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.Para asegurarse, cuando con uno hubiera bastado para asesinarla.Barbara, con una mirada tensa, preocupada, le estaba preguntando:—¿Qué era, Mitch? ¿Qué era lo que se llevó?Su mujer estaba guapa.Se la veía limpia.Le gustaba aquella chaqueta y su pelo y los trazos oscuros que se extendían aquella mañana bajo sus ojos.Sabía que si la abrazaba sentiría la sensación familiar de su cuerpo y sabía que olería bien.Ella había visto al hombre y tal vez pudiera identificarlo.Podría entrar a formar parte de aquel asunto.En aquel mismo momento, sin saberlo, podía verse involucrada —otra mujer implicada por su culpa— y él no quería que lo estuviera mientras pudiese evitarlo.—El tipo se llevó mi revólver —dijo.—¿Estás seguro?—No está aquí.Se llevó mi revólver, mi abrigo viejo y tal vez alguna cosa más.De todos modos ella miraría el cajón cuando él se fuera.—Pero ¿por qué?—Hay gente que roba y necesita armas.En cuanto al abrigo, no sé, tal vez le gustó.Su mujer le miraba, escuchándole, analizando su manera de hablar.Manteniendo la tranquilidad, dijo:—Mitchell, no se lo llevó por eso.—No sé por qué.Sólo sé que ya no está.—Creo que sí lo sabes.Mitchell dudó, pero en ese mismo instante se dijo a sí mismo «¡No!».—Tengo que ir a la fábrica —dijo, y salió de la habitación.La voz de Barbara le siguió hasta el recibidor:—Mitch, dime qué pasa, por favor.Pero él ya había llegado a la escalera y bajó sin contestar.O’Boyle dijo:—Mitch, éste es Joe Paonessa.De la oficina del fiscal.—Notó el gesto de sorpresa en el rostro de Mitchell, les dio tiempo para que intercambiasen los saludos de rigor y dio una breve explicación—.Joe ha podido venir por los pelos, Mitch.Ha tenido la amabilidad de dedicarnos algo de su tiempo para hablar personalmente contigo y darte su punto de vista sobre tu situación.El hombre de la oficina del fiscal era más joven que Mitchell.Era calvo y llevaba un bigote pequeño.Sus ojos oscuros parecían soñolientos y su expresión era apacible.Pero Mitchell observó que su expresión no cambiaba.El hombre no sonrió.Apenas se levantó de su silla cuando se dieron la mano.O’Boyle bebía whisky con soda.El hombre de la oficina del fiscal tenía delante una taza de café.Estaba ya comiéndose la ensalada, atacándola con el tenedor en una mano y una rebanada de pan francés, abundantemente untada de mantequilla, en la otra.Mitchell pidió una Bud.—Nunca había estado aquí —dijo Paonessa—.No vengo muy a menudo a la zona cara de la ciudad.—Yo tampoco había venido nunca —dijo Mitchell.—Al mediodía tiene mucho éxito —comentó O’Boyle—.De hecho, creo que está más lleno ahora que por la noche.Ahí acabaron los prolegómenos.—La mayoría de las situaciones como la suya —dijo Paonessa— no llegan hasta nosotros.No nos enteramos porque sus protagonistas están demasiado avergonzados para contárselo a nadie.Normalmente es como el juego de Murphy.Pillan al individuo con una puta y él paga para que no le corten las pelotas.Naturalmente, no va a ir a la policía a contarles que estaba con una puta y a arriesgarse a que se entere su mujer.—Yo no estaba con ninguna puta.