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.Aún no estoy segura de cómo ha pasado, pero hay cosas en la vida a las que no se les mira el diente.Por supuesto, mis planes de viajar irritan a Simon.Le ponen furioso.Eso significa que alarga la palabra «bien» hasta conseguir que tenga cinco sÃlabas:—Bi-e-e-e-e-e-n.Cuando señalo que fue él el que me animó a trabar amistad con Lulú, porque veÃa en ella un posible ángulo del que tal vez podrÃa beneficiarse, hace pucheros.Le gustarÃa poder volar en el avión de Pierre La-Reine.Le gustarÃa poder ser Pierre LaReine.—La gente murmurará —se lamenta, como si el vuelo fuese una traición y una prueba más de mi ambición desmedida.Parece creer que he sido yo la que ha planeado todo esto, en un intento de acercarme a LaReine.¿Para hacer qué? ¿Pedirle trabajo?—¿Qué gente? —como si a nadie le interesase mi carrera profesional.—El mundillo del arte lo mueven los cotilleos —afirma, con algo de insidia.—¿En seerio? —inflo la palabra con una buena dosis de sarcasmo.—Lo más importante es la imagen que uno proyecta —dice con toda seriedad, ya que no dispone de un radar para el sarcasmo—.La imagen de uno es vital si uno quiere vender imágenes.¿Será ésta otra frase apetitosa que ha oÃdo en alguna parte, o se la habrá inventado él solo?—Y está claro que Pierre LaReine se ha dado cuenta de eso —murmura Simon, malhumorado—.Un G-5.Maldita sea.*Lo que hay que hacer cuando alguien te invita a volar en su jet privado es presentarse al menos quince minutos antes de la hora de levantar ruedas y esperar al dueño en el avión.Lo que no hay que hacer es perderse de camino al aeropuerto de Teterboro y llegar más de media hora tarde.El hecho de que alguien que nunca haya volado en jet privado no tenga ni idea de cómo encontrar el aeropuerto de Teterboro en Nueva Jersey no es excusa.Teterboro es parte de la jerga, y saber llegar allà es parte del trato.Lo que tampoco hay que hacer, si por casualidad te invitan a volar en un jet privado, es presentarte con una enorme y gastada maleta verde que por su aspecto deberÃa ir atada con una cuerda a la vaca de la furgoneta de una familia de domingueros.Esto hace que el dueño del avión —en este caso Pierre LaReine, que nos espera sobre las escaleras del jet— te lance una mirada de furia, como preguntándose qué demonios haces allÃ.La bolsa de Lulú es igual de grande que la mÃa, pero no tan fea.La suya es negra y seria.Alguien carga rápidamente nuestro equipaje en la bodega que hay en la parte de atrás del avión mientras nosotras nos acercamos a las escaleras a saludar a nuestro anfitrión.Noto que Pierre LaReine mira discretamente a Lulú de arriba abajo, de esa manera en que lo hacen algunos hombres, como si ella fuera una compra que estuviese planteándose.—Me alegro de verte —dice, en tono de intimidad.Lulú es la que controla la situación, eso es obvio.Por un lado, ostenta el poder que le conceden los demás por su relación con los cuadros y con su tÃo, el artista.Por otra parte, está el poder que Lulú sabe que tiene sobre LaReine y su interés en una posible herencia que quedarÃa bajo el control de Lulú.Y por último, existe un tercer poder que estoy viendo desplegarse dentro de ella.Llamémoslo el poder de la musa.Y me parece que Lulú es perfectamente consciente de que lo posee.Dane O’Neill ya está en el avión, y le sonrÃe a Luto cuando entramos en la lujosa crisálida.—Acabo de ganar veinte libras —anuncia, en tono de provocación.Lulú lo mira fijamente antes de responder:—¿Te limpiaste el chocolate de la boca y vendiste la servilleta como obra de arte?Dane parece positivamente sorprendido, como si no estuviese seguro de que Lulú fuera a ser capaz de devolverle la broma.—No es mala idea —dice—.Puede que la ponga en práctica para mi próxima exposición.Por lo visto, estoy pasando por una mala racha en lo que se refiere a hacer la clase de obras de arte que se venden por mucho dinero.Mi marchante está muy preocupado.—Entonces, las veinte libras serán para mà —replica, intentando pasar a su lado sin tocarlo
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