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.A continuación, atrapada en la corriente térmica del flujo de lava, se elevó aleteando como un pájaro en llamas.Una ráfaga de calor invadió a los ocupantes de la balsa.La gente empezó a gritar.Kabe se vio obligado a lanzarse hacia atrás para evitar ser alcanzado por una de las lanzas colgantes de roca.Sintió que algo cedÃa bajo él; se oyó un ruido seco y otro grito.La balsa salió despedida desde el túnel y cayó en un amplio cañón de escarpados precipicios cuyos oscuros filos de basalto quedaban iluminados por la gran corriente de lava que fluÃa entre ellos.Kabe volvió a incorporarse.La mayor parte de los seres humanos se lanzaba o pulverizaba agua después de la última explosión de calor; muchos habÃan perdido el cabello, algunos estaban sentados o tumbados, con aspecto chamuscado pero despreocupado, con los ojos fijos hacia el frente, como en estado de éxtasis.Una pareja permaneció sentada en el fondo de la balsa, gritando a pleno pulmón.—¿Era tu pierna? —preguntó Kabe al hombre que estaba sentado detrás de él.—Sà —respondió este, sujetándose la extremidad con una mueca de dolor—.Creo que está rota.—SÃ, yo también lo creo.Lo siento mucho.¿Puedo hacer algo por ti?—Intenta no volver a lanzarte asà hacia atrás.Al menos, no cuando yo esté aquÃ.Kabe miró hacia delante.El rÃo de lava anaranjada se alejaba serpenteando entre las paredes del cañón.Ya no se veÃan más túneles de lava.—Creo que puedo garantizártelo —repuso—.Lo siento mucho.Me dijeron que debÃa sentarme en el centro de la balsa.¿Puedes moverte?El hombre se deslizó hacia atrás con ayuda de una mano y arrastrando las nalgas, sin dejar de sujetarse la pierna.Los demás empezaron a tranquilizarse.Algunos todavÃa gritaban, pero uno de ellos dijo que todo iba bien, que ya no habÃa más túneles de lava.—¿Estás bien? —preguntó una de las hembras al hombre de la pierna rota.Su chaqueta todavÃa humeaba.No tenÃa cejas, y su cabello rubio era encrespado y le faltaban mechones enteros.—Está rota.Sobreviviré.—Ha sido culpa mÃa —explicó Kabe.—Buscaré una tablilla.La mujer se acercó a una especie de consigna que habÃa en la popa de la embarcación.Kabe echó un vistazo a su alrededor.OlÃa a pelo quemado, a ropa sucia y a carne humana chamuscada.Vio que algunos de los pasajeros tenÃan parches descoloridos en el rostro, y que otros mantenÃan las manos sumergidas en cubos de agua.La pareja que estaba agachada seguÃa chillando.Los que no habÃan sufrido daños se reconfortaban entre ellos, con las caras estriadas por lágrimas, iluminadas por el reflejo de la luz en las oscuras paredes de los precipicios.Hacia arriba, centelleando con fuerza en el negro cielo, la nova de Portisia los miraba atentamente.Y se supone que esto es divertido, pensó Kabe.—¿Y se vuelve todavÃa más ridÃculo?—¿Qué? —gritó alguien desde la balsa— ¿Los rápidos?—No.Alguien empezó a sollozar de forma histérica.—Ya he visto bastante.¿Le parece?—Totalmente.Con una vez, creo que ya ha sido suficiente.(Fin de la grabación).'Kabe y Ziller se encontraban frente a frente en una gran estancia de elegante decoración, iluminada por una dorada luz solar que se colaba a través del balcón abierto, disimulado a su vez entre las ondeantes ramas de una gran planta azulada.Una mirÃada de tenues tiras de sombras se movÃa sobre las mullidas alfombras de estampados abstractos y revoloteaba en silencio sobre los grabados de los aparadores de madera, los robustos muebles y los sofás tapizados.Tanto el homomdano como el chelgriano llevaban dispositivos que parecÃan cascos protectores de dudosa efectividad, o chillona bisuterÃa ornamental para la cabeza.Ziller resopló:—Estamos ridÃculos.—Tal vez por esa razón la gente recurre a los implantes.Ambos se retiraron los dispositivos.Kabe, sentado en una elegante chaise longue de aspecto ligero, con profundos huecos y diseñada especialmente para trÃpedos, apartó los auriculares a un lado.Ziller, enroscado en un amplio sofá, dejó los suyos en el suelo.Parpadeó un par de veces y luego buscó su pipa en uno de los bolsillos del chaleco.Llevaba unos pantalones ajustados de color verde pálido y una coraza esmaltada en las ingles.El chaleco era de piel, con joyas incrustadas.—¿Eso cuándo fue? —preguntó.—Hará unos ocho dÃas.—La Mente del Centro tenÃa razón.Están todos bastante locos.—Y, a pesar de todo, la mayorÃa de ellos ya habÃa practicado antes el rafting sobre lava, y lo habÃa pasado igual de mal.He consultado los datos, y, excepto tres de los veintitrés humanos que acaba de ver, todos lo han vuelto a hacer.—Kabe cogió un almohadón y empezó a juguetear con sus flecos—.Aunque hay que decir que dos de ellos han experimentado una muerte corpórea temporal al volcar su canoa, y una de ellas, una unitemporal o Desechable, murió aplastada al practicar escultura de glaciares.—¿Murió del todo?—Del todo y para siempre.Recuperaron el cuerpo y oficiaron un funeral.—¿Edad?—TenÃa treinta y un años estándar.Apenas una adulta.Ziller chupó su pipa.Miró a través del balcón.Se encontraban en una gran casa situada en una finca de las colinas Tirianas, en Osinorsi Inferior, la plataforma siguiente a favor del giro galáctico a la de Xaravve.Kabe compartÃa la casa con una gran familia de humanos, de unos dieciséis miembros, dos de ellos niños.HabÃan levantado una nueva planta solo para él.A Kabe le gustaba la compañÃa de los humanos y sus pequeños, aunque se dio cuenta de que era menos gregario de lo que pensaba.HabÃa presentado al chelgriano a los otros seis presentes que deambulaban por la casa, que le enseñó de punta a punta.Desde las ventanas y los balcones en pendiente, y desde el tejado ajardinado, se veÃan, cerniéndose sobre las llanuras, los precipicios de la cordillera que conducÃa al Gran RÃo de Masaq hasta el profundo jardÃn de la plataforma Osinorsi Inferior.Estaban esperando al dron E.H.Tersono, que se dirigÃa allà para comunicarles lo que él mismo habÃa definido como importantes noticias.—Creo recordar —dijo Ziller— que he afirmado estar de acuerdo con el Centro en que todos están bastante locos, y usted ha empezado una frase con un «a pesar de todo».—Entonces, frunció el ceño—
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