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.Los griegos celebraron su rara victoria sobre los caballeros enseñando los traseros al enemigo.Abatidos por la derrota, Bonifacio, el dux y otros jefes cruzados recurrieron a los líderes de la Iglesia para levantar la moral de las destrozadas tropas.Denunciaron que los griegos eran peores que los judíos, y el éxito fue rotundo.Como paso final para purificarse ante Dios y garantizar la victoria, los cruzados expulsaron a sus prostitutas del campamento.Pocas veces habían soportado tal sacrificio los ejércitos cruzados.La mañana del 12 de abril, los cruzados emprendieron su segundo asalto por tierra y por mar.La batalla creció en intensidad cuando ambos contendientes incorporaron más tropas.Los cruzados catapultaron vasijas repletas de un líquido ardiente a los griegos, que contaban por su parte con rocas, flechas y fuego.A pesar de su determinada furia, los cruzados no pudieron penetrar en las rotundas murallas de la ciudad.Pero entonces la fortuna bendijo a los cruzados.El viento cambió, impulsando a la flota del dux eufóricamente contra las murallas.Los caballeros, luchando con la furia de los desesperadamente endeudados, saltaron desde los puentes de ataque de los navíos —situados a casi cien pies del agua— a las murallas de la ciudad.Los griegos apuñalaron al primer caballero que saltó.El segundo, sin embargo, resistió el azote del enemigo, se alzó con toda su armadura y, como era ya tradición, los griegos dieron media vuelta y huyeron.Otros cruzados se apresuraron a seguirle y una sección de la muralla cayó en sus manos.Con la misma osadía, los cruzados pronto conquistaron otras secciones de la gran muralla de la ciudad.Mientras se centraban en aquella amenaza, los griegos apartaron la mirada de lo que era tal vez su punto más vulnerable.A lo largo del borde del agua las murallas tenían puertas que, en tiempos de paz, se usaban para cargar y descargar navíos mercantes.Cuando los cruzados se acercaron por primera vez a la ciudad en 1203, esas puertas estaban ya selladas, pero al parecer el trabajo de construcción no se había hecho allí tan a conciencia como en el resto de la muralla.Varios grupos de caballeros de las fuerzas especiales se concentraron pues en despedazar una de las puertas con espadas y picos mientras otros caballeros los defendían de los bombardeos de piedras y brea hirviendo.Los feroces caballeros ya habían conseguido practicar una pequeña brecha en la muralla.Miraron a través de ella y vieron a un enjambre de griegos que les estaba esperando al otro lado.El primer caballero que osase pasar sin duda sería hombre muerto.Uno de los clérigos cruzados, Aleumes, se introdujo por la estrecha abertura y emergió en la ciudad.Cargó contra los griegos él solo, armado con una espada y, ¿quién lo iba a decir?, los griegos hicieron lo que seguramente se había convertido en una costumbre consagrada de la época: dieron media vuelta y huyeron.Otros caballeros se fueron introduciendo por la brecha practicada en la muralla y, al cabo de unos instantes, ya había tres docenas de cruzados dentro de la ciudad.Murzuflo encabezó una carga y se lanzó contra ellos, pero cuando se acercaba a los caballeros se detuvo y consideró cuidadosamente la situación y… aunque parezca imposible, dio la vuelta y huyó.Un puñado de caballeros cruzados había aislado al poderoso emperador griego y a sus tropas.A continuación, los caballeros irrumpieron en masa en la ciudad.Se abrieron en abanico y se dirigieron al cuartel general de Murzuflo.Su guardia leal echó una ojeada a los cruzados sedientos de sangre… y dieron media vuelta y huyeron.De hecho, con la invasión en bloque de caballeros en la ciudad, la costumbre griega de dar media vuelta y huir alcanzó una escala impresionante.Aquella noche, al darse cuenta de que su posición era insostenible, Murzuflo siguió el camino trillado de los anteriores emperadores y huyó de la ciudad.Cuando la élite de la ciudad se despertó la mañana siguiente, el 13 de abril, se enteró de la noticia de la deserción del emperador.Para organizar la resistencia, echaron a suertes la elección del nuevo emperador, porque nadie en su sano juicio estaba dispuesto a prestarse voluntario para ese trabajo.El infortunado ganador fue Constantino Láscaris, quien conminó a todo el mundo para que resistiera a los cruzados.Pero solamente con ver a los caballeros preparándose para la batalla del día, los griegos dieron media vuelta y huyeron.Su nuevo emperador se unió a ellos a toda prisa abandonando la ciudad: era el segundo emperador que huía ese día y el tercero ese año.Cuando los caballeros estuvieron preparados para abrirse paso a través de la ciudad, no encontraron resistencia alguna.Nadie se opuso a ellos.Un contingente de líderes religiosos se les acercó y les suplicó clemencia [ Pobierz całość w formacie PDF ]