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.Yo había probado la mordida de la soledad y me negaba a admitirlo.Con estos pensamientos me acerqué a Estrella un día, mientras devoraba con avidez unas fresas silvestres que crecían cerca del río.Necesitaba saber.—Estrella —le dije—, cuando tú te marches ¿podré irme contigo? —casi supliqué.—¿Qué dices? —Sus palabras sonaban como si ya supiese que esta conversación iba a desencadenarse de un momento a otro—.¡Eso no puede ser! Ya te dije cuál es tu misión y no voy a discutir más sobre ello —señaló enfurruñada.—¿Por qué? No entiendo por qué.¿Quién decide eso? ¿Quién tiene la potestad para elegir mi trayectoria? ¿Por qué debo yo permanecer aquí sola y prisionera? —Mis preguntas sonaban a recriminaciones.—No estarás sola y no eres una prisionera.Nunca fuiste más libre como humana de lo que lo eres ahora —explicó mientras sacaba brillo con delicadeza a una fresa.Me exasperaba la tranquilidad con la que se lo tomaba todo, especialmente cuando estábamos hablando de cosas tan trascendentales como mi propio futuro.—Eso es lo que tú dices, pero la realidad es que te marcharás y yo me quedaré aquí tirada cuidando de unos toros de piedra, que, para colmo, no entiendo siquiera por qué motivo debo proteger, porque esas explicaciones que me diste sobre la energía universal y todo eso, sinceramente, no las comprendo —sentencié apenada.—¡Claro que no lo entiendes! Pretendes aprender todo de golpe, y eso, Aura, no es posible.Si hay una lección que debes asimilar, incluso antes que la de volar, es la de tener paciencia.Tú no la tienes, y mientras no aprendas a tomar los acontecimientos tal como vienen, en su justa medida, lo vas a pasar muy mal en el mundo feérico.Aquí el tiempo no cuenta.¡Destierra esa idea de tu cabeza! ¡Aprende a mirarlo todo bajo otro prisma! Sólo así conseguirás sobrevivir, y hablo muy en serio.—Estas últimas palabras sonaron en un tono muy grave.Las hadas, me preguntaba, ¿podrían volverse locas? Empezaba a creer que sí y que yo acabaría por estarlo, si es que no lo estaba ya.Estrella hablaba con tal contundencia que me hacía dudar de los argumentos que momentos antes me resultaban tan lógicos.Sin embargo, seguía sin comprender nada.Era obvio que estaba metida de lleno en un mundo desconocido para mí, complicado o muy simple, peligroso o seguro, extraño o atrayente, anárquico o subyugado a unas reglas invisibles, no escritas, solitario o repleto de vida, maravilloso u horripilante, en el que no pasaba nada u ocurría de todo y yo no era capaz de verlo.O era todo eso y nada al mismo tiempo.Allí, en medio del bosque, rodeada por la naturaleza, me sentí llena y vacía a la vez.Estrella, que parecía ajena a mis pensamientos, en realidad estaba muy atenta, porque me dijo que conocía esa sensación, que la había vivido a través de todas las encantadas que había conocido y que imaginaba cómo debía sentirme.Afirmaba que era cuestión de tiempo, que algún día terminaría por integrarme casi del todo.Entonces me habló de Tujú.Decía que aunque yo no podía verle, de momento, él estaba ahí, entre las ramas de los árboles.Tujú era un búho.Estrella dijo que a partir del instante en el que ella se marchase, no sólo podría verle, sino que no sería capaz de despegarme de él.Sería como un guardián, como un espía, como una presencia silenciosa que estaría siempre conmigo, día y noche.Su misión era vigilarme, ver qué hacía, seguirme; a veces, aconsejarme.; otras, recriminarme.Toda encantada está sometida a un vigilante, que dependiendo de la región cambiará de forma.Son muy conocidas, por ejemplo, las tradiciones asturianas que hacen referencia al cuélebre[24], una enorme serpiente con alas y escamas impenetrables, que hace resonar los bosques con su silbo, que no se separa de las encantadas y que tan sólo es vencido por el sueño en la noche de San Juan.Por más que me esforzaba en mirar entre las ramas de los árboles, no era capaz de verle.—¿Por qué se esconde? —pregunté—.¿Me tiene miedo?—No se esconde y no siente ningún temor por ti.¡Está ahí! —dijo señalando hacia una rama al tiempo que inclinaba la cabeza a modo de saludo.Pero yo no podía verle, era tan invisible a mis ojos como yo a los tuyos.—¿Y qué hay de los toros? ¿Cómo cuidar de algo sin saber qué es lo que se supone que tengo que hacer? —pregunté de nuevo.—Eso, querida Aura, tendrás que descubrirlo por ti misma.De momento, soy yo quien se ocupa de ellos, ¿o no has notado mis ausencias al amanecer? ¿Quién crees que los está cargando de energía estos días? —inquirió.Era cierto.Todos los días, al alba, Estrella desaparecía durante un rato sin que yo supiese adonde se dirigía.Pero ¿por qué no podía explicarme cómo hacer esa tarea? ¿Qué había de malo en ello? La verdad, por aquel entonces, no era capaz de desentrañar la lógica de las hadas.Me sentía como una extraña dentro de un mundo repleto de hermetismo.Supongo que eso le ha ocurrido a toda encantada, y únicamente la vivencia es la que coloca a las nuevas hadas en su justo lugar.Aunque, claro., yo no era como todas.Había algo en mí distinto, un rasgo diferenciador que tan sólo serviría para traerme, a la larga, serias complicaciones.Tal vez, si no hubiese tenido la capacidad de soñar tan desarrollada no habría tenido tantos quebraderos de cabeza.En el tiempo del CangrejoUna tarde tormentosa Estrella me contó que quedaba muy poco para que le cambiasen su destino, al igual que el tiempo había cambiado.Los días eran más cortos y oscuros.La luna se adueñaba con mayor facilidad del entorno, abriéndose paso caprichosamente entre las nubes.Pronto llegaría otra nueva encantada a la que tenía que instruir como lo estaba haciendo conmigo, y yo pasaría a ser historia olvidada.El hada informadora afirmaba que lo que me quedaba por aprender era ya cosa mía.Lo cierto es que aún era incapaz de volar, y después de la experiencia con Copalta, la verdad, sentía miedo.Estrella había intentado varias veces que repitiese el salto, pero me había negado.Es verdad que había aprendido a alimentarme por mí misma, que no tenía conflictos con los seres vivos que me rodeaban, que conocía algunos de los secretos de las plantas.No sabía cómo ocuparme de los toros, me aterraba tener que quedarme sola allí y no acababa de acostumbrarme a la vida del bosque [ Pobierz całość w formacie PDF ]