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.Adoras su cuerpo oscuro, delgado y fibroso, sus carnes prietas, sus pezones marrones, su escaso bello corporal, adoras el fuerte chorro de su semilla cuando eyacula.—De repente, Ellen dejó de hablar y frunció el ceño— Aunque supongo que deberÃas haber usado un condón —dijo.—Sólo es una fantasÃa, Ellen —protestó Jody—.¿O es que no te acuerdas de que yo no me puse el casco para montar a caballo?—Ya lo sé, pero creo que hasta en las fantasÃas hay que hacer hincapié en el sexo seguro —declaró Ellen mirando a Camilla, pero no encontró ningún apoyo en ella—.Es igual.Te despiertas al amanecer y extiendes la mano esperando encontrar a tu hombre, pero no está.Te pones algo encima, sales fuera y lo encuentras acurrucado junto a una oveja.No estás muy segura de cómo debes tomártelo, pero él te llama y tú te acercas y te acuestas a su lado, junto a la oveja.Al amparo del calor que despide el animal, volvéis a hacer el amor bajo las estrellas que se van apagando ante el empuje del sol de la mañana.Él es pasional y tierno al mismo tiempo, de manera que te quedas un mes entero y te acostumbras al té aceitoso y al olor de la mantequilla de yak y de la cebada y al sorprendente calor de las ovejas.Hacéis tantas veces el amor cada dÃa que acabas perdiendo la cuenta.Pero luego empiezas a añorar una ducha caliente, algo de fruta, ropa limpia y un poco de conversación.Además, el breve verano del Himalaya está tocando a su fin, asà que, aunque te dé mucha pena, decides marcharte.—Resulta conmovedor —comentó Camilla.—Pues bien —dijo Jody retomando el hilo—, después de un par de paradas, acabas en el centro de Tokio.Tráfico, ropa cara, luces de neón, grandes almacenes, chiringuitos donde venden fideos y más gente en una sola esquina de la que has visto durante todo el mes que te has pasado en Nepal y en el TÃbet.Te sientes un poco mareada, asà que te tocas nerviosamente el pesado collar de plata que te regaló tu amante tibetano.Al cruzar una calle, un hombre vestido con traje y corbata te coge del codo.Lo miras con curiosidad, sin saber bien cómo reaccionar.Aunque te habla en japonés, entiendes la palabra «café».Desde luego, un café te sentarÃa bien.Pasáis junto a varios cafés con un aspecto cálido y acogedor, y tú se los señalas, pero al final lo sigues hasta un callejón donde hay un establecimiento con un aspecto bastante sucio.Empiezas a sentir cierta desconfianza.Ésta aumenta cuando te das cuenta de que al hombre le faltan dos dedos.Aunque tienes la cabeza un tanto espesa de tanto viajar, piensas que debe de ser un gángster yakuza.Lo mejor será que te tomes el café y que luego salgas de ahà lo más rápido que puedas.La camarera te trae el café y le hace un gesto con la cabeza al hombre.Eso te hace sentir todavÃa más intranquila.Mientras bebes el café empiezas a recordar historias sobre la trata de blancas de los yakuza.La droga que te han echado en el café empieza a hacer efecto, pero todavÃa consigues ver a través de una neblina cómo el yakuza saca de su cartera de mano una copia de La belle guarra australiana à la plage, la pelÃcula porno que hiciste en Cannes.Eso es lo último que recuerdas antes de despertar.La cabeza te da mil vueltas y sientes los párpados pesados.Poco a poco, vas recobrando la conciencia.Estás acostada, desnuda, sobre una mesa larga y baja.Alrededor de la mesa hay unos veinte hombres japoneses con la cabeza inclinada, todos ellos vestidos con atuendos tradicionales.Mientras intentas comprender lo que está sucediendo, adviertes que tienes pequeñas cosas más por todo el cuerpo.Intentas levantar la cabeza, pero estás tan mareada que tienes que volver a bajarla inmediatamente.Aun asÃ, has tenido tiempo para ver que te han convertido en una bandeja de todo tipo de sushi y sashimi.Te han afeitado el pelo del pubis y de las axilas y sientes la cara muy tirante, de modo que supones que la tienes maquillada con una gruesa capa de la pintura blanca que suelen utilizar las geishas.Tienes todo el pubis cubierto con algo caliente, que más tarde te darás cuenta de que es arroz.Pero, además, detectas algo dentro de la vagina: ¿un pulpo enano?Y otra cosa metida en el ano: ¿un pedazo de anguila? Lo que te quema en los labios, en el clÃtoris y en los pezones debe de ser wasabi, la mostaza picante de los japoneses.Tu sexo está desesperadamente necesitado, a punto de explotar, y los pezones te duelen de lo duros que están.Los hombres, que son bastante apuestos, parecen salidos de una pelÃcula de Kurosawa: todo triangularidad, con prendas llenas de brocados y las cabezas rapadas.No paran de mover la cabeza arriba y abajo, exclamando con regocijo todo tipo de cosas que tú no entiendes.Después de admirarte un buen rato, uno exclama: «¡tedakimas!» (¡Que aproveche!) y los demás lo repiten a coro.Uno de ellos te coge un trozo de atún crudo del ombligo con sus palillos de bambú.Se lo traga y, ante los ánimos de los demás, se agacha y te planta un beso mojado en el ombligo.Después es la locura.Algunos de los hombres prescinden de los palillos y comen el pescado con la boca, aprovechando cada ocasión para apretar los labios lascivamente contra tu piel.Es una auténtica bacanal.Ahora, los hombres empiezan a dar vueltas alrededor de tu cuerpo, llenándose la boca con el arroz de tu pubis y chupando el wasabi de tu vulva.Te lamen, te besan, te mordisquean, te tocan, te acarician y te frotan el cuerpo entero.Uno devora lentamente el pulpo que tienes en la vagina y otro te levanta, te separa las nalgas con las manos y se come la anguila.Y entonces uno de ellos se abre la bata y acerca su anguila, recta y brillante, hacia tu boca.Tú, que estás hambrienta, se la comes.Se corre y se retira y otro atún rojo llama inmediatamente a la puerta de tus labios
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