[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Steve esperaba que Harris prorrumpiese en defensa de su cliente, apelando a su legendaria fuerza y a sus huevos de acero —conocÃa bien a los tipos trajeados y a los agentes, y Harris era las dos cosas—, pero guardo silencio y esperó a su respuesta.Quizá no fuese tan estúpido al fin y al cabo, pensó Steve.Quizá incluso se preocupaba sinceramente por ese cliente en particular.—Ustedes lo conocen mejor que yo —dijo Steve—.Yo hablé con él por primera vez hace dos semanas, y no he leÃdo ninguno de sus libros.Harris, a juzgar por su expresión, no parecÃa en absoluto sorprendido.—Precisamente por eso se lo preguntó —repuso Appleton—.Nosotros lo conocemos desde hace demasiado tiempo.Yo desde 1985 cuando alternaba con la beautiful people en las salas de fiestas, y Bill desde 1965.Es el Jerry GarcÃa del mundo literario.—Eso es injusto —protesto Harris frÃamente.Appleton hizo un gesto de indiferencia.—«Unos ojos nuevos ven más claro» decÃa mi abuela.Asà que contésteme, señor Ames, ¿lo cree capaz?Steve se dio cuenta de que la cuestión era seria, quizá incluso vital, y reflexionó al respecto durante casi un minuto.Sus dos interlocutores aguardaron pacientemente.—Bueno —dijo por fin—, no sé si en las recepciones será capaz de comerse el queso y mantenerse alejado del vino, pero en cuanto a si puede llegar a California en la moto.sÃ, probablemente.Se le ve fuerte.Sin duda tiene mucho mejor aspecto que Jerry GarcÃa en su última etapa, eso se lo aseguró.He trabajado con muchos rockeros a quienes les dobla la edad que están bastante peor que el.Appleton le lanzó una mirada inquisitiva.—Me baso sobre todo en la expresión que veo en su cara.Quiere hacerlo.Quiere salir a la carretera, incordiar a más de uno, tomar nota de algunos nombres.Y.—Steve recordó de pronto su pelÃcula preferida, una que veÃa en video prácticamente todos los años: Un hombre, con Paul Newman y Richard Boone.El recuerdo le provoco una sonrisa—.Y parece un hombre que tiene aún redaños de sobra.—Ah —dijo Appleton, y bajó la vista un tanto desconcertado.Steve no se sorprendió.Si Appleton habÃa tenido alguna vez redaños, pensó Steve, probablemente los habÃa ya perdido cuando empezó a estudiar en Exeter, Choate o dondequiera que fuese a lucir sus chaquetas de sport y sus corbatas del Partido Republicano.Harris se aclaró la garganta.—En fin, si damos ya por zanjado ese punto, el último Mandamiento.Appleton gimió.Harris fingió no oÃrlo y siguió mirando a Steve.—El quinto y último Mandamiento es —repitió—: No debe recoger autoestopistas.Ni hombres ni mujeres, pero sobre todo nunca mujeres.Por eso probablemente Steve Ames no dudó ni por un instante cuando vio a la muchacha junto a la carretera en las afueras de Ely, una muchacha delgada de nariz torcida y pelo teñido de dos colores.Se arrimó al arcén y se detuvo.2La muchacha abrió la puerta del camión pero no subió a la cabina inmediatamente.Simplemente miró a Steve con sus ojos azules por encima del asiento cubierto de mapas.—¿Eres buena persona? —pregunto.Steve pensó por un momento y asintió con la cabeza.—Si, supongo —contestó—.Fumo dos o tres puros al dÃa, pero nunca doy un puntapié a un perro que no sea mayor que yo, y envÃo dinero a mi mamaÃta cada seis meses.—¿No intentaras abusar de mi, o algo asÃ?—No —aseguró Steve, sonriendo.Le gustaba el modo en que la muchacha mantenÃa sus ojos azules fijos en el.ParecÃa una niña absorta en un tebeo—.A ese respecto me controlo bastante bien.—¿Y no serás un asesino en serie o un psicópata?—No, pero ¿de verdad crees que te lo dirÃa si lo fuera?—Probablemente lo verÃa en tus ojos —repuso la muchacha del pelo bicolor, y aunque parecÃa hablar en serio, una sonrisa asomó a sus labios—.Soy un poco adivina, colega, no mucho pero un poco si.En su misma dirección paso un estruendoso camión frigorÃfico al rebasarlos el conductor protesto con un prolongado bocinazo, pese a que Steve habÃa detenido su compacto Ryder casi en la cuneta y ese momento no circulaba ningún otro vehÃculo por la carretera.Pero eso no tenÃa nada de raro
[ Pobierz całość w formacie PDF ]