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.También a ella el corazón debÃa de estar incordiándola porque no dejaba de pararse, con lo que se ganaba miradas severas de reproche por parte del kender.-¡Atta!¡AquÃ, chica! ¡Tienes que mantener el ritmo! -la reprendió Beleño-.No tenemos tiempo para haraganear.La perra trotaba tras él porque eso era lo que le habÃan dicho que hiciera, pero no estaba contenta, como tampoco lo estaba Beleño.El hecho de caminar en sà era otro problema.Solinari y Lunitari resplandecÃan en el cielo esa noche, Solinari medio llena y Lunitari llena del todo, de modo que parecÃa que las lunas le estuvieran haciendo un guiño con ojos disparejos.Divisaba el perfil de la costa acantilada recortada contra el cielo y dedujo -lógicamente- que allà arriba encontrarÃa una calzada que lo conducirÃa a Flotsam.Los acantilados no parecÃan estar muy lejos, sólo un salto, un brinco y un bore por encima de algunas dunas, seguido de gatear un poco entre peñascos.Las dunas resultaron difÃciles de cruzar, sin embargo.Salto, brinco y bote funcionaron rematadamente mal.La arena estaba suelta y sonaba como si pisara fango, como si las botas no estuvieran ya bastante resbaladizas con la grasa de cerdo.El kender envidiaba a Atta, que avanzaba sobre la arena con facilidad, y deseó tener cuatro patas.Beleño trastabilló por las dunas lo que le pareció una eternidad y se pasó más tiempo a cuatro patas que erguido.Le entró calor y se cansó, y cada vez que miraba al acantilado le parecÃa que se encontraba más lejos.No obstante, todo llega a su fin, incluso las dunas.Y dieron paso a los peñascos.Beleño supuso que andar por los peñascos serÃa mejor que por las dunas y emprendió la escalada con alivio.Un alivio que en seguida desapareció.No sabÃa que los peñascos tuvieran un tamaño tan enorme ni aristas afiladas ni que trepar por ellos fuera tan difÃcil ni que las ratas que vivÃan entre los peñascos fuesen tan grandes y tan desagradables.Menos mal que Atta iba con él o, en caso contrario, quizá las ratas se lo habrÃan llevado ya que era obvio que no le tenÃan ningún miedo.La perra, en cambio, no les hizo gracia.Atta les ladró, ellas la miraron con los ojos rojos, le chillaron y después se escabulleron.A poco de estar entre los peñascos, el kender tenÃa las manos cortadas y sangrantes, y le dolÃa un tobillo porque habÃa resbalado y el pie se le habÃa metido en una grieta.Tuvo que pararse una vez para vomitar, pero eso al menos acabó con el problema del cerdo salado.Entonces, justo cuando creÃa que aquellos pedruscos no se acabarÃan nunca, llegó a lo alto del acantilado.Beleño salió a la calzada que lo llevarÃa a Flotsam y a los monjes, y miró a un lado y a otro.Su primer pensamiento fue que la palabra «calzada» era un cumplido inmerecido para esa franja rocosa de rodaduras de carreta.La segunda idea que se le vino a la cabeza fue más sombrÃa.La mal llamada calzada se extendÃa en ambas direcciones hasta perderse de vista en el horizonte.No habÃa ninguna ciudad ni a un extremo ni al otro.Flotsam era inmensa.HabÃa oÃdo contar cosas sobre esa ciudad durante toda su vida.Flotsam era una urbe que jamás dormÃa.Era una ciudad de luces de antorchas, luces de tabernas, fogatas en la playa y fuegos de hogares brillando en las ventanas de las casas.Beleño habÃa dado por supuesto que cuando llegase a la calzada divisarÃa las luces de Flotsam.Las únicas luces que alcanzó a ver eran las de las pálidas estrellas y la del demencial guiño de ojos de las dos lunas.—Bien, pues ¿dónde está? —Beleño se giró hacia un lado y después hacia el otro-.¿En qué dirección voy?Entonces la verdad se abrió paso en su mente.En su corazón.En la lógica.-Da igual en qué dirección esté Flotsam —dijo con una certeza repentina, horrible-, porque, sea en una u otra dirección, está demasiado lejos.¡Rhys lo sabÃa! SabÃa que jamás volverÃamos de Flotsam a tiempo.¡Nos mandó irnos porque sabÃa que iba a morir!Se sentó pesadamente en el suelo, rodeó el cuello de la perra con los brazos y la estrechó contra sÃ.-¿Qué vamos a hacer, Atta!En respuesta, la perra se soltó de su abrazo y regresó corriendo a los peñascos.Se detuvo y se volvió a mirarlo, anhelante, mientras movÃa la cola.-Ya no servirá de nada regresar, Atta— dijo Beleño con tristeza—.Aun en el caso de que pudiera descender por esos estúpidos pedruscos sin romperme el cuello, algo que dudo que fuese capaz de hacer, ya darÃa igual.Se limpió el sudor de la cara.-Nosotros no podemos salvar a Rhys.Solos no.Soy un kender y tú eres una perra.Necesitamos ayuda.Siguió sentado en la calzada, sumido en la desesperación, con la cabeza entre las manos.Atta le lamió la mejilla y le metió el hocico en la axila en un intento de empujarlo a que se pusiera en marcha.Beleño levantó la cabeza.Se le habÃa ocurrido algo, una idea que lo puso frenético.-Aquà estamos tú y yo, Atta, casi matándonos para ayudar a Rhys, y ¿qué ha hecho su dios durante todo este tiempo? ¡Nada, eso es lo que ha hecho! ¡Los dioses pueden hacer cualquier cosa! Majere habrÃa podido situar Flotsam donde pudiéramos encontrarla.Majere habrÃa podido endurecer esa arena resbaladiza y suavizar esos peñascos cortantes.¡Majere habrÃa podido hacer que cayeran las cadenas de Rhys! Majere podrÃa mandarme seis monjes ahora mismo, que llegaran por la calzada para salvar a Rhys.¿Me oyes, Majere? —gritó el kender al cielo.Esperó unos instantes para darle una oportunidad al dios, pero los seis monjes no aparecieron.Ahora sà que la has hecho buena—dijo en tono ominoso el kender, quese levantó de un brinco y, con la vista prendida en el cielo y puesto en jarras, le soltó un buen sermón al dios.«No sé si me escuchas o no, Majere —empezó en tono severo-.Probablemente no, ya que soy un kender y nadie nos hace caso, y también soy un mÃstico, lo que significa que no te rendiré pleitesÃa.Aun asÃ, eso no tendrÃa que importar.Eres un dios del Bien, por lo que dijo Rhys, y eso significa que tendrÃas que escuchar a la gente, a todo el mundo, incluidos kenders y mÃsticos, tanto si son seguidores tuyos como si no.«Vale, entiendo que pueda parecerte injusto por mi parte pedirte ayuda ya que nunca he hecho nada por ti, pero tú eres mucho más grande que yo y mucho más poderoso, asà que creo que podrÃas permitirte el lujo de ser magenta o magnesio o comoquiera que sea esa palabra que significa que uno es generoso con la gente aunque no se lo merezca.»Y quizá yo no merezca tu ayuda, pero Rhys sÃ.Cierto, abandonó tu culto por el de Zeboim, pero has de saber que lo hizo sólo porque lo decepcionaste
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