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.Incluso aunque se diera el caso de que el senador fuera a su despacho, viera el fax y llamara al Presidente con la noticia del fraude del meteorito y le obligara a detener el ataque, nadie en la Casa Blanca tendrÃa la menor idea de lo que Sexton estaba diciendo, ni siquiera de dónde estaban.—Se lo pediré una vez más —dijo Pickering, clavando en Rachel una mirada amenazadora—.La situación es demasiado compleja para que pueda usted entenderla en toda su dimensión.Ha cometido un enorme error enviando esos datos desde este barco.Ha puesto a su paÃs bajo un grave peligro.Ahora Tolland se daba perfecta cuenta de que William Pickering definitivamente intentaba ganar tiempo.La razón que lo explicaba caminaba con sigilo hacia ellos por el lado de estribor del barco.Tolland sintió una punzada de miedo cuando vio al soldado acercándose despreocupadamente con un montón de papeles y una ametralladora entre las manos.Tolland reaccionó con una determinación que le sorprendió incluso a él mismo, Agarró con fuerza su ametralladora, giró sobre sus talones, apuntó al soldado y apretó el gatillo.El arma emitió un inofensivo chasquido.—He encontrado el número de fax —dijo el soldado, entregando a Pickering una hoja de papel—.Y el señor Tolland se ha quedado sin munición.124Sedgewick Sexton avanzaba a toda prisa por el pasillo del Philip A.Hart Senate Office Building.No tenÃa la menor idea de cómo lo habÃa hecho Gabrielle, pero sin duda su ayudante habÃa logrado entrar en su despacho.Durante su conversación telefónica, habÃa oÃdo claramente el triple inconfundible tictac de su reloj Jourdain al fondo.Lo único que le cabÃa imaginar era que, después de haber presenciado la reunión con la FFE, hubiera dejado de confiar en él y estado intentando encontrar alguna prueba que diera peso a sus sospechas.«¿Cómo demonios habrá entrado en mi despacho?»Sexton se alegró en ese momento de haber cambiado la contraseña de su ordenador.Cuando por fin llegó a su despacho, introdujo el código para desactivar la alarma.Luego, buscó a tientas las llaves, las introdujo en las cerraduras de las pesadas puertas, que abrió de un empujón, e irrumpió en su despacho con la intención de sorprender a Gabrielle con las manos en la masa.Pero el despacho estaba vacÃo y a oscuras, únicamente iluminado por el resplandor de su salvapantallas.Encendió las luces sin dejar de barrer toda la estancia con la mirada.Todo parecÃa estar en su sitio.Silencio absoluto excepto por el triple tictac de su reloj.«¿Dónde demonios está?»Oyó un crujido en el cuarto de baño y corrió hacia allÃ, encendiendo la luz.Lo encontró vacÃo.Miró detrás de la puerta.Nada.Confundido, se miró en el espejo, preguntándose si habrÃa bebido demasiado esa noche.«He oÃdo algo».Desorientado y confuso, volvió al despacho.—¿Gabrielle? —gritó.Fue por el pasillo hasta el despacho de su ayudante.No estaba allÃ.Todo se hallaba a oscuras.Se oyó el ruido de un retrete en el lavabo de las mujeres.Sexton giró sobre sus pasos y se dirigió a los servicios.Llegó justo cuando Gabrielle salÃa, secándose las manos.Dio un respingo al verle.—¡Dios mÃo! ¡Me ha asustado! —dijo, visiblemente sobresaltada—.¿Qué está haciendo aquÃ?—¿No habÃa venido a buscar unos documentos de la NASA a su despacho? —declaró Sexton, mirando las manos vacÃas de su ayudante—.¿Dónde están?—No he podido encontrarlos.He mirado por todas partes.Por eso he tardado tanto.El senador la miró directamente a los ojos.Su mirada revelaba desconfianza.—¿Estaba usted en mi despacho?