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.Por favor, Lirio.—añadió el leñador, sintiéndose avergonzado de sà mismo—.Ya no me quedan más ideas.Lirio asintió distraÃdamente, rodeó su huevo de dingus con la mano y empezó a escrutar la mirada los retazos de cielo que podÃa ver.Después alzó las manos como una adoradora del sol, y rezó.—¡Eh, cuidado! —chilló Lirio.Una docena de soldados aparecieron a la carrera doblando la esquina.Las hojas de sus espadas y sus prendas de cuero estaban manchadas con la sangre de Ordando.Pero el grito de Lirio hizo que se detuvieran.—¡Saltad! ¡Por ahÃ!Gaviota se volvió hacia el edificio que estaba señalando, y vio que se encontraba tan lejos que no podrÃa haberlo alcanzado con una flecha.Pero flexionó las piernas y saltó.Y no volvió a bajar.Su cuerpo se aligeró de repente, como si se hubiera lanzado al agua.Sus pies se agitaron de un lado a otro, enredándose y entrechocando como si hubiera saltado desde un arenal.Los soldados se fueron volviendo más y más pequeños, y acabaron desapareciendo detrás de él.Otras siluetas subÃan a su alrededor.La capa de Lirio onduló y aleteó hasta que la joven pareció estar cubierta de espuma marina.A pesar de su apurada situación, Stiggur sonreÃa de puro deleite ante aquella nueva sensación: el muchacho no habÃa tenido tiempo de disfrutar de su caÃda anterior.Gaviota se alegró de que los soldados de Benalia no fueran armados con arcos y flechas.El edificio que habÃan escogido como meta, de piedra en la parte inferior y de ladrillo arriba, se alzó ante ellos como una pequeña montaña.Lirio movió la mano en el vacÃo como si le diera palmaditas al aire, dirigiéndolos hacia abajo: era la primera vez que Gaviota la veÃa controlar sus movimientos durante un vuelo.Un instante después vio que el tejado, que se extendÃa detrás de un pequeño parapeto, estaba ligeramente inclinado y recubierto de tejas.Canalillos forrados de plomo dirigirÃan el agua de lluvia hacia bocas en forma de gárgolas colocadas en las esquinas del tejado.Lirio fue la primera en aterrizar, haciéndolo con la gracia de una bailarina y subiendo las rodillas instintivamente al posarse.El descenso de Gaviota fue más violento, y estuvo acompañado por un golpe sordo cuando todo su peso volvió de repente y casi le dislocó los tobillos.Stiggur, cargado con el peso inconsciente de la heroÃna benalita, acabó con el trasero en el tejado, pero consiguió evitar que la cabeza de Rakel chocara con las tejas.Hammen se habÃa agarrado a la capa que envolvÃa a su madre.Volviendo a concentrarse inmediatamente en su oficio, Bardo se limpió la espada en la capa para quitarle la sangre pegajosa que la cubrÃa, y después la envainó.El paladÃn descolgó su arco largo del hombro, probó la cuerda y sacó una flecha de la aljaba.—¡Prrepárrate parra disparrar! —le gritó a Gaviota.Gaviota se colgó el hacha del cinturón con un movimiento casi mecánico que manchó de sangre su chaleco de piel de ciervo.Después empuñó su arco largo mientras contemplaba sus nuevas defensas.El tejado estaba vacÃo y consistÃa en cuatro extensiones inclinadas de tejas de pizarra, con sólo una trampilla de madera en el centro.Cuatro pisos más abajo, un gran número de siluetas negras estaban convergiendo sobre el edificio como otras tantas hormigas soldado.—¿Contra qué vamos a disparar?Bardo lamió las plumas de la flecha para alisarlas y dejarlas lo más unidas posible, y después inclinó la cabeza hacia el este, allà donde la aglomeración de edificios de la ciudad empezaba a ser menos grande.Los cuarteles y los campos de entrenamiento debÃan de quedar en aquella dirección.Gaviota tragó saliva.Procedente de aquella dirección se aproximaba una bandada de wyverns, pequeños dragones del tamaño de un buey que tenÃan el cuerpo gris oscuro y los estómagos de un amarillo sucio, con el hocico corto, el delgado rostro cubierto de escamas y largas alas de gran envergadura cuyos bordes estaban tan afilados como una guadaña.Encima de los wyverns viajaba la versión benalita de la caballerÃa: nueve lanceros, todos con sus armas dirigidas hacia ellos.«Atacados por tierra y por aire», pensó el leñador.Estaban realmente atrapados.* * *—Por todos los dioses.—murmuró Helki, y empezó a toser.Mangas Verdes entornó los párpados, intentando ver algo a través de la niebla acre que le quemaba los ojos y los pulmones.Estaba hundida hasta los tobillos en una gruesa capa de cenizas y pequeños fragmentos de metal quemado y retorcido.Cuando se movió, los montones de restos crujieron y se agitaron como si estuvieran infestados por manadas de ratas metálicas.La joven hechicera no podÃa ver más allá de tres metros en cualquier dirección, pues la neblina estaba por todas partes y ondulaba a su alrededor como la humareda de un bosque en llamas.Mirara donde mirase, e incluso en el aire, sólo habÃa destrucción.Channa tosió.—Esto hace que el último lugar en el que hemos estado parezca un paraÃso —murmuró con voz perpleja y asustada mientras volvÃa la cabeza de un lado a otro.Los demás asintieron con toses y gemidos ahogados.Channa empuñó su arco corto y se alejó para explorar, moviéndose cautelosamente con los ojos entrecerrados.—Pero ¿qué sitio es éste? —resopló Helki.La centauro movió su larga lanza emplumada en un lento cÃrculo, como si hubiera peligro acechándoles por todas partes.Helki intentó ver algo desde su mayor altura, haciendo crujir los restos bajo sus cascos.La mayor parte de los escombros consistÃa en trozos de huesos muy viejos.Una silueta se movió velozmente en el lÃmite de su campo visual, y Mangas Verdes se sobresaltó.Parpadeó, intentando expulsar las motitas que se le metÃan en los ojos, y acababa de convencerse de que todo habÃan sido imaginaciones suyas cuando otra silueta surgió de la nada: era una forma oscura, con relucientes dientes blancos y ojos rojizos, que le habrÃa llegado a la cintura si hubiese estado erguida.Y un instante después la silueta desapareció.—Hemos llegado —murmuró la druida—.El Infierno de los Artefactos.Un plano de demonios.Phyrexia.El cerebro está aquÃ.Puedo sentir su presencia.Pero eso era todo lo que podÃa percibir, pues sus fuerzas se habÃan esfumado.Todo se volvió negro, y Mangas Verdes cayó de bruces sobre las cenizas._____ 18 _____Gaviota y Bardo tensaron las cuerdas de sus arcos y enfilaron las puntas de las flechas hacia los dos lanceros que encabezaban la carga de la caballerÃa volante.—¿Montura o jinete? —preguntó el leñador.—Da igual —replicó el paladÃn—.Uno no sirrve de nada sin la otrra.¡Esperra hasta que estés segurro de no fallarr!—¡Ahora! —gritó Gaviota.Tragó aire y apuntó su flecha hacia un pecho de un color amarillo sucio, para que si fallaba alcanzara al jinete que habÃa detrás.«Es extraño», pensó
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