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.ParecÃa una mujer que se hubiera quedado dormida mientras leÃa en la cama.Louis se acercó a ella.«Hola, amor mÃo —pensó—, has vuelto a casa.»La sangre habÃa salpicado el papel de la pared de garabatos estúpidos.La habÃan apuñalado una docena de veces, o tal vez dos.Su bisturà habÃa hecho el trabajo.De pronto, la vio, la vio realmente, y Louis Creed se puso a gritar.Sus gritos resonaban en las paredes de aquella casa, en la que ahora sólo la muerte vivÃa y andaba.Con los ojos desorbitados, la cara lÃvida, el pelo erizado, Louis gritaba.Los sonidos que salÃan de su garganta congestionada eran como las campanas del infierno, unos gritos terribles que marcaban la pérdida no del amor, sino de la razón.De pronto, en su cerebro irrumpieron a un tiempo todas aquellas imágenes horrendas.VÃctor Pascow agonizando en la moqueta de la enfermerÃa, Church con fragmentos de plástico verde en los bigotes, la gorra de Gage, llena de sangre en mitad de la carretera y, lo peor de todo, aquella cosa que viera cerca del pantano, la cosa que arrancara un árbol a su paso, la criatura de los ojos amarillos, el "wendigo", el espÃritu de las tierras del norte cuyo contacto despierta apetitos inconfesables.A Rachel no la habÃan matado simplemente.Se habÃan ensañado con ella.(¡CLIC!)El clic sonó dentro de su cabeza.Era el chasquido de un relé al fundirse definitivamente, el sonido del rayo al caer, el sonido de una puerta al abrirse.Louis levantó la vista, aturdido, con el grito temblándole aún en la garganta, y allà estaba Gage por fin, con la boca ensangrentada y los labios abiertos en una sonrisa diabólica.En una mano sostenÃa el bisturà de Louis.Cuando fue a clavárselo, Louis retrocedió instintivamente, el bisturà le pasó rozando la cara y Gage perdió el equilibrio.«Es tan torpe como Church», pensó Louis, acabando de derribarlo con una zancadilla.Gage cayó de bruces y, antes de que pudiera levantarse, Louis ya estaba sentado sobre él, oprimiendo con una rodilla la mano que sostenÃa el bisturÃ.—No —jadeó la criatura, debajo de él, contrayendo la cara en una mueca y con una estúpida mirada de rencor en sus ojos mezquinos—.No, no, no.Louis sacó una de las jeringuillas.TenÃa que obrar con rapidez.Aquella cosa era resbaladiza como un pez engrasado, y no soltaba el bisturÃ, por más que le apretara la muñeca.Y su cara se transformaba a ojos vistas.Era la cara de Jud, con la fijeza de la muerte; era la cara destrozada de VÃctor Pascow, poniendo los ojos en blanco; era la propia cara de Louis como reflejada en un espejo, atrozmente pálida y marcada por la locura.Por fin, se transformó en la cara de la criatura del bosque, con su frente estrecha, los ojos amarillos, la lengua larga, puntiaguda y bÃfida, sonriendo sardónicamente y resoplando.—No, no, no-no-no.La cosa dio una fuerte sacudida y la jeringuilla rodó por el suelo del pasillo.Louis sacó otra y la clavó en los riñones de Gage.La cosa gritó, forcejeando hasta casi derribarle.Louis, con un gruñido, sacó la tercera jeringuilla, la clavó en el brazo de Gage y vació todo su contenido.Luego, se levantó y retrocedió por el pasillo.Gage se puso en pie lentamente y empezó a ir hacia él, tambaleándose.Dio cinco pasos y el bisturà se le cayó de la mano y quedó clavado en la madera, temblando.Diez pasos más, y empezó a apagarse aquella extraña luz amarilla de sus ojos.Otros dos, y cayó de rodillas.Entonces Gage le miró y, durante un momento, Louis vio a su hijo —su verdadero hijo— con la cara triste y dolorida.—¡Papá! —gritó, y cayó de cara.Louis permaneció un momento a la expectativa y se acercó a Gage con precaución, esperando algún truco.Pero no hubo truco, ni salto repentino al cuello con las manos agarrotadas.Louis le palpó la garganta con dedos expertos hasta encontrar el pulso.HacÃa de médico por última vez en su vida.Estuvo controlando el pulso hasta que se extinguió.Entonces Louis se levantó y se fue a un rincón del pasillo.Se sentó en el suelo, hecho una bola, apretándose contra el rincón más y más.Descubrió que abultaba todavÃa menos si se metÃa el pulgar en la boca, y asà lo hizo.* * *Allà se quedó durante más de dos horas.y entonces, poco a poco, empezó a perfilarse ante él una idea tenebrosa, pero, eso sÃ, perfectamente plausible
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