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.DebÃa decidir si discutir aquel punto era más importante que hacer una amiga.Decidà que no.—De acuerdo —dije.Miré al camarero e hice el gesto de pedir la nota—.Acepto tu incapacidad para aceptarlo.—¿SÃ? —preguntó ella, mirándome con atención.—SÃ.—Y pensé que era verdad—.Si podemos tomarnos un café de vez en cuando, claro.O simplemente saludarnos en el vestÃbulo.—Por supuesto.Pero me pareció que estaba ausente, no del todo en la conversación.Estaba mirando el cubo de metacrilato con el centavo de acero en su interior.Luego levantó la vista y me miró a mÃ.Casi pude ver como una bombilla se encendÃa sobre su cabeza, como en los dibujos animados.Extendió el brazo y cogió el cubo.Jamás serÃa capaz de expresar el terror tan intenso que sentà cuando hizo eso, pero ¿qué podÃa decirle? Éramos neoyorquinos en un local limpio y bien iluminado.Por su parte, ella ya habÃa establecido las reglas del juego y excluido con firmeza lo sobrenatural.Lo sobrenatural quedaba fuera de los lÃmites.Todo lo demás serÃa volver al principio.Y habÃa una luz en los ojos de Paula.Una luz que sugerÃa que la señora Vamos, Toma Nota estaba en casa, y sé, por experiencia personal, que es muy difÃcil resistirse a esa voz.—Regálamelo —propuso ella, sonriendo directamente a mis ojos.Cuando hizo eso vi (por primera vez, la verdad) que era tan sexy como bonita.—¿Por qué?Como si no lo supiera.—Considéralo mis honorarios por escuchar tu historia.—No sé si es buena…—Lo es —dijo.Ella estaba sucumbiendo a su propia inspiración, y cuando la gente hace eso, raramente acepta un no por respuesta—.Es una idea estupenda.Me aseguraré de que al menos esta pieza de coleccionismo no regrese a tu casa meneando el rabo alegremente.Tenemos una caja fuerte en el apartamento.Hizo una pantomima encantadora: cerró la puerta de la caja fuerte, giró la combinación y tiró la llave por encima del hombro.—De acuerdo —acced×.Te lo regalo.Experimenté algo que bien podrÃa ser alegrÃa espiritual.Llámenlo la voz del señor Vamos, Lo Lograrás.Al parecer, haberme quitado aquel peso de encima no era suficiente.Ella no me habÃa creÃdo, y al menos una parte de mà querÃa que me creyesen y le molestaba que Paula no lo hiciera.Esa parte de mà sabÃa que permitir que se llevara el cubo de metacrilato era una idea muy mala, pero al mismo tiempo se alegró al ver que guardaba el cubo en el bolso.—Ya está —dijo ella con vivacidad—.Mamá, di adiós, que todos se vayan.Quizá, si esto no ha vuelto dentro de una semana (o dos, supongo que eso depende de lo testarudo que sea tu subconsciente), podrás empezar a deshacerte del resto de las cosas.Para mÃ, esa frase fue el verdadero regalo de aquel dÃa, aunque entonces yo aún no lo sabÃa.—Quizá —dije, y sonreÃ.Una enorme sonrisa para mi nueva amiga.Una enorme sonrisa para la mamá bonita.Y entretanto pensaba: Lo entenderás.Vamos.Y lo hizo.Tres dÃas después, mientras estaba viendo a Chuck Scarborough explicar las últimas penurias de la ciudad en las noticias de las seis, sonó el timbre de la puerta.Como no esperaba visita, supuse que serÃa el correo, incluso podrÃa ser Rafe con algo de la FedEx.Abrà la puerta y ahà estaba Paula Robeson.No era la misma mujer con la que habÃa almorzado.A esta versión de Paula Robeson podrÃamos llamarla señora Vamos, Qué Quimioterapia Más Horrible.TenÃa los labios pintados pero no estaba maquillada, y su tez mostraba un enfermizo tono amarillo blancuzco.Bajo los ojos tenÃa unos arcos oscuros de color púrpura.Si se habÃa peinado antes de bajar del quinto piso, no le habÃa quedado muy bien.El pelo parecÃa paja y se le encrespaba a ambos lados de la cabeza como en las tiras cómicas de los periódicos; en otras circunstancias me habrÃa parecido gracioso.SostenÃa el cubo de metacrilato frente a su pecho, lo que me permitió advertir que las bien cuidadas uñas de esa mano habÃan desaparecido.Se las habÃa comido, hasta la raÃz
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