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.Con parsimonia, alzó los brazos para quitarse el complejo tocado hecho a base de plumas, tiras de papel y cintas de cuero, y al hacerlo sus pechos bailaron ante mis ojos.Cuando soltó su pelo me envolvió su aroma a liquidámbar.Mi excitación se hizo evidente, asà que de un ligero tirón aparté el taparrabos y me acerqué a ella.Nuestras piernas entraron en contacto, y su calor me enardeció aún más.Ella me acarició un hombro, el pecho, la barba.De sobra sabÃa yo lo que pensaban aquà del pelo en la cara, asà que agaché la mirada con vergüenza, pero ella me levantó la barbilla y unió sus labios a los mÃos.Luego se sentó a horcajadas sobre mà y engulló mi sexo como si una mano secreta tirara de él hacia sus entrañas.Ambos nos quedamos inmóviles, erguidos, pecho contra pecho, hasta que nuestras pelvis empezaron a moverse por su cuenta.Yo cerré los ojos y la rodeé suavemente con mis brazos.Durante todo el tiempo que estuvimos unidos, mis dedos recorrieron una y otra vez los intrincados tatuajes de sus caderas, el infinito juego de lÃneas que adornaba su cintura.Deseé que no amaneciera nunca, y cuando al fin lo hizo, recé para que la noche cayera pronto de nuevo.Mi compromiso era trabajar un año para mi suegro en compensación por privarle de su hija, y a ello me apliqué desde el principio.Cuando conocà al padre de Aixchel me pareció un hombre en extremo cauto y silencioso.Sin embargo, conmigo dejó a un lado esa pose y me brindó toda su ayuda y su confianza.Pronto hizo de mà un experto en navegar por la zona de Bacalar, tan llena de bajÃos y manglares.Me puso al dÃa en lo referente a las explotaciones de miel y de cacao, me guió por las rutas hacia el interior y las selvas del Peten, me introdujo con los itzaes de las montañas, que son quienes encuentran los núcleos de jade y obsidiana, y me puso en contacto con los comerciantes couohes y putunes que remontan los grandes rÃos del sur desde la lejana Tabasco.Gracias a él oà hablar por primera vez de Mochcouoh, el gran halach uinic de Champotón, al que no tardarÃa en conocer en difÃciles circunstancias.En muchas ocasiones le acompañé en sus viajes comerciales a las tierras altas de los mayas, a las montañas donde se crÃan los quetzales, y me enseñó los cazaderos, cómo colocar las redes y cómo arrancarles sus llamativas plumas sin causarles daño.De tantas idas y venidas saqué la conclusión de que una tierra tan extensa, donde además se hablaban varias lenguas, no podÃa ser una isla.Muchas cosas diferenciaban a Chetumal de Xamanzama, pero una de las más llamativas era su especial devoción a Ek Chuah, dios de los comerciantes, que también resulta ser patrono de los cultivadores de cacao.Junto a Aixchel asistà por primera vez al banquete que los dueños de árboles de cacao celebran en su honor allá por los últimos dÃas de la temporada seca.En dÃa tan señalado sacrifican y cocinan iguanas azules y un perro con manchas de color marrón en la piel al tiempo que queman una enorme cantidad de copal.El final de ese banquete fue el momento elegido por Aixchel para decirme que estaba embarazada.Semejante noticia espoleó mi deseo de viajar a Xamanzama para ir preparando el regreso, asà que le pedà a Hun Uitzil que me permitiera encabezar el envÃo que estaba preparando de metates, plumas de quetzal, miel y jade.El hombre me habÃa tomado aprecio, y aceptó sin poner ningún reparo.Casi dos meses estuve fuera, tiempo suficiente para terminar de talar la milpa y dejarla preparada para la siguiente temporada de lluvias.A finales de noviembre me desperté con la estera mojada.Era noche cerrada, pero Aixchel habÃa encendido una vela, objeto que desde la boda nunca faltaba en nuestra casa, y me miraba con los ojos muy abiertos.«El niño viene», me dijo en un susurro controlando una mueca de dolor.No sé cómo lo supieron, pero antes de que diera la voz de alarma, dos viejas hechiceras entraron en la habitación con una imagen de la diosa Ix Chel para colocarla bajo la almohada.Sin mediar palabra, una pasó una cuerda por la viga maestra, la ató y le hizo un nudo grande a tres codos del suelo, mientras la otra acariciaba la tripa de la parturienta y le untaba el sexo con sebo.Cuando decidieron que estaba preparada.Aixchel se colocó en cuclillas sobre un lebrillo en el centro de la habitación y se agarró con fuerza a la cuerda.Las mujeres le enrollaron una manta por la parte superior de la tripa y la retorcieron por la espalda.A cada contracción, ellas tiraban de la manta hacia abajo y ayudaban a la madre a empujar.Puede que fuera por la barba, mi fealdad o la fama de estrafalario, pero el caso es que nadie dijo que me fuera.Nunca habÃa visto una mujer de parto, y no puedo decir que fuera hermoso.Me pareció sucio y salvaje, pero no hubiera querido estar en ningún otro sitio.Nació un varón.Mi primer hijo, y varón.Me arrodillé junto a la madre para verlo bien.Estaba hinchado, amoratado y sucio de moco y heces, pero tenÃa dos ojos, dos orejas y diez dedos.Aixchel no habÃa expulsado todavÃa la placenta y aún les unÃa el cordón umbilical.Una de las mujeres colocó entonces una mazorca de maÃz debajo de éste y puso un cuchillo nuevo de obsidiana entre mis manos.Yo miré al niño, a la mazorca y a la mujer sin comprender qué esperaba de mÃ.—Corta el cordón —susurró Aixchel con una débil sonrisa.ObedecÃ.El llanto del niño pareció amainar con la salmodia de las viejas.El elote quedó manchado de sangre y las mujeres sonrieron satisfechas antes de llevarse el niño para lavarlo con agua frÃa.—Ahora sólo queda ponerlo junto al fuego y dejar que se seque —dijo Aixchel—.Con ese grano sembraremos la nueva milpa.Temblé como si tuviera fiebre, y me avergoncé de mà mismo al ver su sonrisa exhausta.Por suerte, ni soy noble ni mi hijo estaba destinado a ocupar ningún puesto de prestigio o poder, asà que no le deformaron la cabeza ni le forzaron la bizquera.A los diez dÃas lo sometieron a su primer ritual, le pusieron en la mano izquierda una pequeña rodela y en la derecha una saeta para que fuera hábil en su oficio cuando fuera mayor.Mi primer hijo.Nunca hubiera imaginado que uno de los mayores placeres que podÃa brindar la vida era ver mamar a un hijo.HabÃa visto hacerlo a cientos de niños, pero cuando veÃa la mano diminuta del mÃo apoyada en el pecho de su madre, tenÃa que hacer un gran esfuerzo para no aplastarlos a los dos con un abrazo.Al cumplir el año de la boda, justo antes de que empezara la estación de las lluvias, me despedà de los padres de Aixchel, empaquetamos nuestras pertenencias y viajamos a Xamanzama.Me produjo un enorme placer volver con mi mujer y mi hijo pequeño a la que ya consideraba mi casa, prender fuego a la milpa y entregarme a la siembra del maÃz fecundado con la sangre de mi familia.La viuda de Tekun tenÃa preparada la casa para su hermana, y nuestra llegada supuso una alegrÃa para todos
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