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.Detrás de ellos, un corpulento individuo con unas gruesas gafas ahumadas comÃa solo, tomando el pollo con los dedos.Llevaba unas botas de goma muy parecidas a las que yo le habÃa visto a Señor.Su chaqueta estaba muy sucia y deshilachada.No prestaba la menor atención a cuanto lo rodeaba.Estaba claro que su vida era considerablemente más dura que la de los hombres que se reÃan en la mesa de al lado.Éstos disponÃan de agua caliente y jabón, mientras que él no.Ellos dormÃan en albergues.Él lo hacÃa en los parques, con las palomas.Pero todos carecÃan de hogar.Liza no conocÃa a Kelvin Lam, pero preguntarÃa por ahÃ.La vimos caminar entre la gente, hablar con unos y con otros, indicando las papeleras de un rincón, echando una mano a una anciana.En determinado momento tomó asiento entre dos hombres que no se molestaron en mirarla mientras seguÃan conversando entre sÃ.Después se fue a otra mesa, y a otra.Lo más sorprendente fue la aparición de un abogado, un joven asociado de un importante bufete, voluntario del Consultorio jurÃdico de las Personas Sin Hogar de Washington.Reconoció a Mordecai, con quien habÃa coincidido el año anterior en una campaña de recogida de fondos.Nos pasamos un rato hablando de cuestiones jurÃdicas, tras lo cual se fue a una habitación del fondo para iniciar sus tres horas de asesoramiento.—El consultorio jurÃdico con que colabora cuenta con ciento cincuenta voluntarios —dijo Mordecai.—¿Es suficiente? —pregunté.—Nunca es suficiente.Creo que tendrÃamos que revitalizar nuestro programa de voluntarios.No sé si te animarÃas a hacerte cargo de él y supervisarlo.A Abraham le gusta la idea.Era grato saber que Mordecai y Abraham, y sin duda también SofÃa, habÃan estado comentando la posibilidad de que yo dirigiese un programa.—Ampliará nuestra base, nos hará más visibles en la comunidad jurÃdica y nos ayudará a obtener dinero.—Pues claro —dije sin demasiada convicción.—La cuestión del dinero me asusta, Michael.La Fundación Cohen está en muy mala situación.No sé cuánto tiempo conseguiremos sobrevivir.Me temo que nos veremos obligados a pedir más limosnas, como todas las restantes obras benéficas de la ciudad.—¿Nunca te has dedicado a reunir fondos?—Muy poco.Es un trabajo extremadamente duro y lleva mucho tiempo.Liza regresó.—Kelvin Lam está en la parte de atrás —indicó, asintiendo con la cabeza—.La segunda mesa desde el fondo.Lleva una gorra de los Redskins.—¿Has hablado con él? —le preguntó Mordecai.SÃ.Está sereno y con la mente despejada; dice que se alojaba en la CNVC y que trabaja a tiempo parcial en una empresa de recogida de basura.—¿Tenéis algún cuartito que podamos utilizar?—Pues claro.—Dile que un abogado de los sin hogar necesita hablar con él.Lam no nos saludó ni tendió la mano.Mordecai se sentó en el borde de la mesa.Yo me quedé de pie en un rincón.Lam tomó la única silla que habÃa y me dirigió una mirada que me puso la carne de gallina.—No pasa nada —dijo Mordecai, utilizando su mejor tono tranquilizador—.Tenemos que hacerte unas cuantas preguntas, eso es todo.Lam ni siquiera nos miró.Iba vestido como un residente de albergue —pantalones vaqueros, camiseta, zapatillas, chaqueta de lana—, lo cual lo diferenciaba de quienes dormÃan debajo de un puente, con sus múltiples y malolientes capas de ropa.—¿Conoces a una mujer llamada Lontae Burton? —preguntó Mordecai actuando en nombre de nosotros, los abogados.Lam negó con la cabeza.—¿Y a Devon Hardy?Otro no.—¿El mes pasado vivÃas en un almacén abandonado?—SÃ.—¿En la esquina de New York con Florida?—SÃ.—¿Pagabas alquiler?—SÃ.—¿Cien dólares al mes?—SÃ.—¿A un tal Tillman Gantry?Lam se quedó inmóvil y cerró los ojos para reflexionar.—¿A quién? —preguntó.—¿Quién era el propietario del almacén?—Yo le pagaba el alquiler a un tipo que se llamaba Johnny.—¿Y para quién trabajaba ese tal Johnny?—No lo sé ni me importa.—¿Cuánto tiempo estuviste viviendo allÃ?—Unos cuatro meses.—¿Por qué te fuiste?—Me desalojaron.—¿Quién te desalojo?—No lo sé.Un dÃa aparecieron unos policÃas con unos tipos.Nos llevaron a rastras y nos echaron a la acera.Un par de dÃas después derribaron el almacén con un bulldozer.—¿Les explicaste a los policÃas que pagabas un alquiler por vivir allÃ?—Muchos lo dijeron.Una mujer con unos niños pequeños intentó resistirse, pero no le sirvió de nada.Yo prefiero no meterme con la policÃa.Da mal resultado, tÃo
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