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.—Hice un juramento y toda la pesca —Newton vaciló—.Bueno, más o menos.¡Y me pagó el mes por adelantado!—¿Y ésos dos quiénes son? ¿Amigos tuyos o.? —empezó a preguntar Anatema, pero se calló.Azirafel se volvió y el perfil por fin encajó—¡Ya sé de qué me suena! —gritó, poniéndose en pie delante de Newton en tanto que el suelo daba sacudidas—.¡Vamos!—¡Pero va a ocurrir algo atroz!—¡ Si me ha estropeado el libro, seguro que sà !Newton rebusco en su solapa y encontró su alfiler oficial.No sabia a qué iban a enfrentarse esta vez, pero lo único que tenÃa era un alfiler.Corrieron.Adán miró a su alrededor.Miróhacia abajo.Su rostro tomó una expresiónde inocencia calculada.Hubo un instante de conflicto.Pero Adán estaba en su terreno.Siempre y en última instancia en su terreno.Con una manodescribió un semicÃrculoborroso.Azirafel y Crowley sintieron el mundo cambiar.No se oÃa un solo ruido.Ni un crujido.Sólo estaba el lugar que habÃa dado origen a un volcán de poder satánico; sólo humo que se dispersaba, y un coche avanzando lentamente, hasta que se paró, con el fuerte ruido de su motor en el silencio nocturno.Era un coche viejo, pero bien conservado.Obviamente no empleaba el método de Crowley, mediante el cual bastaba con desear que los rascones desaparecieran; se veÃa enseguida, aquel coche tenÃa el aspecto que tenÃa porque el dueño se habÃa pasado todos los fines de semana de dos décadas haciendo lo que el manual decÃa que se hiciera los fines de semana.Antes de emprender un viaje, siempre daba la vuelta al coche, comprobaba las luces y contaba las ruedas.Unos hombres serios que fumaban en pipa y lucÃan bigote habÃan escrito instrucciones serias que decÃan que habÃa que hacerlo, asà que él lo hacÃa; porque era un hombre serio que fumaba en pipa y lucÃa bigote, y no se tomaba semejantes órdenes a la ligera, porque si lo hiciera, ¿adónde irÃa a parar? TenÃa el seguro correcto.ConducÃa a cinco kilómetros por debajo del lÃmite de velocidad, o a sesenta y cinco, fuera cual fuera lo más reducido.Llevaba corbata, incluso el sábado.ArquÃmedes dijo que con una palanca lo bastante larga y un lugar lo bastante sólido donde colocarse, podÃa mover el mundo.PodrÃa haberse colocado encima del Señor Young.La puerta del coche se abrió y salió el Señor Young.—¿Qué pasa aquÃ? —preguntó—.¿Adán? ¡Adán!Pero los Ellos avanzaban como centellas hacia la puerta.El Señor Young miró a la trastornada asamblea.Al menos Crowley y Azirafel habÃan sabido controlarse y habÃan escondido las alas.—¿En qué lÃo se ha metido ahora? —suspiró, sin esperar demasiado una respuesta.—¿Pero qué estará haciendo? ¡Adán! ¡Ven aquà inmediatamente!Adán rara vez hacÃa lo que su padre querÃa.El Sgto.Thomas A.Deisenburger abrió los ojos.Lo único que tenÃa de raro su entorno era lo familiar que le resultaba.Su foto del instituto estaba colgada de la pared, y la banderita de barras y estrellas en el vaso de lavarse los dientes, junto al cepillo de dientes, e incluso su oso de peluche, aún con el uniforme.Los rayos de sol del atardecer entraban por la ventana de su habitación.OlÃa a tarta de manzana.Aquello era lo que más habÃa echado de menos al pasar las noches del sábado tan lejos de casa.Bajó las escaleras.Su madre estaba en la cocina, sacando una enorme tarta de manzana del horno para dejarla a enfriar.—Hola, Tommy —saludó—.CreÃa que estabas en Inglaterra.—SÃ, mamá, estoy prescriptivamente en Inglaterra, protegiendo el democratismo, mamá, señor —dijo el Sgto.Thomas A.Deisenburger.—Estupendo, cielo —repuso su madre—.Tu padre ha ido al campo con Chester y con Ted.Se alegrarán de verte.El Sgto.Thomas A.Deisenburger asintió.Se quitó el casco militar y su chaqueta militar y se arremangó la camisa militar.Por un instante pareció más pensativo que en toda su vida.Parte de sus pensamientos los ocupaba la tarta de manzana.—Mamá, si algún sujeto trata de establecer comunicados telefónicamente con el Sgto.Thomas A.Deisenburger, mamá, señor, dicho individuo.—¿Cómo dices, Tommmy?Tom Deisenburger colgó su arma en la pared, encima del rifle maltrecho de su padre.—Mamá, digo que si alguien llama, estaré en el campo con papá, con Chester y con Ted.La furgoneta se acercó lentamente a las puertas de la base aérea.Frenó.El guardia del turno de medianoche miró por la ventanilla, comprobó los papeles del conductor y le indicó con un gesto que pasara.La furgoneta serpenteó por el cemento.Aparcó en el asfalto de la pista de aterrizaje vacÃa, cerca de unos hombres sentados que compartÃan una botella de vino.Uno de ellos llevaba gafas de sol.Sorprendentemente, nadie parecÃa prestarles la menor atención.—¿Estás diciendo —preguntó Crowley— que Él lo tenÃa todo planeado asÃ? ¿Desde el principio?Azirafel limpió a conciencia la boca de la botella y se la pasó.—Tal vez —contestó—.PodrÃa ser.Siempre podrÃamos preguntárselo a Él, ¿no?—Tal y como yo lo recuerdo —repuso Crowley pensativo—, no era muy dado a las respuestas directas.Más bien, más bien no contestaba.Se limitaba a sonreÃr, como si supiera algo que tú no sabÃas.—Lo cual es cierto, naturalmente —constató el ángel—.Si no, no tendrÃa gracia, ¿no crees?Se quedaron en silencio, mirando meditabundos al infinito, como si estuvieran recordando cosas en las que no pensaban desde hacÃa mucho tiempo.El conductor de la furgoneta salió del vehÃculo con una caja de cartón y unas tenacillas.En el asfalto habÃa una corona de metal deslustrado y una balanza.El hombre las recogió con las tenacillas y las metió en la caja.Entonces se acercó a los dos de la botella.—Disculpen, caballeros —dijo—.Busco una espada que deberÃa estar por aquÃ, o al menos eso pone aquÃ, y me preguntaba.Azirafel se puso nervioso.Miró a su alrededor, algo desconcertado, se levantó y descubrió que llevaba la última hora entera sentado encima de la espada.Se agachó y la cogió.—Lo siento —se disculpó, y metió la espada en la caja.El conductor de la furgoneta, que llevaba una gorra de International Express, dijo que no tenÃa importancia, y que era una bendición de Dios que ellos dos estuvieran allà porque alguien tenÃa que firmar para certificar que le habÃa sido entregado lo que tenÃa que recoger, y vaya dÃa más ajetreado, como para olvidarlo, ja.Azirafel y Crowley contestaron que vaya que sÃ, y Azirafel firmó la carpeta que le tendió el conductor, corroborando asà que el repartidor habÃa recibido una corona, una balanza y una espada y tenÃa que entregarlas en una dirección emborronada y cargar el envÃo a una cuenta borrosa.El hombre hizo ademán de regresar a la furgoneta, se detuvo y se volvió
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