[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.* * *El adivinoY vi venir{247} una gran tristeza sobre los hombres.Los mejores se cansaron de sus obras.Una doctrina se difundió, y junto a ella corría una fe: “¡Todo está vacío, todo es idéntico, todo fue!{248}Y desde todos los cerros el eco repetía: “¡Todo está vacío, todo es idéntico, todo fue!”Sin duda nosotros hemos cosechado: mas ¿por qué se nos han podrido todos los frutos y se nos han ennegrecido? ¿Qué cayó de la malvada luna la última noche?Inútil ha sido todo el trabajo, en veneno se ha transformado nuestro vino, el mal de ojo ha quemado nuestros campos y nuestros corazones, poniéndolos amarillos.Todos nosotros nos hemos vuelto áridos; y si cae fuego sobre nosotros, nos reduciremos a polvo, como la ceniza: aún más, nosotros hemos cansado hasta al mismo fuego.Todos los pozos se nos han secado, también el mar se ha retirado.¡Todos los suelos quieren abrirse, mas la profundidad no quiere tragarnos!«Ay, dónde queda todavía un mar en que poder ahogarse”: así resuena nuestro lamento - alejándose sobre ciénagas planas.En verdad, estamos demasiado cansados incluso para morir; ahora continuamos estando en vela y sobrevivimos - ¡en cámaras sepulcrales!»Así oyó Zaratustra hablar a un adivino,{249} y su vaticinio le llegó al corazón y se lo transformó.Triste y cansado iba de un sitio para otro; y acabó pareciéndose a aquellos de quienes el adivino había hablado.En verdad, dijo a sus discípulos, de aquí a poco{250} llegará ese largo crepúsculo.¡Ay, cómo salvaré mi luz llevándola al otro lado!¡Que no se me apague en medio de esta tristeza! ¡Debe ser luz para mundos remotos e incluso para noches remotísimas!Contristado de este modo en su corazón iba Zaratustra de un lado para otro; y durante tres días no tomó bebida ni comida, estuvo intranquilo y perdió el habla.Por fin ocurrió que cayó en un profundo sueño.Mas sus discípulos estaban sentados a su alrededor, en largas velas nocturnas, y aguardaban preocupados a ver si se despertaba y recobraba el habla y se curaba de su tribulación.Y éste es el discurso que Zaratustra pronunció al despertar; su voz llegaba a sus discípulos como desde una remota lejanía.¡Oídme el sueño que he soñado, amigos, y ayudadme a adivinar su sentido!Un enigma continúa siendo para mí este sueño; su sentido está oculto dentro de él, aprisionado allí, y aún no vuela por encima de él con alas libres.Yo había renunciado a toda vida, así soñaba.En un vigilante nocturno y en un guardián de tumbas me había convertido yo allá arriba en el solitario castillo montañoso de la muerte.Allá arriba guardaba yo sus ataúdes: llenas estaban las lóbregas bóvedas de tales trofeos de victoria.Desde ataúdes de cristal me miraba la vida vencida.Yo respiraba el olor de eternidades reducidas a polvo: sofocada y llena de polvo yacía mi alma por el suelo.¡Y quién habría podido airear allí su alma!Una claridad de medianoche me rodeaba constantemente, la soledad se había acurrucado junto a ella; y, como tercera cosa, un mortal silencio lleno de resuellos, el peor de mis amigos.Yo llevaba llaves, las más herrumbrosas de las llaves; y entendía de abrir con ellas la más chirriante de todas las puertas.Semejante a irritado graznido de cornejas corría el sonido por los largos corredores cuando las hojas de la puerta se abrían: hostilmente chillaba aquel pájaro, no le gustaba ser despertado.Pero más espantoso era todavía y más oprimía el corazón cuando de nuevo se hacía el silencio y alrededor enmudecía todo y yo estaba sentado solo en medio de aquel pérfido callar.Así se me iba y se me escapaba el tiempo, si es que tiempo había todavía: ¡qué sé yo de ello! Pero finalmente ocurrió algo que me despertó.Por tres veces resonaron en la puerta golpes como truenos, y por tres veces las bóvedas repitieron el eco aullando: yo marché entonces hacia la puerta.¡Alpa!, exclamé, ¿quién trae su ceniza a la montaña? ¡Alpa! ¡Alpa! ¿Quién trae su ceniza a la montaña?Y metí la llave y empujé la puerta y forcejeé.Pero no se abrió ni lo ancho de un dedo:Entonces un viento rugiente abrió con violencia sus hojas: y entre agudos silbidos y chirridos arrojó hacia mí un negro ataúd:Y en medio del rugir, silbar y chirriar, el ataúd se hizo pedazos y escupió miles de carcajadas diferentes.Y desde mil grotescas figuras de niños, ángeles, lechuzas, necios y mariposas grandes como niños algo se rió y se burló de mí y rugió contra mí.Un espanto horroroso se apoderó de mí: me arrojó al suelo.Y yo grité de horror como jamás había gritado.Pero mi propio grito me despertó: y volví en mí.Así contó Zaratustra su sueño,{251} y luego calló: pues aún no sabía la interpretación de su sueño.Pero el discípulo al que él más amaba{252} se levantó con presteza, tomó la mano de Zaratustra y dijo:«¡Tu vida misma nos da la interpretación de ese sueño, Zaratustra!¿No eres tú mismo el viento de chirriantes silbidos que arranca las puertas de los castillos de la muerte?¿No eres tú mismo el ataúd lleno de maldades multicolores y de grotescas figuras angelicales de la vida?En verdad, semejante a mil infantiles carcajadas diferentes penetra Zaratustra en todas las cámaras mortuorias, riéndose de esos guardianes nocturnos y vigilantes de tumbas, y de todos los que hacen ruido con sombrías llaves.Tú los espantarás y derribarás con tus carcajadas; su desmayarse y su volver en sí demostrarán tu poder sobre ellos
[ Pobierz całość w formacie PDF ]