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.Tenía depto, comida, mujer, dólares.Una ganga, te digo.De repente subía dizque muy preocupado: ¿Sabes qué? Ahí abajo te están buscando unos agentes de Immigration.¿Qué les digo? Puta madre, yo sentía las piernas como de chicle.Según él, los tenía sobornados.Y claro, yo tenía que sobornarlo a él, ¿ajá? Toda la coca que nos metíamos se pagaba de sobra con la que yo vendía, y el resto de los gastos salía de mis habilidades maritales.¿Sabes cómo le hacía para comprarme ropa y pinturas y perfumes? Tenía que sacar del dinero que me iba clavando, pero igual no podía comprar nada sin permiso del Nefas.Y él jamás me creía que eran regalos.Decía: A las pirujas se les compra con lana, no con pendejaditas.Era siempre la misma escena: le pedía el permiso, me preguntaba con qué dinero, le enseñaba el dinero, me llovían bofetadas, lo aguantaba gritándome de putita ratera para arriba y al final me decía: Ok, cómprate tus mierdas esas.Magnánimo, el cabrón.En la foto de la postal acabo de salir de una chamba en el Plaza: le saqué cuatrocientos a un argentino y le robé tres mil en cheques de viajero, mismos que ya cambié con éxito rotundo.Digo, una se supera.O sea que estoy triste, pero contenta.De pronto el Santa Claus me da una idea revolucionaría: ¿qué tal un regalito para la niña Víoletta? Y zas: que me emociono.¿Qué podía comprar en Saks que fuera más o menos fácil de ocultar? No se me ocurrió nada, así que me seguí caminando por la Quinta, hasta que cuando menos lo esperaba: Bingo-bíngo-bingo.Puta madre, se me hizo agua la hormona.Ya sé que con tres mil pránganas dólares no haces el gran milagro en Tiffany, y en este caso me faltaban nada más dieciocho.O más bien trece, ya contando los cinco que tenía escondidos en el tubo del toallero.Un dineral, ¿ajá? Sobre todo si lo conviertes en salarios mínimos, que es lo que hacen los pránganas para poder imaginarse las fortunas.Por eso dije: Que se chinguen los jodidos, yo quiero ese reloj.POSTAL 4: Una indiscreta comezón en la muñecaTodos los días iba a Tiffany a verlo.Una vez hasta me sacaron porque a huevo quería tomarle una polaroid.Me acuerdo que el policía me empujó hasta la calle y me advirtió: No puedes traspasar la puerta de Tiffany.Cuatro días después ya estaba yo de vuelta, con la lana completa.Entré, pagué el reloj, me lo puse, salí y se lo embarré en la jeta al policía, para que le quedara claro que el único que nunca iba a pasar de esa puerta era él.Por eso en la postal me ves con la muñeca izquierda encimada en la ceja derecha: lo que quiero es que salga el reloj en la foto.Un Bulgari con brillantitos sueltos en la carátula, no apto para voluntarias de la Cruz Roja.Más de un año lo tuve escondido dentro de un casillero, en un boliche cerca del Madison.Iba, jugaba sola media hora y muy discretamente guardaba el relojito en mis zapatos.Los metía con todo y bola en el casillero y me salía a la calle tan tranquila, como seguramente salía mi mamá del banco luego de haber cambiado sus pesos por dólares: sabiendo que era rica pero causando lástimas.Yo porque finalmente venía de putear, y mi mamá porque traía el dinero de la Cruz Roja escondido en ingenuas bolsas del mandado.Genes ladrones y mediocres, pero también: eran los que me estaban sacando del hoyo.Antes de ese reloj yo no pensaba más que en pasonearme; gracias a él volví a pensar en mí o no sé, tuve ilusiones.Cada vez que iba a Tiffany decía: Diosito, ayúdame.¿Te conté que lloraba como loca cuando me confesaba? Y eso que no decía ni la mitad de mis pecados.Más bien los iba confesando en abonitos.Which means: El del reloj lo confesé cuando ya lo tenía en mi muñequita.No es que fuera pecado comprarme un reloj, sólo que casi todo me lo había robado.Ratera’s time, ¿ajá?POSTAL 5: ¡Manos arriba!En la foto me ves recostadita en una súper cama, con el velo de novia encima.El que la hace de novio es un maridito que me llamaba siempre que llegaba a New York.Tenía esposa, hijos, toda la función, pero viajaba solo, cargando con mi traje de novia.Todas las noches que él se quedara en la ciudad, yo tenía que estar vestida así.Velo, crinolina, ligas, zapatos, everything.Hasta que un día le dio por regalármelo.Tenía que seguir usándolo con él, pero también tenía otras ideas.¿Tú crees que no iba a haber más cojos del mismo pie? A los hombres les puede enloquecer que una haga cosas de ésas, no hay ni que preguntarles.Es como si le dices a un niño: ¿Qué prefieres, helado de vainilla o sopa de verduras?Luego venían las polaroids.Nos tomábamos unas indecentísimas, y entonces yo decía: Chin, tengo que recobrarlas.Ése era mi pretexto, ¿ajá? Me hacía la dormida en la mañana y esperaba a que se metiera a bañar el incauto.Un segundo después pegaba el brinco, me vestía y echaba a andar las uñas.Para cuando salía el ruco de la regadera, yo ya andaba en la calle con las fotos.Más el reloj, la cartera, a veces hasta la computadora.Y sí, era yo una traidora inmunda, pero mejor traidora que traicionada.¿Cuántas esposas se divorcian y dejan al marido en la calle? Yo agarraba unos billetes, un reloj, cualquier cosa y me largaba.Sin abogados, sin pensión alimenticia, sin luego andar contando de sus pinches miserias en la cama.¿Ratera? ¿Cuál ratera? Yo estaba reclamando mis derechos de esposita, y con la polaroid me aseguraba de que el ex maridito no me iba a desconocer.La coartada está lista, señorita Schmidt.Queda usted para siempre fuera de esta historia.Además, los hacía hablar muchísimo.No sabes luego todo lo que me contaban: los defectos más íntimos de sus viejas, los trinquetes que hacían en el trabajo, los hijos que tenían no sé dónde.Por eso hasta sin fotos me iba tranquila.Aparte, si algo sobra en New York son los hoteles.Das un madrazo en uno, lo dejas descansar un tiempo y luego vuelves triunfalmente.El chiste es nunca desfalcar al hotel, sólo a los huéspedes.De hecho, sólo los huéspedes que ha visto una sin ropa.Por los demás Violetta no responde.Ya era mayor de edad, pero si se ponían necios les decía: Ok, me falta un mes para cumplirlos.Y tú no te imaginas la jeta que planta un abuelito cuando su concubina le insinúa que es menor de edad.Concubina: qué asco de palabra.Puta es mucho más práctica y se oye menos fea.Según decía Nefastófeles, podían levantarme no sé cuántos cargos por andar concubineando.Y lo decía muy serio el pendejete, como si él no tuviera ni que ver.Si un día me llegaba a agarrar la policía, más iban a tardar en tomarme las huellas que en detenerlo a él: my motherfuckín’ pimp [ Pobierz całość w formacie PDF ]