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.Para empezar, no son lo que se dice aceptables por parte de la Alianza, y en segundo lugar, se rumorea que ya tienes una.—Sà que tengo una —admitió Jace, dando vueltas alrededor de la motocicleta para examinarla desde todos los ángulos—, pero está en el tejado del Instituto, y ahora no puedo acceder a ella.Raphael lanzó una divertida risita.—Parece que ninguno de los dos es bien recibido en el Instituto.—¿Vosotros? ¿Los chupasangres estáis aún en la lista de los Más Buscados?Raphael se inclinó a un lado y escupió, con delicadeza, al suelo.—Nos acusan de asesinatos —afirmó con ira—.De la muerte del ser lobo, del hada, incluso de la del brujo, aunque les he dicho que no bebemos sangre de brujo.Es amarga y puede obrar extraños cambios en los que la consumen.—¿Le has dicho esto a Maryse?—Maryse.—Los ojos de Raphael centellearon—.No podrÃa hablar con ella ni que quisiera.Ahora todas las decisiones pasan por la Inquisidora, todas las indagaciones y peticiones se llevan a través de ella.Es una mala situación, amigo, una mala situación.—¡Me lo vas a decir a mÃ! —exclamó Jace—.Y nosotros no somos amigos.Estuve de acuerdo en no contar a la Clave lo sucedido con Simon porque necesitaba tu ayuda.No porque me caigas bien.Raphael sonrió burlón, los dientes centelleando blancos en la oscuridad.—Asà que no te caigo bien.—Ladeó la cabeza a un lado—.Es curioso —reflexionó—, habÃa pensado que se te veÃa diferente ahora que has caÃdo en desgracia con la Clave.Que ya no eres su hijo favorito.Pensé que algo de esa arrogancia podrÃa haber desaparecido.Pero sigues siendo el mismo.—Creo en la coherencia —replicó Jace—.¿Vas a dejarme la moto o no? Sólo tengo unas pocas horas hasta que salga el sol.—¿Supongo que eso significa que no vas a llevarme a casa?Raphael se apartó con elegancia de la motocicleta; mientras se movÃa, Jace distinguió el brillante destello de la cadena de oro que le rodeaba la garganta.—No.—Jace montó en la moto—.Pero puedes dormir en el sótano bajo la casa si te preocupa el amanecer.—Hmmmm.Raphael se quedó pensativo; era unos pocos centÃmetros más bajo que Jace, y aunque parecÃa más joven fÃsicamente, los ojos eran mucho más ancianos.—¿Asà que ahora estamos en paz por Simon, cazador de sombras?Jace aceleró la moto, haciéndola girar en dirección al rÃo.—Jamás estaremos en paz, chupasangres, pero al menos esto es un comienzo.Jace no habÃa conducido una motocicleta desde hacÃa tiempo, y le cogió desprevenido el viento helado que ascendÃa del rÃo, traspasando la fina cazadora y la tela vaquera de los pantalones con docenas de gélidas agujas.Se estremeció, contento de haberse puesto al menos guantes de cuero para protegerse las manos.Aunque el sol acababa de ponerse, parecÃa como si al mundo le hubiesen quitado el color.El rÃo tenÃa el color del acero; el cuello era gris perla; el horizonte, una gruesa lÃnea negra pintada en la distancia.A lo largo de los arcos de los puentes de Williamsburg y Manhattan centelleaban luces.El aire sabÃa a nieve, a pesar de que faltaban meses para el invierno.La última vez que habÃa volado sobre el rÃo, Clary habÃa estado con él, rodeándolo con los brazos y con las manos aferradas a la tela de su cazadora.Él no habÃa sentido frÃo entonces.Ladeó la moto ferozmente y sintió cómo daba un bandazo lateral; le pareció ver su propia sombra proyectada sobre el agua, peligrosamente ladeada.Mientras se enderezaba, lo vio: un barco con costados de metal negro, sin marcas y casi sin iluminación, la proa como una estrecha cuchilla que segaba el agua ante él.Le recordó a un tiburón, delgado, veloz y mortÃfero.Frenó y descendió poco a poco, sin el menor sonido, como una hoja atrapada en la marea.No sentÃa como si cayera, era más bien como si el barco se alzara para ir a su encuentro, manteniéndose a flote en una corriente ascendente.Las ruedas de la moto aterrizaron en la cubierta, y el muchacho se deslizó lentamente hasta detenerse.No habÃa necesidad de parar el motor; bajó de la moto y su retumbo sordo decreció a un gruñido, luego a un ronroneo y finalmente quedó en silencio.Cuando volvió la cabeza para echarle un vistazo, ésta daba un poco la impresión de estarle fulminando con la mirada, como un perro descontento después de decirle que debe quedarse.Le sonrió de oreja a oreja.—Regresaré a por ti —dijo—.Tengo que revisar esta nave primero.HabÃa muchÃsimo que revisar.Estaba de pie en una amplia cubierta, con el agua a su izquierda.Todo estaba pintando de negro: la cubierta, la barandilla que la rodeaba; incluso las ventanas de la larga y estrecha cabina estaban tapadas.La embarcación era más grande de lo que habÃa esperado que fuera: probablemente tenÃa la longitud de un campo de fútbol, quizá más.No se parecÃa a ningún barco que hubiese visto nunca antes: demasiado grande para ser un yate, demasiado pequeño para ser un buque de la marina, y nunca habÃa visto un barco donde todo estuviera pintado de negro.Jace se preguntó de dónde lo habrÃa sacado su padre.Abandonando la moto, inició un lento recorrido por la cubierta.Las nubes habÃan desaparecido y las estrellas brillaban con un fulgor increÃble.PodÃa ver la ciudad iluminada a ambos lados, como si estuviera de pie en un callejón vacÃo hecho de luz.Las botas resonaban sordamente sobre la cubierta.Se preguntó si Valentine estaba allÃ.Jace raras veces habÃa estado en un lugar que pareciera tan totalmente desierto.Hizo una pausa momentánea en la proa de la nave, mirando abajo al rÃo que se abrÃa paso entre Manhattan y Long Island como una cicatriz.El agua se agitaba en forma de montÃculos grises, con trallazos plateados a lo largo de la parte superior, y soplaba un viento fuerte y constante, la clase de viento que sólo sopla sobre el agua.Extendió los brazos y dejó que el viento le echara la cazadora hacia atrás como si fuesen alas, que le azotara el rostro con los cabellos, que le aguijoneara los ojos hasta hacer brotar lágrimas.HabÃa habido un lago junto a la casa de campo de Idris.Su padre le habÃa enseñado el lenguaje del viento y el agua, de la flotabilidad y el aire.«Todos los hombres deberÃan saber navegar», le habÃa dicho
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