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.Reanudó la escalada una vez más.Del lugar donde apoyaba la mano se desprendió un fragmento de roca, y una nubecilla de polvo y piedrecitas le cayó en la mejilla derecha sin que tan siquiera lo advirtiera.Toda su atención se hallaba concentrada en la mano que avanzaba, en el equilibrio de sus pies en el más insignificante relieve de la roca.Se sentía como una mota, una partícula que desafiaba la gravedad, agarrándose con un dedo aquí, apoyando un pie allá, aferrándose a la lisa superficie de la roca a veces sólo a base de pura fuerza de voluntad.Nueve improvisados clavos abultaban uno de sus bolsillos, pero se resistía a usarlos.El martillo, igualmente improvisado, pendía del cinturón, al final de una cuerda corta cuyo nudo sus dedos habían memorizado a la perfección.Nayla había presentado algunas dificultades negándose a entregar su pistola láser.Sin embargo, había obedecido la orden terminante de Siona de que la acompañase.Una mujer extraña… anormalmente obediente.—¿No has jurado obedecerme? —le había preguntado Siona.Ante estas palabras, la falta de cooperación de Nayla había desaparecido.Más tarde, Siona había comentado:—Siempre obedece mis órdenes directas.—Entonces quizá no tengamos que matarla —replicó Idaho.—Preferiría no tener que intentarlo.No creo que puedas ni hacerte una idea de lo que son su fuerza y su rapidez.Garun, el Fremen de Museo que soñaba en convertirse en un “verdadero Naib a la antigua usanza”, había sido el que había sugerido la idea de esta ascensión al responder a la pregunta de Idaho:—¿Cómo vendrá el Dios Emperador a Tuono?—De la misma forma que eligió para realizar una visita en tiempos de mi tatarabuelo.—¿Y cómo fue? —quiso saber Siona.Estaban sentados a la sombra polvorienta de la casa donde se alojaban, protegiéndose del sol de la tarde el día en que se hiciera público el anuncio de que el Dios Emperador iba a celebrar la ceremonia de su boda en Tuono.Varios hombres de Garun, agachados en cuclillas, formaban un semicírculo alrededor del portal donde se hallaban sentados Idaho y Siona en compañía de Garun.Dos Habladoras Pez se paseaban por las inmediaciones escuchando.Nayla debía presentarse de un momento a otro, Garun señaló a la altísima Muralla que se elevaba detrás del poblado, con el borde reluciendo con un brillo dorado bajo la potente luz del sol.—El Camino Real llega hasta aquí arriba, y el Dios Emperador tiene un aparato que le permite descender suavemente desde las alturas.—Es un dispositivo instalado en su carro —dijo Idaho.—Suspensores —especificó Siona—.Los he visto.—Mi tatarabuelo dijo que él y los suyos llegaron en gran número siguiendo el Camino Real.El Dios Emperador descendió con su aparato hasta la plaza del pueblo, y los demás bajaron por cuerdas.Idaho, pensativo, repitió:—Cuerdas.—¿Por qué vinieron?—Para demostrar que el Dios Emperador no había olvidado a sus Fremen, o al menos eso decía mi tatarabuelo.Fue un gran honor y un magno acontecimiento, pero no tanto como esta boda.Idaho se levantó mientras Garun se encontraba todavía hablando.Desde un lugar cercano, un poco más abajo de la calle mayor, se disfrutaba de una excelente vista de la Muralia, una vista que abarcaba desde las arenas de la base hasta el bosque superior iluminado ahora por el sol.Con grandes zancadas, Idaho se dirigió hasta la esquina de la casa donde se alojaban y salió a la calle mayor.Allí se detuvo, dio media vuelta y miró a la Muralla.Una simple ojeada bastaba para comprender por qué todo el mundo decía que aquella cara resultaba imposible de escalar.Incluso entonces, resistió a la tentación de pensar en calcular la altura que tendría.Lo mismo podían ser quinientos metros que cinco mil.Lo importante residía en lo que un estudio más detallado reveló después: diminutas fisuras transversales, descascarillamientos, grietas, hasta un angosto reborde situado a unos veinte metros de los montones de arena de la base… y otro reborde a unos dos tercios de la ascensión total.Sabía que una parte inconsciente de su ser, una parte antigua y responsable, en la cual podía confiarse, estaba ya tomando las medidas necesarias, comparándolas a su propio cuerpo: tantos largos de Duncan hasta aquí, un lugar donde agarrarse ahí, otro allá.Sus propias manos.Ya se sentía realizando la escalada.Se hallaba efectuando aquel primer examen cuando desde detrás de su hombro derecho oyó la voz de Siona que le decía:—¿Qué estás haciendo? —La muchacha se había acercado sin ruido, y estaba mirando lo mismo que él miraba.—Me siento perfectamente capaz de escalar la Muralla —dijo Idaho—.Si llevara una cuerda ligera, podría instalar otra más gruesa por la que podríais subir fácilmente los demás.Garun se reunió con ellos a tiempo de escuchar estas palabras.—¿Por qué quieres escalar la Muralla, Duncan Idaho?Fue Siona la que contestó a Garun en vez de él, con una amplia sonrisa.—Para dar la bienvenida al Dios Emperador.Eso había sido antes de que sus dudas, sus propios ojos y la ignorancia de todo lo relativo a una escalada hubieran comenzado a minar la confianza de aquellos primeros momentos.Con la expresión propia del inicio de un proyecto, Idaho había preguntado:—¿Qué anchura tiene el Camino Real ahí arriba?—No lo he visto nunca —contestó Garun— pero según dicen es muy ancho.—Por lo visto un gran ejército puede marchar de frente, o al menos eso dicen.Y hay puentes, lugares para contemplar el río, y… y oh, es una maravilla.Idaho preguntó:—¿Cómo no has subido nunca ahí arriba para verlo tú mismo?Garun se limitó a encogerse de hombros y señaló a la Muralla.En aquel momento llegó Nayla y dio comienzo la discusión sobre la escalada.A medida que trepaba, Idaho pensaba en aquella discusión.¡Qué extraña la relación entre Nayla y Siona! Eran como dos conspiradoras… aunque no exactamente.Siona mandaba y Nayla obedecía.Pero Nayla era una Habladora Pez, la Amiga a quien Leto había confiado el primer examen del ghola.Ella reconocía pertenecer a la Policía Real desde la infancia, ¡qué portentosa fuerza la suya! Con aquella fuerza, tenía algo de pavoroso su forma de someterse a la voluntad de Siona.Era como si Nayla prestara oído a unas voces interiores que le indicaban lo que debía hacer.Entonces obedecía.Idaho avanzaba en la escalada buscando un nuevo lugar donde agarrarse
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