[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Si llamaban de fuera para hablar con un empleado, Darcy tomaba nota del día, la hora, el nombre de quien llamaba, su teléfono, y ponía una cruz junto a cualquiera de las tres posibilidades que figuraban a la derecha: «Llamar», «Volverá a llamar», «Recado».A continuación se rasgaba la hoja superior y se entregaba al destinatario.Darcy empezó a mirar a partir del 1 de diciembre.No tardamos en dar con ella.Cotejando las llamadas que había recibido Andy con las páginas de su calendario de mesa, vimos que había una persona que daba un número de teléfono, pero ningún nombre, y cuyas llamadas se producían siempre un par de días antes de las citas consignadas por aquél en el calendario… en el caso de que, efectivamente, fuesen citas.—¿Tenéis aquí guía telefónica? —pregunté—.Me refiero al tomo ordenado por números.—Creo que no.Antes sí, pero hace meses que no lo veo.—Yo tengo el del año pasado en el despacho.Vamos a comprobar a qué abonado pertenece este número.Esperemos que no sea una empresa.Saqué las llaves del bolso al tiempo que echaba a andar delante de Darcy.¿No tenías que haber devuelto las llaves? —dijo en tono de reproche.—¿De veras? No lo sabía.Abrí la puerta, me dirigí al archivador y saqué el tomo de los números del cajón de abajo.El número, por lo menos durante el año anterior, estaba a nombre de una persona apellidada Wilding, Lorraine Wilding.—¿Crees que es ella? —preguntó Darcy.—Sé cómo averiguarlo —dije.La calle en que vivía la abonada estaba sólo a un par de manzanas de mi casa, hacia la playa.—¿Seguro que estás bien? En tu estado, no creo que te convenga ir correteando por ahí.—Tranquila, estoy perfectamente —dije.No estaba tan radiante, la verdad sea dicha, pero tampoco quería poner a descansar esta cosa redonda que tengo sobre los hombros hasta haber solucionado unas cuantas incógnitas.Había abierto el grifo de la adrenalina (una fuente de energía nada despreciable) y cuando se me acabara, como es natural, estaría hecha una mierda; pero, mientras tanto, lo mejor era estar en movimiento.Capítulo 18Dije a Darcy que se marchara.Cuando se trata de hablar con la gente, prefiero actuar sola, sobre todo si no sé muy bien con quién voy a vérmelas.Es más fácil entenderse con los demás cuando no hay público delante; queda más espacio para la improvisación y más espacio para negociar.El edificio era de estilo colonial español y seguramente se remontaba a los años treinta.El tejado de tejas rojas había adquirido el color del óxido y el yeso se había vuelto de un tono cremoso.En la parte delantera había macizos de picudas Strelitzias.Un pino enorme, de unos veinte metros de alto, cobijaba el jardín entero con su sombra.Las buganvillas crecían a lo largo de los aleros y sus racimos de flores purpúreas se descolgaban por las cañerías igual que la guajaca.Todas las contraventanas eran de madera pintada de marrón oscuro.Hacía frío en el soportal, que olía a tierra húmeda.Llamé al apartamento D.Aunque no había visto el coche de Andy en la calle, cabía la posibilidad de que estuviera en la casa.No sabía qué iba a decir si él me abría la puerta.Eran casi las seis, los vecinos ya preparaban la cena y el pasillo olía a cebolla, apio y mantequilla.Se abrió la puerta y me quedé de piedra.La mujer que tenía ante mí era la ex esposa de Andy.—¿Janice? —dije, con incredulidad.—No, yo soy Lorraine —dijo—.Usted busca a mi hermana.Nada más abrir la boca empezó a difuminarse el parecido.No tendría menos de cuarenta y cinco años y los encantos comenzaban a marchitársele.Tenía el pelo rubio de Janice y el mismo mentón puntiagudo, pero sus ojos eran mayores y la boca más generosa.Lo mismo le pasaba al cuerpo.Tenía mi estatura, pero unos cinco kilos más y estaba claro dónde se le habían acumulado.Se había pintado de negro los ojos castaños y se había puesto unas pestañas postizas tan espesas que parecían brochas.Vestía un pantalón corto de sarga muy ceñido y una camiseta corta y ajustada.En otra época había tenido las piernas bonitas, pero los músculos habían adquirido ese aspecto fibroso que produce la falta de ejercicio.Tenía la piel bronceada, pero con esa uniformidad que sólo se obtiene en los institutos de belleza: las playas eléctricas.Andy tenía que estar en la gloria.Hay hombres que se enamoran siempre del mismo tipo de mujer, aunque las similitudes no se vean a simple vista.Lorraine y Janice se parecían como dos gotas de agua.La diferencia estribaba en que todo lo que Lorraine tenía de voluptuoso, la antigua señora de Motycka lo tenía de mezquino, encogido y seco [ Pobierz całość w formacie PDF ]