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.Por suerte se trataba de un códice —parecido a un libro moderno—, porque de otro modo me habrÃa pasado veinte minutos desenrollando un pergamino, y se habrÃa perdido la tensión dramática.Apenas lo abrÃ, me fui derecho al Éxodo:»Exacto, ésta es la parte de la que hablabas: «Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá».¿De acuerdo? Pues bien, Dios cubre a Moisés con su mano cuando este pasa, pero le dice: «Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro».—¿Y? —preguntó Baltasar.—¿Y? Pues que Dios sà deja que Moisés le vea el culo, de modo que, recurriendo a tu ejemplo, nos debes el culo de Dios.O sea que, cuéntanos, ¿qué pasa en esa estancia de las puertas de hierro?Me habÃa quedado genial.Hice una pausa y me miré el azul de mis uñas mientras saboreaba la victoria.—Es la tonterÃa más grande que he oÃdo en mi vida —dijo Baltasar.Su pérdida momentánea de compostura se vio reemplazada por la actitud sosegada y ligeramente divertida propia de un maestro—.¿Y si te dijera que es peligroso para vosotros saber qué se esconde tras esa puerta ahora, pero que una vez hayáis recibido la formación adecuada, no solo llegaréis a saberlo, sino que obtendréis un gran poder gracias a ese conocimiento? Cuando crea que estáis preparados, te prometo que te mostraré qué hay detrás de esa puerta.Pero tú debes prometerme que estudiarás y que aprenderás tus lecciones.¿Lo harás?—¿Nos estás prohibiendo que formulemos preguntas?—No, no, sencillamente os estoy negando algunas de las respuestas, hasta que pase un tiempo.Y, creedme, tiempo a mà no me falta.Joshua se volvió hacia mÃ.—TodavÃa no sé qué es lo que se supone que debo aprender aquÃ, pero estoy seguro de que todavÃa no lo he aprendido.Yo notaba que, con la mirada, me suplicaba que no insistiera más con el tema.Y yo decidà hacerle caso.Entre otras cosas, no me seducÃa la idea de que me envenenaran de nuevo.—¿Cuánto tiempo nos llevarán? —pregunté—.Las lecciones, quiero decir.—Hay alumnos que tardan muchos años en aprender la naturaleza del chi.Mientras estéis aquÃ, tendréis cubiertas las necesidades.—¿Años? ¿Podemos pensarlo un poco antes de decidirlo?—Tomaos el tiempo que queráis.—Baltasar se puso en pie—.Ahora debo ir a los aposentos de las muchachas.Les gusta frotar sus pechos desnudos en mi calva justo después de que me la hayan depilado, que es cuando está más suave.Tragué saliva.Joshua sonrió y clavó la vista en la mesa.Yo muchas veces me preguntaba, no solo entonces, sino casi siempre, si mi amigo tenÃa la capacidad de desconectar su imaginación cuando le hacÃa falta.DebÃa tenerla.De otro modo, no entiendo que venciera las tentaciones.Yo, por mi parte, era un esclavo de mi imaginación, que en aquel momento estaba del todo desbocada recreando la imagen de aquel masaje de cabeza de Baltasar.—Nos quedaremos.Aprenderemos.Haremos lo que haga falta —dije.Joshua se echó a reÃr, y no habló hasta que se hubo calmado lo bastante como para poder articular palabra.—SÃ, nos quedaremos y aprenderemos, Baltasar, pero antes debo ir a Kabul a resolver unos asuntos.—Por supuesto.Puedes salir mañana mismo.Pediré a una de las muchachas que te muestre el camino, pero ahora debo despedirme de vosotros.Buenas noches.El brujo desapareció tras la puerta.Apenas se hubo ido, a Joshua le dio un ataque de risa floja, mientras yo me preguntaba si me quedarÃa bien la cabeza rasurada.A la mañana siguiente, Dicha llegó a nuestros aposentos vestida con el atuendo propio de un mercader del desierto: una túnica holgada, botas de piel fina y bombachos.Llevaba el pelo recogido bajo un turbante, y sostenÃa una fusta con la mano derecha.Nos condujo por un pasadizo largo y angosto que se adentraba en la montaña, hasta que fuimos a dar a un repecho que sobresalÃa junto a un precipicio.Valiéndonos de una escalera de cuerda llegamos a la cima, donde Almohadas y Sue nos esperaban con tres camellos ensillados y pertrechados para un viaje breve.En la meseta que se divisaba desde el borde del despeñadero se adivinaba una granja pequeña, con varios corrales de gallinas y una pocilga.Algunas cabras pastaban por las inmediaciones.—Nos va a costar un poco hacer bajar a los camellos por esa escalera —comenté.Dicha torció el gesto y se envolvió el rostro con un extremo del turbante, de modo que solo los ojos quedaban al descubierto.—Ése es el sendero que debemos tomar para bajar —dijo, y golpeando suavemente el lomo de su camello con la fusta, emprendió la marcha, dejándonos solos.Como pudimos, Joshua y yo nos montamos en nuestros animales y la seguimos.El camino que descendÃa desde la meseta era lo bastante ancho para permitir el paso de un camello pero, una vez se llegaba abajo, a la llanura desértica, como sucedÃa con el cañón en el que se abrÃa la entrada de la fortaleza, si uno no sabÃa que estaba ahÃ, jamás la habrÃa encontrado.Una medida de seguridad añadida que no estaba de más, en mi opinión, teniendo en cuenta que aquella fortificación carecÃa de guardias.Joshua y yo intentamos trabar conversación con Dicha en varias ocasiones, durante el viaje hacia Kabul, pero ella se mostraba malhumorada y arisca, y en muchas ocasiones se alejaba de nosotros.—Supongo que debe deprimirla el hecho de no poder torturarme —aventuré.—Es comprensible que se deprima por ello —replicó Joshua—.No sé, si al menos lograras que tu camello te mordiera.A mà eso siempre me alegra el ánimo.Seguà camino sin decir nada más.No hay nada más irritante que inventar algo tan revolucionario como es el sarcasmo y descubrir que unos aficionados hacen uso y abuso de él.Una vez en Kabul, Dicha emprendió la búsqueda de nuestro guardia ciego preguntando por él a todos y cada uno de los mendigos privados de visión con que nos cruzábamos en el mercado.—¿Has visto a un arquero ciego que llegó en una caravana de camellos hará poco más de una semana?Joshua y yo caminábamos varios pasos por detrás de ella, y hacÃamos grandes esfuerzos por no sonreÃr cada vez que volvÃa la vista atrás.Joshua era partidario de señalarle el error de su procedimiento, pero a mà me apetecÃa regodearme un poco más en su incompetencia.Era mi venganza pasiva por el envenenamiento al que me habÃa sometido.AhÃ, en Kabul, no quedaba ni rastro de la competencia y el aplomo que habÃa demostrado en la fortaleza
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