—En su caso —siguió Paonessa—, lo importante es la cantidad de dinero que se maneja.No es un simple caso de Murphy.Usted está cargado, y ellos lo saben.O paga o le joden.Tal vez puedan hacerlo, no lo sé.Al menos pueden decirle a su mujer que ha estado usted viendo a esa puta, y eso podría bastar para amargarle la vida hasta cierto punto.Tampoco sé si eso es así, ni si usted puede permitirse el lujo de pagar para mantener alejada a esa gente.Dice Jim que es un respetable hombre de negocios y que no había tenido líos antes.Bueno, le tomo la palabra.Aunque sé de muchos respetables hombres de negocios que sí son unos pendones.—Acabó la ensalada y empezó a rebañar el plato con el pan—.Lógicamente, usted no quiere pagarles.Vale, pero ellos no van a dejarle escapar, ¿no? Délo por hecho.Le han cogido en algo sucio.Le pescaron metiendo su cosa en un agujero que no le corresponde.Usted quiere que su secreto lo siga siendo.Así que digamos que está seguro de que va a salir de ésta.De hecho, ellos deben de sentirse igual.Tiene que conseguir que piensen que han hecho un negocio con usted; si no, nunca podremos cogerlos, la policía nunca sabrá quiénes son.Ellos le dicen: «Quedamos en tal sitio a tal hora con el dinero».O le dicen que deje el dinero en tal y cual sitio.La policía puede seguirle, o instalar un micrófono oculto para registrar sus voces o cualquier otra información que pueda ser útil, o esperar en el lugar y pillarles cuando vayan a recoger el dinero.En otras palabras, la única forma de cogerlos es que usted pague o haga como que paga, echarles el anzuelo para que salgan a la vista.Veamos qué vamos a comer.—Abrió la carta grande de color rojo, sujeta a la funda por una borla granate.—O no les pago —dijo Mitchell.—Eso depende de usted —contestó Paonessa.Sus ojos recorrieron el menú.O’Boyle miró a Mitchell antes de dirigirse al hombre de la oficina del fiscal:—Joe, lo que Mitch pregunta es si, en caso de que no les pague, y ha considerado esa posibilidad, pueden hacer algo contra él.Ya le ha explicado a su mujer lo de la chica.Paonessa alzó la mirada, sin alterar su expresión apacible.—¿Ah, sí? ¿Se lo contó? ¿Y ella qué dijo?—No creo que eso tenga nada que ver con los tipos que me están chantajeando —dijo Mitchell—.Se lo he dicho a mi mujer, vale, pero aun así me gustaría que los pescaran.La mirada de Paonessa estaba de nuevo concentrada en la carta.—En ese caso tendrá que pagarles, o hacer como que paga.—Es la única manera, ¿no?—Salvo que pueda identificarlos —dijo Paonessa—.Rellene la ficha y veremos qué podemos hacer.No sé, Jim, me parece que voy a pedir el solomillo a la New York.¿Qué tal lo hacen, bien?Antes de que O’Boyle pudiera contestar, Mitchell preguntó:—¿Y si volvieran a ponerse en contacto conmigo? Quiero decir, si salen con algo nuevo.Paonessa mantuvo la mirada fija en la carta.O’Boyle inquirió:—¿Qué quieres decir, Mitchell?—Por ejemplo, que me amenazasen con matar a la chica si no pago.—Eso se llama extorsión —dijo Paonessa—.Eso ya es otra cosa.O’Boyle siguió mirando a Mitchell.—¿Has vuelto a hablar con ellos?—He dicho «si me amenazasen».¿Qué pasaría?Paonessa frunció el ceño:—La situación es la misma.Extorsión o secuestro: preparan un encuentro o un lugar en el que efectuar el pago, y la policía tiene que basarse en eso.Mitchell esperó y bebió un trago de su cerveza.—¿Y si ya la hubiesen matado?—¿Y si? —dijo Paonessa—.Aun así intentarían negociar con usted.No irían a matar a la chica por nada.—Pero ¿y si se las arreglan para que pague? Lo consiguen de alguna manera y luego nadie vuelve a verlos y se las piran con el dinero.Paonessa le volvió a mirar con su expresión muerta.—Le voy a decir una cosa [ Pobierz całość w formacie PDF ]