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.DÃgale al general Poulder que resista y que si hay alguna posibilidad lance el ataque previsto.¡DÃgale que no debe replegarse bajo ninguna circunstancia! ¡Todo el mundo debe cumplir con su deber!—Pero, señor, tiene que.—¡Váyase! —gritó West—.¡Inmediatamente!El hombre le hizo el saludo militar y se aupó de nuevo al caballo.Aún se le podÃa ver espoleando su montura colina arriba, cuando ya habÃa otro jinete deteniendo su caballo en las proximidades de la tienda.Era el coronel Felnigg, el segundo de Kroy.A ése no iba a resultar tan fácil quitárselo de encima.—Coronel West —le llamó mientras bajaba del caballo—.¡Nuestra división se bate duramente a lo largo de todo el frente, y ahora ha aparecido su caballerÃa en nuestra ala derecha! ¡Una carga de caballerÃa contra un regimiento de levas! —avanzaba ya hacia la tienda mientras se quitaba los guantes—.¡Sin refuerzos no resistirán mucho, y si ceden, nuestro flanco saltará en pedazos! ¡Puede ser el fin! ¿Dónde diablos se ha metido Poulder?West intentó sin éxito que Felnigg aminorara el paso.—El general Poulder también ha sido atacado.Pero ordenaré que se envÃen de inmediato las tropas de refresco y.—No será suficiente —gruñó Felnigg apartándole y reemprendiendo la marcha hacia la tienda—.Debo hablar con el Mariscal Burr de.Pike se plantó delante de él, apoyando una mano en la empuñadura de su espada.—El mariscal está.ocupado —susurró.Sus ojos se destacaban de una forma tan amenazadora en su rostro quemado que el propio West sintió un atisbo de inquietud.Durante unos instantes se produjo un tenso silencio mientras el oficial del Estado Mayor y el presidiario se miraban fijamente.Luego Felnigg vaciló y retrocedió un paso.Parpadeó y se humedeció los labios con gesto nervioso.—Ocupado.Ya.Bueno —se apartó otro paso—.Me dice que se enviarán las tropas de refresco, ¿no?—De inmediato.—Bien, bien.le comunicaré al general Kroy que van a llegar refuerzos —Felnigg metió un pie en el estribo—.Pero esto resulta muy irregular —añadió dirigiendo una mirada ceñuda a la tienda, a Pike, a West—.Extremadamente irregular —y, acto seguido, picó espuelas y salió disparado hacia el valle.Mientras le veÃa alejarse, West pensó que era poco probable que Felnigg se imaginara hasta qué punto era irregular la situación.Luego se volvió hacia un asistente.—El Mariscal Burr ha ordenado que las tropas de refresco entren en acción en el flanco derecho.Deben cargar contra la caballerÃa de Bethod hasta hacerla retroceder.Si cede ese flanco, estamos perdidos.¿Entendido?—Necesito una orden escrita del mariscal.—No hay tiempo para órdenes escritas —rugió West—.¡Vuelva ahà abajo y cumpla con su deber!El asistente obedeció y salió corriendo por la nieve hacia la ladera que conducÃa a los dos regimientos que aguardaban pacientemente en medio de la ventisca.Mientras le veÃa alejarse, West movÃa nervioso los dedos.Los hombres empezaron a montar y, luego, moviéndose al trote, se pusieron en formación de combate.West se mordió los labios y se dio la vuelta.Los oficiales y los guardias del Estado Mayor de Burr le contemplaban con una gama de miradas que expresaban desde una leve curiosidad hasta una patente desconfianza.Al pasar junto a algunos de ellos, les hizo un gesto con la cabeza en un intento de aparentar que todo aquello no era más que simple rutina.Se preguntó cuánto tiempo faltarÃa para que alguien se negara a obedecer sus órdenes, para que alguien entrara por la fuerza en la tienda, para que alguien descubriera que el Lord Mariscal estaba a mitad de camino de la tierra de los muertos y que llevaba asà un buen rato.Se preguntó si sucederÃa antes de que el frente se rompiera en el valle y el puesto de mando fuera asolado por los Hombres del Norte.Si sucedÃa después, supuso, ya darÃa lo mismo.Pike le miraba con un gesto que tal vez pretendiera ser una sonrisa.A West le habrÃa gustado responderle de la misma manera, pero, por mucho que lo hubiera intentado, no le habrÃa salido.El Sabueso estaba sentado, recobrando el aliento.TenÃa la espalda apoyada en el árbol caÃdo y el arco colgando de un puño.Junto a él, clavada en la tierra húmeda, habÃa una espada.Se la habÃa cogido a un carl muerto, y la habÃa estado usando, y se imaginaba que antes de que concluyera el dÃa tendrÃa que volver a usarla.Estaba lleno de manchas de sangre: en las manos, en la ropa, por todas partes.Sangre de Cathil, de Cabezas Planas, suya.No tenÃa demasiado sentido molestarse en limpiarla: dentro de no mucho volverÃa a mancharse.Tres veces habÃan cargado los Shanka colina arriba, y las tres veces los habÃan rechazado, aunque cada una de ellas les habÃa costado más trabajo que la anterior.El Sabueso se preguntaba si conseguirÃan rechazarlos de nuevo cuando volvieran a la carga.Porque no tenÃa ninguna duda de que volverÃan.Ni la más mÃnima duda.El cuándo y el cómo era lo que le preocupaba.A través de los árboles le llegaban los gritos y los alaridos de los heridos de la Unión.HabÃa muchos heridos.Uno de los Caris habÃa perdido una mano en el último ataque.Perder tal vez no fuera el verbo adecuado, pues se la habÃan arrancado de cuajo con un hacha.Justo después de que ocurriera habÃa estado chillando como un loco, pero ahora permanecÃa en silencio, resollando suavemente.Con un trapo y un cinturón le habÃan hecho un torniquete en el muñón y ahora lo miraba fijamente con esa mirada extraña que tienen a veces los heridos.Sus ojos dilatados contemplaban con gesto vacÃo la muñeca mutilada como si no entendiera lo que estaba viendo.Como si no dejara de sorprenderle.El Sabueso se incorporó lentamente y se asomó por encima del árbol.Se veÃa a los Cabezas Planas en el bosque.Ahà estaban, sentados entre las sombras.Esperando.Le daba mala espina verlos asÃ, al acecho.Los Shanka o atacan sin parar hasta que se acaba con ellos o salen huyendo.—¿A qué esperan? —siseó—.¿Cuándo han aprendido a esperar los Shanka?—¿Cuándo han aprendido a combatir para Bethod? —refunfuñó Tul mientras limpiaba su espada—.Han cambiado muchas cosas, y ninguna para mejor.—¿Cuándo se ha visto que algo cambie a mejor? —rezongó Dow desde el otro extremo de la fila.El Sabueso frunció el ceño
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