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.Si los franceses han cargado de excesiva claridad la nostalgia, si le han sustraído ciertos prestigios íntimos y peligrosos, la Sehnsucht, por el contrario, agota lo que hay de insoluble en los conflictos del alma alemana, descoyuntada entre la Heimat y el Infinito.¿Cómo podría encontrar un apaciguamiento? De un lado, la voluntad de estar sumergido en la indivisión del corazón y de la tierra; del otro, la de absorber siempre el espacio en un deseo insatisfecho.Y como la extensión no ofrece límites, y con ella crece la tendencia a nuevos vagabundeos, la meta retrocede a medida que se avanza.De aquí el gusto exótico, la pasión por los viajes, la delectación en el paisaje en tanto que paisaje, la falta de forma interior, la profundidad tortuosa, juntamente seductora y repelente.No hay solución a la tensión entre la Heimat y el Infinito: es estar enraizado y desarraigado al mismo tiempo, no haber podido encontrar un compromiso entre el hogar y lo lejano.¿El imperialismo, constante funesta en su última esencia no es la traducción política y vulgarmente concreta de la Sehnsucht?No sabríamos insistir suficientemente sobre las consecuencias históricas de ciertas aproximaciones interiores.La nostalgia es una de ellas; nos impide reposar en la existencia o en lo absoluto; nos obliga a flotar en lo indistinto, a perder nuestros agarraderos, a vivir a la intemperie en el tiempo.Estar arrancado de la tierra, exilado en la duración, desgajado de las raíces inmediatas, es desear una reintegración a las fuentes originales de antes de la separación y el desgarramiento.La nostalgia es sentirse perpetuamente lejos de casa; y, fuera de las proporciones luminosas del Hastío, y de la postulación contradictoria del Infinito y de la Heimat, toma la forma de vuelta a lo finito, hacia lo inmediato, hacia una llamada terrestre y maternal.Del mismo modo que el espíritu, el corazón forja utopías: y la más extraña de todas es la de un universo natal, donde uno reposa de sí mismo, un universo-almohada cósmica de todas nuestras fatigas.En la aspiración nostálgica no se desea algo palpable, sino una especie de calor abstracto, heterogéneo al tiempo próximo de un presentimiento paradisíaco.Todo lo que no acepta la existencia como tal, confina con la teología.La nostalgia no es más que una teología sentimental; donde el Absoluto está construido con los elementos del deseo, donde Dios es lo Indeterminado elaborado por la languidez.La soledad, cisma del corazónEstamos abocados a la perdición siempre que la vida no se revela como un milagro, siempre que el instante no gime ya bajo un escalofrío sobrenatural.¿Cómo renovar esta sensación de plenitud, estos segundos de delirio, estos relámpagos volcánicos, estos prodigios de fervor que rebajan a Dios a simple accidente de nuestra arcilla? ¿Por medio de qué subterfugio revivir esta fulguración en la cual incluso la música nos parece superficial; como el desecho de nuestro órgano interior?No está en nuestra mano el lograr que vuelvan los arrebatos que nos hacían coincidir con el comienzo del movimiento, convirtiéndonos en dueños del primer momento del tiempo y artesanos repentinos de la Creación.De ésta no percibimos ya más que el despojamiento, la realidad lúgubre: vivimos para desaprender el éxtasis.Y no es el milagro lo que determina nuestra tradición y nuestra sustancia, sino el vacío de un universo privado de sus llamas, ahogado en sus propias ausencias, objeto exclusivo de nuestra rumia: un universo solitario ante un corazón solitario, predestinados, uno y otro, a desgarrarse, y a exasperarse en la antítesis.Cuando la soledad se acentúa hasta el punto de constituir no tanto nuestro dato como nuestra única fe, cesamos de ser solidarios con el todo: heréticos de la existencia, somos excluidos de la comunidad de los vivientes, cuya sola virtud es esperar, anhelantes, algo que no sea la muerte.Pero liberados de la fascinación de esta espera, expulsados del ecumenismo de la ilusión, somos la secta más herética, pues nuestra misma alma ha nacido en la herejía.«Cuando el alma está en estado de gracia, su belleza es tan sublime y admirable que sobrepasa incomparablemente todo lo que hay de hermoso en la naturaleza, y encanta los ojos de Dios y de los Ángeles» (Ignacio de Loyola).He intentado establecerme en alguna gracia; he querido liquidar las interrogaciones y desaparecer en una luz ignorante, en cualquier luz desdeñosa del intelecto.Pero, ¿cómo alcanzar el suspiro de felicidad superior a los problemas, cuando ninguna «belleza» te ilumina, y Dios y los Ángeles son ciegos?Antes, cuando Santa Teresa, patrona de España y de tu alma, te prescribía un trayecto de tentaciones y de vértigos, el abismo trascendente te maravillaba como una caída en los cielos.Pero esos cielos se han desvanecido —como las tentaciones y los vértigos— y, en el corazón frío, se han apagado para siempre las fiebres de Avila
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