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.Foshtomi tenÃa razón diciendo que tenÃan que salir de allÃ, pero los chinos parecÃan estar bombardeando ahora toda la colina.Si corrÃan, era posible que se metieran en la próxima salva de disparos intentando llegar a un puesto seguro.Cam no pensaba marcharse sin Ruth.El pensamiento lo invadió por completo y se arriesgó a echar otro vistazo a la colina.El jeep que iba en cabeza era el que habÃa quedado volcado.Una rueda habÃa desaparecido y el eje estaba partido.Sólo habÃa un hombre en el interior del coche, un hombre tumbado sobre un charco de fluido negro.El segundo jeep, el de Ruth, se habÃa estrellado contra el vehÃculo destruido, pero parecÃa vacÃo.Se habÃa salvado.«Debe de haberse escondido», pensó Cam.Pero los gigantes estaban volviendo otra vez, aunque más despacio.Las explosiones empezaron a subir la cuesta, levantando tierra y rocas con su poder devastador, que le hacÃa temblar hasta los huesos.Cam se encogió en el suelo, tragaba humo cada vez que respiraba.Los impactos pasaron de largo y se levantó para salir corriendo.Pero tropezó.Su equilibrio seguÃa sin estabilizarse, y descubrió que tenÃa que doblarse hacia el lado izquierdo para soportar el dolor.El camino estaba cubierto de tierra y piedras, algunas bastante grandes.Entonces, el propio suelo saltó.Cam apenas volvÃa a avanzar de pie otra vez.Consiguió no caer sobre el lado malo.Rodó hasta un cráter y allà encontró a Estey y a Goodrich agazapados contra el suelo.Estey intentaba curar una herida en el brazo de Goodrich y no le vio.Este gritó pero Cam sólo escuchó el tono de alerta, no sus palabras.Estaban a menos de diez metros.ParecÃan estar en otro mundo, sobre todo cuando habÃa silencio.La artillerÃa se habÃa centrado brevemente allÃ, y la colina parecÃa una superficie lunar.Ruth debÃa de estar con ellos.HabÃa subido con Estey, Ballard, Mitchell y Deborah en el segundo jeep, pero era evidente que se habÃan desperdigado.Cam se preguntó qué iba a hacer si habÃa subido ladera arriba.Se quedó buscándola con la mirada por todo el terreno.Apartó la mano de Estey cuando éste intentó tirar de él.HabÃa localizado otra figura humana entre las oscuras nubes de humo, un hombre que corrÃa seguido por otro.Los gigantes se habÃan ido.El sol asomaba entre el polvo y Cam salió del cráter, sólo para caer de nuevo y perder la pistola.Se habÃa dejado la carabina en el jeep, pero Estey aún tenÃa la suya.Cam miró atrás y gritó:—¡Cuidado, Estey!HabÃa al menos diez figuras humanas atravesando el humo, muchas más que las que conformaban su grupo.Sus gritos sonaban confusos y extraños.También vestÃan de un color diferente.El escuadrón de Cam iba de un verde oliva, mientras que aquella gente iba vestida de camuflaje y pasaba desapercibida.Les colgaban ramas pardas de la cabeza y los brazos, y Cam no reconoció sus fusiles ni sus ametralladoras.El grupo les apuntó con sus armas, pero no dispararon al ver que otra persona se levantaba en otro cráter que habÃa delante de él: Deborah.Su rubia cabellera estaba sucia, pero seguÃa tan hermosa como siempre.Cam se levantó para correr hacia ella, lleno de miedo.Estaba seguro de que iba a ver cómo le disparaban.Entonces, saludó a las tropas, y Cam luchó por comprender las voces de los hombres.—¡Somos marines! ¡Somos marines!Bajó la pistola y corrió hacia el cráter.Ruth le abrazó y le hizo daño en las costillas, pero él rió, respirando el embriagador aroma de aquella mujer totalmente sucia.Estaba viva.HabÃa escapado no sin algunos rasguños y un buen trozo de metralla clavado en la cadera, donde necesitarÃa seguro algo de cirugÃa para quitar no sólo el metal, sino también la tela del uniforme, que se le habÃa metido en la herida.Otros no habÃan tenido tanta suerte.Park y Wesner habÃan muerto, y Somerset estaba herido de gravedad en el estómago y la cara.Hale, también del jeep que iba en cabeza, se habÃa roto el cuello y las dos piernas al volcar el vehÃculo.Fue un milagro que Goodrich sólo tuviera un corte en el brazo.Cam absorbió la mayorÃa de la información a través del doloroso algodón que le tapaba los oÃdos, aunque todos estaban gritando.Muchos de ellos tenÃan dificultades para oÃr a los otros, y todos estaban atacados por la adrenalina.—¡Mi piedra! —dijo Ruth—.¡He perdido mi piedra!DebÃa de saber que aquello era irracional, incluso estúpido, pero siguió palpándose la ropa, mirando fijamente la colina.—Tranquila —dijo Cam—.No pasa nada, Ruth
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