«Le debo la vida a ese aparato de fax», pensó Gabrielle.Apenas unos minutos antes, se hallaba sentada delante del ordenador de Sexton, intentando hacerse con copias impresas de las imágenes de cheques ilegales que el senador guardaba en el ordenador.Los archivos estaban protegidos e iba a necesitar más tiempo para descubrir cómo imprimirlos.Probablemente todavÃa estarÃa intentándolo si el aparato de fax de Sexton no hubiera sonado, sorprendiéndola y devolviéndola de golpe a la realidad.Pensó entonces que habÃa llegado el momento de irse.Sin esperar a ver lo que decÃa el fax entrante, apagó el ordenador, volvió a dejarlo todo como lo habÃa encontrado y se fue por donde habÃa entrado.En el preciso instante en que salÃa por el techo del cuarto de baño, oyó entrar al senador.Ahora, con Sexton de pie delante de ella mirándola fijamente, notó que éste intentaba encontrar una mentira en sus ojos.Sedgewick Sexton podÃa oler una mentira como nadie.Si ella le mentÃa, él lo sabrÃa.—Ha estado usted bebiendo —dijo Gabrielle, apartando la mirada.«¿Cómo sabe que he estado en su despacho?»Sexton le puso las manos en los hombros y la obligó a girarse.—¿Estaba en mi despacho?Gabrielle sintió un miedo que fue en aumento.Sin duda Sexton habÃa estado bebiendo.La agarraba con brusquedad.—¿En su despacho? —preguntó, forzando una risa confundida—.¿Cómo? ¿Por qué?—He oÃdo mi Jourdain al fondo mientras hablábamos.Gabrielle se encogió por dentro.«¿El reloj?» Ni siquiera se le habÃa ocurrido.—¿Se da usted cuenta de lo ridÃculo que suena eso?—Me paso todo el dÃa en ese despacho.Sé perfectamente cómo suena mi reloj.Gabrielle supo entonces que tenÃa que terminar con aquello de inmediato.«La mejor defensa es un buen ataque».Al menos eso era lo que siempre decÃa Yolanda Cole.Se llevó las manos a la cintura y arremetió contra el senador con todas sus armas.Dio un paso adelante y acercó su rostro al de él con una mirada desafiante.—A ver si lo entiendo, senador.Son las cuatro de la mañana, usted ha estado bebiendo, ha oÃdo un tictac al teléfono, ¿y por eso está aquÃ? —Gabrielle señaló indignada hacia la puerta de su despacho, situado al fondo del pasillo—.Por simple curiosidad, ¿acaso me está acusando de haber desactivado un sistema de alarma federal, de haber abierto dos cerraduras, entrar en su despacho, de ser lo suficientemente estúpida para contestar al móvil mientras estaba cometiendo un delito grave, reconfigurar el sistema de alarma al salir y luego utilizar con toda la calma del mundo el servicio de señoras antes de salir corriendo del edificio sin nada que justifique mi presencia aquÃ? ¿Es eso lo que pretende decirme?Sexton parpadeó con los ojos como platos.—Está claro por qué la gente no deberÃa beber sola —dijo Gabrielle—.Y ahora, ¿quiere hablar de la NASA o no?Sexton estaba ofuscado mientras volvÃa a su despacho.Fue directamente al mueble bar y se sirvió una Pepsi.Estaba totalmente seguro de que no se notaba bebido.¿De verdad podÃa haberse equivocado sobre eso? En el otro extremo de la habitación, se oÃa el burlón tictac de su Jourdain.Se tomó la Pepsi de un trago y se sirvió otra, y otra más para su asesora.—¿Le apetece beber algo, Gabrielle? —preguntó, girando sobre sus talones y volviendo la mirada hacia la habitación.Ella no le habÃa seguido hasta dentro.SeguÃa de pie en el marco de la puerta, enfurruñada—.Oh, vamos, ¡por el amor de Dios! Entre.Cuénteme lo que ha descubierto en la NASA.—Creo que ya he tenido bastante por esta noche —dijo Gabrielle con voz distante—.Hablaremos mañana
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