hasta los huesos— hasta que lo que habÃa sido sólido se redujo a una confusión de materia.Aquél era el origen del olor dulce y amargo que ella habÃa percibido entre los arbustos: el olor de la "disolución de la bestia.En el momento en que perdió su coherencia, la materia estaba preparada para desvanecerse, pero algo en su esencia —tal vez su voluntad o tal vez su alma— la hizo volver al acto de reconstruirse.La última parte de la bestia que se mezcló fue su garra y su desintegración envió una oleada de placer a través del cuerpo de Lori.Ello no le impidió darse cuenta de que su pecho se habÃa liberado de la garra.Horrorizada, no podÃa soportar por más tiempo su carga y la arrojó en los brazos extendidos de la doliente como si fuera un montón de excrementos.—Dios mÃo —dijo retrocediendo—.Dios mÃo, Dios mÃo.En el rostro.de la mujer ya no habÃa horror, sólo dicha.Lágrimas de bienvenida rodaban por sus pálidas mejillas y caÃan sobre la mezcolanza que sostenÃa.Lori miró hacia la luz de fuera.Después de la oscuridad del interior le resultó cegadora.Momentáneamente desorientada, cerró los ojos para adaptarse a los cambios de luz y sombra.Fue el ruido de un sollozo lo que le hizo abrir los ojos.Esta vez no era la mujer, sino una niña, una niña de cuatro o cinco años que yacÃa desnuda en el lugar donde se habÃa producido la transformación.—Babette —dijo la mujer.Imposible, replicó la razón.La delgada y blanca niña no podÃa ser el animal que ella habÃa rescatado de debajo del árbol.Era un juego de manos o cualquier espejismo absurdo.Imposible, del todo imposible.—Le gusta jugar por ahà fuera —estaba diciendo la mujer mientras miraba a la niña y luego a Lori—.Y yo se lo digo: nunca, nunca juegues al sol.No juegues al sol nunca.Pero es una niña y no lo comprende.Imposible, repetÃa la razón.Pero en sus tripas, algo le decÃa a Lori que era verdad.El animal era real.La transformación habÃa sido real.Ahora habÃa una niña viva, llorando en brazos de su madre.Ella también era real.Cada momento que dedicaba a negar lo que sabÃa, era un momento perdido para su comprensión.Que su visión del mundo no pudiera asumir tal misterio sin quebrantarse era su responsabilidad, y un problema para otro dÃa
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