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.Y disfrutaba descubriendo la naturaleza con su perro.Tras identificarse, Wood le explicó parcialmente el motivo de su visita.Estaba interesada en conocer mejor al hombre cuya obra protegÃa, lo cual era lÃcito, y asà pareció entenderlo Zericky, que asintió con un breve gesto de la cabeza.Wood se entregó a un divertido monólogo sobre las «enormes dificultades de encontrar al verdadero Van Tysch» en los numerosos libros que se habÃan escrito sobre él.De modo que habÃa decidido zambullirse de lleno en el problema y entrevistar al gran amigo de su infancia.«Cuénteme todo lo que recuerde —le pidió—, aunque crea que no tiene importancia.»Zericky entornaba los párpados.Tal vez sospechaba razones más profundas en la visita de Wood, pero no parecÃa deseoso de indagar.De hecho, la petición le agradaba.Era evidente que le gustaba hablar y no disponÃa de mucha gente que lo escuchara.Primero lo hizo sobre él: daba clases en un instituto de Maastricht, aunque el año anterior habÃa solicitado una excedencia para poder cumplir con todos sus proyectos aplazados.HabÃa publicado varios libros sobre la historia del Limburgo meridional y actualmente se hallaba en fase de recopilación para escribir un estudio definitivo sobre Edenburg.Luego comenzó a hablar de Van Tysch.Se habÃa levantado a coger una sucia carpeta de la estanterÃa.ContenÃa fotografÃas.Le pasó algunas a Wood.—En el colegio era un niño increÃble.Mire.Era la tÃpica imagen de curso escolar.Las cabezas de los niños resaltaban blancas y abultadas como cabezas de alfiler.Zericky se inclinó detrás de Wood.—Yo soy éste.Y éste es Bruno.Era muy hermoso.Te quitaba el aliento mirarlo, fueras niño o niña.En sus ojos ardÃa un fuego inagotable.Su cabello color carbón, heredado de su madre española, sus labios gruesos y sus cejas negras, como trazadas con tinta, formaban un conjunto armónico como el rostro de un dios antiguo.Asà lo recuerdo.Pero no sólo era belleza sino.¿Cómo explicarlo.? Como una de sus pinturas.Algo que iba más allá de lo que se ve.No podÃamos hacer otra cosa que rendirnos a sus pies.Y a él le encantaba.Disfrutaba dirigiéndonos, ordenándonos.HabÃa nacido para crear cosas con los demás.Por un instante los ojos de Zericky se abrieron de par en par, y fue como si invitaran a Wood a entrar dentro de ellos y mirar lo que habÃan mirado.—Inventó un juego, y a veces lo jugaba conmigo en el bosque: yo me quedaba quieto y Bruno colocaba mis brazos como querÃa, o mi cabeza, o mis pies.DecÃa que yo era su estatua.No podÃa moverme hasta que él me lo permitÃa, ésas eran las reglas, aunque debo decir que las reglas también las habÃa inventado él.¿Le parece a usted que Bruno hacÃa lo que le daba la gana? Pues sà y no.Más bien era una vÃctima.Zericky hizo una pausa para guardar la foto en la carpeta.—A lo largo de todos estos años he pensado mucho en Bruno.He llegado a la conclusión de que nunca le importó nada ni nadie, en efecto, pero no por desinterés real sino por pura cuestión de supervivencia.Se acostumbró a sufrir.Recuerdo un gesto muy suyo: cuando algo le dañaba, elevaba los ojos al cielo como implorando ayuda.Yo le decÃa entonces que parecÃa Jesucristo, y a él le agradaba aquella comparación.Bruno siempre se consideró un nuevo Redentor.—¿Un nuevo Cristo? —repitió Wood.—SÃ.Creo que asà se ve a sà mismo.Un dios incomprendido.Un dios hecho hombre a quien hemos torturado entre todos.19.30 hEstaba ahà fuera.De repente Lothar Bosch se habÃa sentido dominado por aquella terrible convicción.Estaba ahà fuera.El Artista.Esperando.Hendrickje, que tenÃa una fe supersticiosa en su olfato de viejo sabueso, hubiera apostado cualquier cosa a que no se equivocaba.«Si eso es lo que sientes, Lothar, no lo pienses más: déjate llevar.» Se levantó con tanta brusquedad que Nikki se volvió hacia él, intrigada.—¿Ocurre algo, Lothar?—No.Es que me apetece estirar las piernas.Llevo horas sentado.Quizá también dé un paseo hasta el otro control.De hecho, se le habÃa dormido una pierna.La sacudió ligeramente golpeando el suelo con el zapato.—Llévate un paraguas: no llueve mucho pero puede calarte —dijo Nikki.Bosch asintió y salió de la roulotte sin paraguas.Afuera, en efecto, llovÃa, no en exceso aunque sà con cierta obcecada insistencia, pero la temperatura era agradable
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