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.La distraÃda se sintió perdida, y experimentó una gran angustia.No sabÃa qué tren habÃa tomado en lugar del correcto, y por consiguiente no podÃa tomarlo de vuelta.Decidió recurrir a una solución poco digna, la de elegir una persona ante la cual aparecerse.Por una parte los niños le gustaban, pero no les creÃa capaces de darle las informaciones necesarias; también le caÃan bien los ancianos, pero le asustaba su charla, su obsesión por ser indiscriminadamente útiles.Al final eligió a un señor con un aire a un tiempo tranquilo y excesivamente pensativo; el cual, a decir verdad, era ligeramente propenso a las alucinaciones, fantasÃas paranoicas, estados crepusculares: en suma, tenÃa una idea del mundo extremadamente realista y articulada.CreÃa en las hadas, en los números mágicos, en el buque fantasma.Cuando el hada se materializó delante de él, el señor le saludó de manera solemne, y expresó con sobria elocuencia el placer de encontrar un hada tan distinguida.Aunque era un hombre modesto, ¿podÃa serle útil en algo? SÃ, podÃa.Se sintió muy halagado.El hada le explicó su problema, y el señor excesivamente pensativo le acompañó gentilmente a la estación, le subió al tren adecuado, le explicó en qué estación debÃa apearse, y se despidió con una reverencia.Se alejó con los ojos llenos de lágrimas, ya que se habÃa dado cuenta de que en aquel momento quedaba explicada toda su vida, pero que la explicación no se repetirÃa.El hada sintió nostalgia del señor pensativo, y pensaba que serÃa correcto volver a visitarle; después se le olvidó.El señor pensativo jamás olvidó al hada; de vez en cuando acude a la estación a ver pasar aquel tren; de vez en cuando sube a él, y recorre dos o tres estaciones.Después baja, regresa, e intenta conservar firmemente en sus débiles manos aquel mÃnimo significado, pero significado total, gracia concedida por un hada distraÃda, a él, el hombre más insignificante y tonto de toda la ciudad.SESENTA Y SIETEEl animal perseguido por los cazadores experimenta, durante su fuga silenciosa y precavida, innumerables transformaciones que hacen imposible una descripción cientÃficamente aceptable.En efecto, en la primera parte de la fuga se parece a la zorra, tiene el pelo rojizo, pero un hocico más largo que el habitual en las zorras o en otros felinos; tiene una cola larga e inquieta, y moviéndola borra sus huellas; rara vez, sin embargo, los perros se dejan engañar por esta fácil astucia, por lo que la fiera comienza a cambiar de forma y color.En ocasiones se pone verde, de modo que puede mezclarse y ocultarse en la espesura de la selva, y tiene ásperos aguijones, que mantienen a distancia a los asaltantes; ha perdido la cola, y corre a grandes saltos, con repentinos cambios de dirección.Puede suceder que los cazadores intenten herirla, mientras mantiene esa forma, lanzándole piedras con honda; ya que, en tanto que no cambie de aspecto, no pueden hacerlo de otra manera.Las piedras rara vez le hieren: pero sà le molestan, se estiran hasta convertirle en una especie de serpiente alada de color azul, que se desliza lisa y húmeda entre la hierba y la roca; silba, y de su boca sale un tenue vapor: tiene los ojos amarillos.Los cazadores pueden arrojar flechas contra la serpiente alada: pero aunque den en el blanco, no se hunden en la carne, sino que sólo hieren ligeramente la piel, sin sangre.Pese a sus alas, la serpiente no vuela a no ser a ras de tierra; y si algún cazador fuera capaz, con un veloz caballo, de atraparla y asaetearla en la boca, la bestia morirÃa; pero los caballos tan veloces son escasos y en general asustadizos.Una vez ahÃ, le resta a la fiera una última mutación; ya alargada, vemos cómo se aplana, igual que algunos peces, hasta el punto de que entre la parte de arriba y la de abajo existe a veces un espesor de pocos centÃmetros.Una vez asÃ, es un animal vasto, casi una ancha luna delgada; fácil blanco, y el cazador puede disparar con el fusil, sin errarla; pero su materia es tan escasa, que las balas la atraviesan sin que nunca, o casi nunca, la hieran.Pero poco tiempo le queda al cazador: en efecto, inmediatamente el monstruo, sin darse la vuelta, cambia el atrás y el delante, y perros y caballos y cazadores se encuentran delante de una enorme boca dentada, que taciturna, abierta de par en par, les afronta, les descuartiza, les desgarra y les devora
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