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.DebÃa de saber que yo harÃa de intermediario.Sentà en mi interior la aquiescencia de Veraz.Chade.Siempre en la sombra.—Piensa conmigo otra vez —me rogó—.¿Qué sucederá luego?TenÃa razón.Ésta no era una eventualidad aislada.—Tendremos visita.El duque de Osorno y sus nobles.El duque Mazas no es alguien que envÃe emisarios por un asunto como éste.Vendrá en persona y exigirá respuestas, y todos los ducados costeros escucharán lo que se le diga.Su costa es la más expuesta de todas, salvo la de Gama.—En ese caso deberemos darle respuestas dignas de escucharse —declaró Kettricken.Cerró los ojos.Se llevó las manos a la frente un momento y luego se apretó las mejillas.Comprendà el enorme esfuerzo que hacÃa por mantener el control.Dignidad, se decÃa, calma y racionalidad.Inspiró y volvió a mirarme—.Voy a ver al rey Artimañas —anunció—.Le preguntaré acerca de todo esto.Toda esta situación.Le preguntaré qué piensa hacer.Es el rey.Tiene que reafirmar su posición.—Me parece una sabia decisión —le dije.—Debo ir sola.Si me acompañas, si estás siempre a mi lado, me hará parecer débil.PodrÃa dar pie a rumores de cisma en el reino.¿Lo comprendes?—Desde luego.Aunque anhelaba escuchar con mis propios oÃdos lo que le dijera Artimañas.Indicó los mapas y objetos que habÃa ordenado en una mesa.—¿Tienes un lugar seguro para todo eso?Los aposentos de Chade.—SÃ.—Bien.Hizo un ademán y me di cuenta de que seguÃa cerrándole el paso.Me hice a un lado.Cuando pasó a mi lado me envolvió por un momento su perfume de zumaque.Se me aflojaron las rodillas y maldije el destino que enviaba esmeraldas a reconstruir casas cuando deberÃan adornar aquel cuello tan esbelto.Pero también sabÃa, y me enorgullecÃa, que si se las pusiera en las manos en ese momento ella insistirÃa en que se emplearan en la reconstrucción de Ferry.Me las guardé en un bolsillo.Quizá lograra suscitar la ira del rey Artimañas y éste exprimiera las monedas de las bolsas de Regio.Quizá, cuando regresara, esas esmeraldas pudieran acariciar todavÃa aquella piel cálida.Si Kettricken hubiera mirado atrás, habrÃa visto al Traspié ruborizado por los pensamientos de su marido.Bajé a los establos.Era un lugar que siempre me proporcionaba tranquilidad y, con Burrich lejos, me sentÃa un poco obligado a echarle un vistazo de vez en cuando.No es que Manos hubiera dado señales de necesitar mi ayuda.Pero cuando me acerqué a las cuadras esta vez habÃa un grupo de hombres delante de ellas y se escuchaban voces airadas.Un caballerizo de corta edad se columpiaba de la brida de un inmenso caballo de tiro.Un joven algo mayor tironeaba de una anilla sujeta a las riendas del animal, intentando apartar al caballo del pequeño, ante la mirada de un hombre vestido con los colores de Haza.El animal, de natural plácido, se resentÃa de los tirones.Alguien iba a salir lastimado de un momento a otro.Me metà en medio sin demora y arrebaté el bocado al sobresaltado muchacho al tiempo que sondeaba conciliador hacia la noble bestia.No me reconoció como habrÃa hecho antaño, pero se serenó.—¿Qué ocurre aquÃ? —pregunté al caballerizo.—Llegaron y sacaron a Mogote de su cajón.Sin preguntar siquiera.Me ocupo de ese caballo todos los dÃas, pero ni siquiera se molestaron en decirme qué estaban haciendo.—Tengo órdenes.—empezó el hombre que se habÃa limitado a hacer de espectador.—Estoy hablando —lo atajé, y me volvà hacia el muchacho—.¿Te ha encargado Manos algo concreto con respecto a este caballo?—Sólo lo de siempre.El joven estaba al borde del llanto cuando llegué al escenario de la contienda.Ahora que tenÃa un aliado en potencia, hablaba con más confianza.Se enderezó y me miró a los ojos.—Entonces está bien claro.Este caballo vuelve a su compartimiento hasta que Manos diga lo contrario.Ningún animal sale de las cuadras de Torre del Alce sin el consentimiento del maestro de caballerizas.El muchacho no habÃa soltado en ningún momento las correas de Mogote.Dejé las riendas en sus manos.—Eso pensaba yo, sir —me dijo, contento.Giró sobre sus talones—.Gracias, sir.Vamos, Mogotillo.El joven se fue con el enorme caballo caminando plácidamente tras él.—Tengo órdenes de llevarme ese animal.El duque Carnero de Haza quiere que sea enviado rÃo arriba de inmediato.El hombre vestido con los colores de Haza se dirigÃa a mà resoplando con fuerza.—Conque eso quiere, ¿verdad? ¿Y se lo ha comentado a nuestro maestro caballerizo?Estaba seguro de que no.—¿Qué está pasando?Éste era Manos, que venÃa corriendo con las orejas y las mejillas sonrosadas.ResultarÃa cómico en cualquier otra persona.Tratándose de Manos, sabÃa que estaba enfadado.El hombre de Haza se irguió.—¡Este hombre, y uno de tus mozos de cuadra, se han entrometido cuando venÃamos a sacar nuestra propiedad de los establos! —declaró con voz altanera.- Mogote no es propiedad de Haza.Nació aquà mismo, en Torre del Alce.Hace seis años.Yo estaba presente en el parto —señalé.El hombre me dirigió una mirada condescendiente.—No hablaba contigo.Estoy hablando con él.Señaló a Manos con el pulgar.—Tengo nombre, sir —acotó Manos frÃamente—.Manos
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