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.Respiró hondo, desenroscó la linterna y depositó con cuidado la tapa sobre la rodilla doblada.Sacó las pilas gastadas y las dejó a un lado.Cada movimiento lo realizaba en la oscuridad más absoluta.Si perdía algo vital, nunca podría encontrarlo sin luz.«Tranquilízate, Mattie.Has cambiado pilas antes.Basta con introducirlas, el polo positivo en primer lugar.Una, dos.Ahora enrosca la tapa.»Y de repente brotó la luz, brillante y hermosa.Mattie dejó escapar un suspiro y se dejó caer hacia atrás, agotada como si acabara de correr un kilómetro.«Ya has recuperado tu linterna, ahora guárdala.No la vuelvas a gastar.» Apagó la linterna y se quedó sentada en medio de la oscuridad.Esta vez su respiración era regular, lenta, sin pánico.Podía estar a ciegas, pero mantuvo el dedo sobre el interruptor a fin de encenderla cuando quisiera.«Controlo la situación.»Lo que no podía controlar, sentada en la oscuridad, eran los temores que la asaltaban.«A estas alturas Dwayne ya debe de saber que me han raptado —pensó—.Habrá leído la nota o recibido la llamada telefónica: "Su dinero o su esposa".Pagará, claro que pagará.» Se lo imaginó suplicando frenético a la voz anónima que aguardaba al otro lado del teléfono.«¡No le hagan daño! ¡Por favor, no le hagan daño!» Se lo imaginó sollozando ante la mesa de la cocina, lamentándolo, lamentando con toda su alma las vilezas que le había dicho, las miles de veces que la había hecho sentir pequeña, insignificante.Ahora desearía borrar todo eso, decirle cuánto significaba para él.«Estás soñando, Mattie.»Apretó los ojos, cerrándolos a una congoja tan honda que parecía querer alcanzarle el corazón y estrujárselo con puño cruel.«Sabes que él no te quiere.Lo sabes desde hace meses.»Se rodeó el vientre con ambas manos, abrazándose a sí misma y al bebé.Encogida en un rincón de su cárcel, no podía seguir negándose la verdad.Recordó la mirada de disgusto de Dwayne cuando una noche ella salió de la ducha y él se quedó mirándole el vientre.O las noches en que ella se le acercaba por detrás para besarle la nuca y él la apartaba.O la fiesta en casa de los Everett, dos meses atrás, cuando ella le perdió de vista y le encontró en el mirador de atrás, coqueteando con Jen Hockmeister.Había habido indicios, demasiados, y ella no les había hecho caso porque creía en el amor verdadero.Creyó en él desde el día en que le presentaron a Dwayne Purvis en una fiesta de cumpleaños y comprendió que era el elegido, a pesar de que había cosas en él que deberían haberla preocupado.Como el hecho de que siempre compartía la cuenta cuando salían juntos, o de que no pudiera pasar ante un espejo sin retocarse innecesariamente el cabello.Pequeños detalles que, al final, poco importaban porque ambos tenían el amor para mantenerlos unidos.Eso era lo que ella se decía, bellas mentiras que formaban parte del idilio de otros, tal vez de un idilio que había visto en el cine, pero no del suyo.No en su vida.Su vida era lo que ocurría en aquellos momentos.Prisionera dentro de una caja, a la espera de que la rescatara un marido que no deseaba su regreso.Entonces pensó en el Dwayne auténtico, no en el inventado, sentado en la cocina mientras leía la nota de rescate.«Tenemos a su esposa.A menos que nos pague un millón de dólares.»No, eso era demasiado dinero.Ningún secuestrador en su sano juicio pediría tanto.¿Qué pedirían los secuestradores por una esposa en aquellos momentos? Cien mil dólares era bastante razonable.Aun así, Dwayne pondría pegas.Evaluaría todos sus bienes.Los BMW, la casa.¿Qué valía una esposa?«Si me quieres, si me has querido alguna vez, lo pagarás.Págalo, por favor.»Se deslizó sobre el suelo mientras mantenía el abrazo, replegándose en la desesperación.En su cárcel privada, más profunda y oscura que cualquier cárcel donde nadie pudiera encerrarla.—Señora.Señora.Se quedó paralizada en mitad de un sollozo, dudando de si en realidad había escuchado el susurro.Ahora oía voces.Se estaba volviendo loca.—Dígame algo, señora.Encendió la linterna y apuntó hacia arriba.De ahí procedía la voz, de la rejilla de ventilación.—¿Me oye?Era la voz de un hombre.Suave, meliflua.—¿Quién es usted? —preguntó ella.—¿Ha encontrado la comida?—¿Quién es usted?—Cuidado con ella.Tiene que hacer que le dure.—Mi marido le pagará.Lo sé seguro.¡Por favor, déjeme salir!—¿Sufre usted dolores?—¿Qué?—¿Algún dolor?—¡Sólo quiero salir de aquí! ¡Déjeme salir!—Cuando sea el momento.—¿Y cuánto tiempo piensa tenerme aquí? ¿Cuándo me dejará salir?—Luego.—¿Y eso cuándo es?No hubo respuesta.—¡Oiga, señor! ¡Oiga! ¡Dígale a mi marido que estoy viva! ¡Dígale que le pague!Los pasos se alejaron entre crujidos.—¡No se vaya! —gritó ella—.¡Déjeme salir! —Levantó los brazos y golpeó contra el techo—.¡Tiene que soltarme!Ya no se oían los pasos.Mattie miró la rejilla.«Él ha dicho que volvería —pensó—.Mañana volverá.Después de que Dwayne le pague, me dejará salir.»Entonces cayó en la cuenta.Dwayne.La voz de la rejilla no había hecho mención alguna a su marido.Capítulo 15Jane Rizzoli conducía como la bostoniana que era.Con la mano pronta para tocar el claxon, el Subaru serpenteaba con pericia entre la doble fila de coches que esperaban, detenidos en la rampa de acceso a la autopista de peaje.El embarazo no había amortiguado en absoluto su agresividad; en todo caso, se sentía más impaciente de lo habitual mientras el tráfico conspiraba para frenar su avance en cada cruce [ Pobierz całość w formacie PDF ]