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.Seguramente, añade, muchos hombres habrÃan estado dispuestos a ayudarle, de haber tenido a tiempo noticia de ello.Pero en realidad, los hombres no se muestran en absoluto dispuestos a ahorrar a Castellio la más absoluta pobreza.Habrán de pasar años y años antes de que el desterrado obtenga una plaza sólo medianamente de acuerdo con su erudición y su superioridad moral.Por de pronto, ninguna Universidad le da trabajo.No se le ofrece ningún puesto de predicador, pues la dependencia polÃtica de las ciudades suizas con respecto a Calvino es ya demasiado grande como para que públicamente se atrevan a dar empleo al adversario del dictador de Ginebra.Con esfuerzo, el proscrito encuentra por fin un medio de ganarse la vida, el de corrector en la imprenta de Oporin, en Basilea.Pero el trabajo resulta insuficiente para alimentar mujer e hijos, y Castellio trata de juntar monedas trabajando también como preceptor, para asà poder mantener seis u ocho bocas.Aún habrá de vivir muchos años en una indecible, lamentable miseria cotidiana, una miseria que inhibe el alma y paraliza las fuerzas, antes de que por fin una Universidad se decida a emplear al erudito de formación universal, al menos como lector de griego.Pero tampoco este puesto, más honorÃfico que lucrativo, brinda a Castellio la libertad con respecto al eterno vasallaje.A lo largo de toda su vida, este gran erudito, calificado incluso por algunos como el más sabio de su tiempo, tendrá que seguir desempeñando una y otra vez humildes trabajos subalternos.Él mismo trabaja la tierra en su pequeña casa en los arrabales de Basilea.Y, como la labor que desempeña por el dÃa no basta para alimentar a la familia, se pasa la noche corrigiendo textos de imprenta, mejorando obras ajenas, traduciendo de todas las lenguas.Las páginas que, para ganarse el pan, transcribió del griego, del hebreo, del latÃn, del italiano y del alemán para el impresor de Basilea se cuentan por miles y miles.Pero esa privación de años y años únicamente podrá minar su cuerpo, su débil y sensible cuerpo, jamás la independencia y tenacidad de su alma orgullosa, pues en medio de ese trabajo servil e interminable Castellio no olvida en absoluto cuál es su verdadera tarea.Inquebrantable, continúa con la obra de su vida: la traducción de la Biblia al latÃn y al francés.Entre tanto, redacta publicaciones periódicas y escritos polémicos, comentarios y diálogos.No pasa un solo dÃa, ni una sola noche, en los que Castellio haya descansado.Este trabajador infatigable no conoció ni el placer de viajar, ni la gracia del esparcimiento, como tampoco la voluptuosa compensación de la fama o la riqueza.Pero este espÃritu libre prefiere ser siervo de la pobreza eterna, traicionar su propio sueño, antes que su conciencia independiente.Extraordinario ejemplo de esos héroes secretos del espÃritu que, sin que el mundo los vea, incluso en la oscuridad del olvido, luchan por lo que para ellos es sagrado: la inviolabilidad de la palabra, el derecho inalienable a la opinión propia.Sin embargo, aún no ha empezado el verdadero duelo entre Castellio y Calvino.Dos hombres, dos ideas se han mirado a los ojos y se han reconocido como enemigos irreconciliables.Para ambos resultaba imposible vivir aunque sólo fuera una hora en la misma ciudad, en el mismo espacio espiritual.Pero aun separados de forma definitiva, el uno en Basilea, el otro en Ginebra, se observan celosamente.Castellio no olvida a Calvino, ni Calvino a Castellio, y su silencio es sólo una espera hasta que llegue la palabra decisiva, pues discrepancias tan profundas, que no son simplemente opiniones distintas, sino un odio declarado entre una ideologÃa y otra, no pueden mantener la paz por mucho tiempo.La libertad espiritual no puede sentirse satisfecha a la sombra de una dictadura.Y una dictadura no puede gozar despreocupadamente de la vida, en tanto que un único hombre independiente siga en pie dentro de sus fronteras.Pero para que se produzca la descarga de las tensiones latentes se necesita siempre un pretexto.Sólo cuando Calvino enciende la hoguera para Servet, la palabra acusadora se enardecerá en labios de Castellio.Sólo cuando Calvino declara la guerra a cualquier conciencia libre, Castellio le retará a vida o muerte en nombre de la conciencia.EL CASO SERVETEn determinados momentos, la Historia escoge de entre las masas de millones que forman la humanidad una única figura, para resolver gráficamente con ella una disensión ideológica.En absoluto es necesario que ese hombre sea siempre un genio de primer orden.A menudo, el destino se conforma con sacar de entre muchos un nombre por completo fortuito, para inscribirlo de modo indeleble en la memoria de la posteridad.Tampoco Miguel Servet se convirtió en una personalidad memorable en virtud de un genio extraordinario, sino únicamente gracias a su terrible final.En este hombre singular los talentos se mezclan de modo muy diverso, aunque sin un orden afortunado: un intelecto enérgico, despierto, curioso y tenaz, pero que con luz muy tenue divaga de un problema a otro; un genuino deseo de encontrar la verdad, aunque incapacitado para la transparencia creativa
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