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.Entonces, volviéndose hacia un cazo de cobre que estaba hirviendo sobre un pequeño fuego, levantó el recipiente y vertió un líquido ligero y oscuro en dos copitas de vidrio que había sobre una bandeja de cobre.Cogió la bandeja y me ofreció una copa diciendo:—Refréscate, amigo mío.Aceptando la copa, la llevé a mis labios.Estaba muy caliente, así que dudé.—¡Bebe! ¡Bebe! No te vas a quemar —dijo Amet, el cual levantó su copa y bebió del ardiente líquido—.¡Ah! Lo encontrarás de lo más refrescante.La infusión tenía un vago olor a hierbas, así que sorbí un traguito y el gusto no me pareció desagradable; sabía a pétalos de rosa combinados con corteza de árbol y algo de fruta.—Es muy agradable, Amet —dije, y mientras tragaba el elixir, mi corazón comenzó a latir muy rápido a causa de lo que Amet iba a decirme.—Te estarás preguntando —dijo— si he descubierto algo de interés para ti.—Así es —le aseguré—, aunque debo confesarte que todo lo que he aprendido hasta hoy me hace desconfiar de las fuerzas de la oscuridad.—¿Las fuerzas de la oscuridad? —Amet arqueó las cejas—.¡Ja, ja, ja! ¡Lo que hay que oír! Si eso es lo que piensas de mí, vete enseguida.¡Fuera! Vete ya.—En realidad —le respondí moviendo la cabeza—, ni yo mismo sé qué es lo que creo y lo que no.—Entonces permíteme asegurarte, mi escéptico amigo, que no me he pasado la vida perdiendo el tiempo en trivialidades.El mismo Dios, el mismo que puso las estrellas en movimiento, guía mi mirada sobre el curso del futuro.Esa es mi creencia.Bebimos en silencio un rato, y luego Amet dejó a un lado su copa y se cubrió las rodillas con las palmas de las manos.—He descubierto muchas cosas acerca de ti, amigo mío —dijo—.Si son de tu interés o no es un asunto que sólo tú puedes decidir.¿Quieres que te las cuente?—Sí, cuéntamelas, no tengo miedo.Los ojos del anciano se estrecharon mientras me miraba.—El temor invade con rapidez tu mente.Cuando dije que eras un vidente, me lo negaste.Ahora sé bien que lo eres, y creo que has visto algo de lo que el futuro reserva para ti, pues de otro modo el temor no aparecería en tus pensamientos.—Puede ser como tú dices —dije con vaguedad, tratando de no revelarle más.Si sus habilidades eran reales, y en verdad así lo esperaba, quería aprender de una fuente pura.—Ya que así son las cosas —continuó Amet—, ¿qué podría decirte yo que tú ya no sepas?Esto me pareció una trampa, un truco para atrapar a un ignorante o a un ingenuo y hacerle decir más acerca de sí, detalles que el vidente luego podría presentar como prueba de su veracidad y de su habilidad.—Imagina que no sé nada de lo que me vas a decir, porque en realidad, con todo respeto, Amet, hasta ahora no me has dicho nada.Las arrugas del anciano le dieron un aire de infinita compasión.—Muy bien —dijo, eligiendo un rollo de los que guardaba en su vasija.Desenrolló el pergamino, lo estudió un momento y comenzó a leer en voz alta:—Alabado sea Alá, sabio y magnífico, señor de reinos, padre de pueblos y naciones.Benditos sean todos aquellos que honran su nombre.—Diciendo esto, hizo una triple inclinación de cabeza, luego levantó los ojos hacia mí y dijo—: Tú, amigo mío, estás destinado a grandes cosas.—Levantando un dedo, me advirtió—: Pero este destino no se cumplirá sin grandes sacrificios.Esta es la voluntad de Dios: la virtud se adquiere a través del tormento; aquel que sea grande entre los hombres debe primero caer a lo más bajo.Amén, así sea.La profecía del viejo vidente me resultó inesperada y decepcionante; era, de hecho, considerablemente menos de lo que esperaba.Mi corazón dio un vuelco al oír lo que consideré mediocre y ordinario, nada más que una afirmación dudosa y ambigua unida a un manido aforismo.¿Era ésta la sabiduría que le dispensaba el Creador del universo?—Te lo agradezco, Amet —dije, tratando de esconder mi desagrado.Coloqué mi copa en la bandeja de cobre y me dispuse a partir—.Tendré en cuenta tus palabras.—Estás decepcionado —dijo el mago—.Lo puedo ver en tus ojos.Piensas que soy un tonto.—No —dije de inmediato—.Creo.esperaba que me dijeras algo que yo no supiera.—Y yo ya he dicho que no puedo decirte nada que tú ya no sepas, ¿no es cierto? —Su expresión se endureció—.Habla claramente, sacerdote.¿Por qué viniste a verme?—Pensé que podrías decirme algo de mi muerte [ Pobierz całość w formacie PDF ]