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.A nadie se le ocurriría dudar de la identidad de tu progenitor, Traspié.Me pregunto en qué estaría pensando mi padre cuando me pidió que te luciera.Artimañas se llama y artimañas tiene para dar y tomar.Me pregunto qué espera conseguir.Ah, en fin.—Suspiró—.Esa es su forma de reinar, y no soy quién para cuestionarla.La mía consiste simplemente en preguntar a un viejo vanidoso por qué no es capaz de tener sus torres debidamente guarnecidas.Vamos, chico.Es hora de bajar.Se dio la vuelta y se fue sin esperarme.Cuando me disponía a seguirlo, Charim me agarró del brazo.—Tres pasos por detrás de él y a su izquierda.Acuérdate.Seguí sus indicaciones.Mientras recorría el pasillo salieron de sus habitaciones otros miembros de nuestro séquito para seguir a su príncipe.Todos se habían vestido con sus mejores galas para aprovechar al máximo esta oportunidad de ser vistos y envidiados fuera de Torre del Alce.La holgura de mis mangas resultaba incluso razonable si las comparaba con las de otros.Por lo menos mis zapatos no estaban cuajados de diminutos cascabeles ni de ristras de cuentas de ámbar.Veraz se detuvo en lo alto de la escalera, y el silencio se abatió sobre los congregados abajo.Observé los rostros vueltos hacia su príncipe y me dio tiempo a leer en ellos todas las emociones conocidas.Algunas mujeres sonreían con afectación mientras otras parecían hacerlo socarronamente.Algunos jóvenes adoptaron poses que exhibían sus vestimentas; otros, de atuendo más sencillo, se irguieron como si estuvieran de guardia.Leí envidia y amor, desdén, miedo y, en algunas caras, odio.Pero Veraz no dedicó a ninguna de ellas más que un vistazo fugaz antes de bajar.La multitud se abrió ante nosotros para revelar a lord Kelvar en persona, quien nos aguardaba para conducirnos al comedor.Kelvar era distinto de lo que me esperaba.Veraz lo había llamado presumido, pero cuanto vi fue un hombre que envejecía a marchas forzadas, delgado y atribulado, que se ponía sus extravagantes ropas como si fueran una coraza que pudiera defenderlo del paso del tiempo.Llevaba el pelo canoso recogido en una fina coleta como si todavía fuese un soldado, y caminaba con el paso peculiar que caracteriza a los buenos espadachines.Lo vi como me había enseñado Chade a ver a la gente, y creí comprenderlo lo suficientemente bien incluso antes de sentarnos a la mesa.Pero fue después de ocupar nuestros asientos (el mío, para mi sorpresa, no estaba tan alejado de la nobleza) cuando tuve ocasión de atisbar mejor el fondo de su alma.Y no lo hice debido a ninguna acción suya, sino al porte de su dama cuando llegó ésta para unirse a nosotros.Dudo que lady Gracia, la esposa de Kelvar, fuese siquiera cinco años mayor que yo, pero estaba emperifollada como el nido de una urraca.En mi vida había visto un atuendo como aquel, que hablaba a gritos de despilfarro y mal gusto.Tomó asiento como un remolino de florituras y gestos que me recordaron a un ave en celo.Su perfume me arrolló como una ola, y también ahí olí más a dinero que a flores.La acompañaba un perrito, una cosita vivaz que era todo pelo sedoso y ojos enormes.La dama le hacía arrumacos mientras lo acomodaba en su regazo, y la bestezuela se encogió apretada contra su dueña y apoyó la barbilla en el borde de la mesa.Lady Gracia mantuvo en todo momento la mirada fija en el príncipe Veraz, intentando ver si él reparaba en ella y se sentía impresionado.Por mi parte, vi a Kelvar atento a los flirteos de su esposa, y me dije que mantener las torres de vigilancia guarnecidas no constituía ni la mitad de nuestros problemas.La cena fue un suplicio para mí.Me moría de hambre, pero los buenos modales me impedían expresarlo.Comí tal y como me habían enseñado, cogiendo la cuchara cuando lo hacía Veraz y apartando los platos en cuanto él dejaba de interesarse por ellos.Ansiaba una buena bandeja de carne caliente con pan para mojar en la salsa, pero lo que nos ofrecieron fueron bocaditos de carne extrañamente sazonada, compotas de frutas exóticas, panes pálidos y verduras cocidas hasta la palidez para luego ser condimentadas.Era una impresionante exhibición de buena comida maltratada en nombre de la cocina de moda [ Pobierz całość w formacie PDF ]