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.No había nada de siniestro en eso.Aun así, el asunto preocupaba a Rhys.Pidió la descripción de la chica y preguntó por ella y por Lleu a lo largo de su viaje.Algunos la habían visto, otros lo habían visto a él, pero nadie los había visto juntos.Lo último que supo sobre la hija del molinero era que se había unido a una caravana que se encaminaba hacia el litoral.Su hermano, por lo visto, había comentado por encima algo sobre viajar a Haven.Mientras Rhys hablaba con los vivos, Beleño se comunicaba con los muertos.Mientras el monje visitaba posadas y tabernas, el kender visitaba criptas y cementerios.Beleño había prohibido a Rhys que lo acompañara porque, según él, los muertos solían ser tímidos en presencia de los vivos.—Es decir, la mayoría de los muertos —añadió el kender—.Los hay a quienes les gusta andar por ahí haciendo ruido con las cadenas y los huesos o les da por tirar sillas por las ventanas.He conocido unos cuantos a los que les encanta sacar la mano de la tumba y agarrar a la gente por el tobillo.Sin embargo, son la excepción.—Gracias a los dioses —comentó secamente Rhys.—Supongo que sí.—Beleño no parecía convencido—.Esos muertos son los que resultan interesantes.Suelen quedarse enganchados en lugar de salir pitando a otro plano de existencia superior y dejar a un amigo sin nadie con quien hablar.Por lo visto el «plano superior» era un destino popular, ya que Beleño estaba teniendo problemas para comunicarse con los muertos, o eso decía.Los que encontraba no podían contarle nada de Chemosh.Desde el principio Rhys había sido escéptico en cuanto a la pretensión del kender, y ese escepticismo iba en aumento.Decidió seguirlo una noche, ver con sus propios ojos qué pasaba.Esa noche Beleño estaba excitado porque se había enterado de que había un campo de batalla cerca.Los campos de batalla eran prometedores, explicó, porque a veces se abandonaba a los muertos allí, sin enterrar, para que se pudrieran bajo el sol o que los buitres dieran buena cuenta de ellos.—Algunos espíritus son comprensivos y se limitan a marcharse y seguir adelante —explicó el kender—.Pero otros se lo toman como algo personal.Permanecen por el lugar a la espera de descargar su ira sobre los vivos.Seguramente encontraré a alguno que tenga ganas de hablar.—¿Y eso no puede resultar peligroso? —se interesó el monje.—Bueno, sí —admitió el kender—.Algunos muertos desarrollan una actitud realmente desagradable y la toman con el primero con que se cruzan.Me he escapado por los pelos unas cuantas veces.—¿Qué haces si te atacan? ¿Cómo te defiendes? No llevas armas.—A los espíritus no les gusta ver acero —contestó Beleño—.O quizá sea el olor del metal.Nunca lo he tenido muy claro.Sea como sea, si alguno me ataca pongo pies en polvorosa, simplemente.Soy más rápido que cualquiera de esos sacos de huesos.Cayó la noche y Beleño se marchó hacia el campo de batalla.Rhys dejó que el kender le sacara un buen trecho de ventaja y después, junto con Atta, fue en pos de él.Era una noche clara.Solinari estaba menguante y Lunitari en fase llena, y su brillante resplandor teñía las sombras de un tono rojizo.El aire nocturno soplaba suave e iba cargado del perfume de las rosas silvestres.Las criaturas de la espesura se ocupaban de sus asuntos, y con sus susurros entre las hojas, sus ladridos y sus gruñidos causaban un sinfín de preocupaciones a Atta.En lo que ahora consideraba su vida pasada, Rhys habría disfrutado al pasear en medio de la noche perfumada.En esa vida su espíritu habría estado sosegado y su alma, serena.No creía haber estado ciego a la maldad existente en el mundo, a la fealdad que encerraba la vida.Entendía que un extremo era necesario para equilibrar a su oponente.O, más bien, había creído que lo entendía.Ahora era como si la mano de su hermano hubiese arrancado una cortina para mostrarle una maldad que Rhys jamás había imaginado que existiera.Reconoció que, en cierto modo, había estado ciego porque sólo había visto lo que quería ver [ Pobierz całość w formacie PDF ]