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.Se me ocurrió que tal vez hubiera sido mejor quedarme con Elva hasta la llegada de los agentes y abandonarme en manos de la ley.Ahora era una fugitiva y la situación no me gustaba un pelo.La cara de Shana me vino de repente a la cabeza.A juzgar por su aspecto, la habÃan matado a palos y empotrado provisionalmente debajo del baño hasta que se presentara la oportunidad de deshacerse del cadáver.No era más que una suposición, pero puede que Elva hubiese subido a la colina aquella noche precisamente para eso.No sabÃa si creerme lo de la llamada telefónica.¿HabÃa matado ella a Shana Timberlake? ¿HabÃa matado también a la hija diecisiete años antes? ¿Por qué habÃa esperado tanto tiempo? ¿Y por qué a Ori Fowler? Si aceptaba que Elva era la responsable de todas las muertes, me resultaba imposible imaginar una pauta de conducta, una trama donde encajase la de Ori Fowler.¿Y si el objeto del telefonazo habÃa sido pillarme con las manos en la masa? Que yo supiera, sólo dos personas estaban al tanto de mi punto de destino, Jack Clemson y Bert.Volvà a hacer un alto.El terreno se inclinaba hacia abajo y me puse a escrutar lo que habÃa al fondo de una pendiente pronunciada.Vi la cinta grisácea de una carretera que seguÃa el contorno ondulado de la base de la colina.Ignoraba adónde conducÃa, pero si los polis eran listos llamarÃan a un par de coches para que patrullaran por allà con objeto de cortarme el paso.Me dispuse a bajar por la pendiente lo más aprisa que pude, corriendo unas veces, otras deslizándome de espaldas, precedida por una nube de tierra y guijarros.Mientras salvaba los últimos metros oà acercarse el aullido de las sirenas.Jadeaba de cansancio, pero no me atrevÃa a detenerme.Crucé la carretera a toda pastilla y llegué a la cuneta del otro lado en el momento en que el primer coche patrulla aparecÃa por la curva de medio kilómetro más allá.Me eché cuerpo a tierra y avancé reptando por entre los matojos.En cuanto me sentà segura tras unos árboles, me detuve para orientarme y me puse panza arriba.Sobre el banco de niebla que se aproximaba al fondo vi el reflejo de las farolas que flanqueaban la calzada de la calle del Océano.Floral Beach estaba a un paso.Por desgracia, entre el pueblo y yo se encontraban los protegidos terrenos de la refinerÃa de petróleo.Observé la tela metálica de casi tres metros de altura.En lo alto habÃan puesto alambre espinoso.No habÃa forma de saltarla.A lo lejos descollaban los depósitos cilÃndricos y pintados con tonos pastel como si fuese una colección de tartas de cumpleaños.Aún estaba lo bastante cerca de la carretera para oÃr el chirrido que producÃan los neumáticos de los patrulleros al tomar posiciones en el arcén.Los faros barrÃan la falda de la colina.Esperaba que los muy traidores no hubieran llevado perros consigo.Era lo que me faltaba.Repté hasta el pie de la tela metálica y me sujeté a ella para incorporarme.En plena noche, me era útil como orientación y como sostén.Más rótulos de aviso.HabÃa que llevar casco para circular por aquella zona.Mecachis, ¿dónde habrÃa dejado yo el mÃo? Me faltaba el aliento, sudaba a chorros, tenÃa las manos llenas de arañazos y por la nariz me salÃa de todo.El olor salado del océano era cada vez más fuerte y por lo menos me estimulaba.La cerca giró de pronto a la izquierda.Ante mà tenÃa un camino de tierra sembrado de desperdicios, probablemente un paseo donde las parejas se magreaban.No me atrevÃa a encender la linterna.Aún estaba en las colinas que habÃa por encima de Floral Beach, pero poco a poco me iba acercando al pueblo.Al cabo de unos trescientos metros vi que el camino era en realidad un callejón sin salida.Dios santo, ya sabÃa dónde estaba.En el terraplén que se alzaba junto al antiguo domicilio de Jean Timberlake.En cuanto llegase a la escalera de madera, bajarÃa hasta la puerta trasera de la casa y me esconderÃa.A mi derecha identifiqué la casa de vidrio y madera a la que habÃa llamado por la mañana.HabÃa luz encendida.Rodeé el edificio siguiendo el seto que me llegaba hasta la cintura y que señalaba el lÃmite de la propiedad.Al pasar ante la ventana de la cocina, vi que el individuo que estaba dentro me miraba sin pestañear.Me agaché y segundos más tarde caà en la cuenta de que el individuo en cuestión se encontraba seguramente ante el fregadero.Era evidente que el vidrio de la ventana reflejaba su imagen y ocultaba la mÃa.Eso esperaba al menos.Me erguà con cautela y eché un vistazo.Dwight Shales.Parpadeé mientras titubeaba.¿PodÃa fiarme de él? ¿Dónde estarÃa más segura? ¿En la casa con él o escondida en el edificio vacÃo de abajo? Joder, a la porra con las indecisiones.Necesitaba ayuda.Volvà sobre mis pasos, fui a la puerta principal y llamé al timbre.Vigilaba la calle mientras tanto por si aparecÃa de repente un coche patrulla.No tardarÃa en darse cuenta de que habÃa burlado el cerco.Y dado que los terrenos de la refinerÃa resultaban inaccesibles, la casa era el punto donde por lógica tenÃa yo que desembocar.Se encendió la luz del porche.Se abrió la puerta.Me volvà para mirarle de frente.—Dios mÃo, Kinsey.¿Qué le ha pasado?—Hola, Dwight
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