[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.—¿Vio usted al asesino?—Pues…—¿Era uno de esos melenudos?—Nooo…—¿Seguro que no era un melenudo? ¿No iba vestido de cualquier manera, pues?—Puede que un poco desarreglado, no lo vi muy bien, pero llevaba americana.El mozo fue requerido en la cocina y se alejó.Paulsson empezó a elucubrar.Para alguien que normalmente llevase pelo largo y barba, y téjanos y una trinchera raÃda, lo más fácil del mundo era disfrazarse; bastaba cortarse el pelo, afeitarse, ponerse un traje, y nadie le reconocerÃa.El problema era que después tardarÃa un tiempo en recobrar su aspecto original, y entonces serÃa más fácil buscarle.Paulsson quedó muy aliviado con su conclusión.Por otro lado, habÃa muchos de esos extremistas de izquierda que parecÃan personas normales; eso lo habÃa podido comprobar numerosas veces vigilando manifestaciones en Estocolmo, y le habÃa puesto siempre de mal humor, porque los que llevaban un mono azul con grandes pegatinas de Mao en el pecho eran fáciles de identificar, aunque no formaran grupo, pero lo que complicaba el trabajo eran aquellos miserables que andaban derechos, aseados y con trajes limpios, con un maletÃn lleno de octavillas y proclamas.Claro que tenÃan la ventaja de que no pringaban, pero, aun asÃ, eran un fastidio.Él maître se acercó a su mesa.—¿Le ha gustado? —le preguntó.Era bajito, llevaba el cabello engominado y tenÃa un brillo de humor en la mirada.Por lo menos parecÃa más despierto y locuaz que el mozo.—Estupendo, gracias —dijo Paulsson.Entonces decidió abordar rápidamente el tema.—Hace un momento estaba pensando en eso que ocurrió el miércoles.¿Estaba usted aquÃ?—SÃ, aquella noche estaba de turno.Es un asunto horroroso, y todavÃa no han cogido al que disparó.—¿Lo vio usted?—Hombre, fue todo tan rápido… Cuando entró, yo no estaba en el comedor; yo entré cuando ya habÃa disparado, o sea que le vi entre sombras, pudiéramos decir.Paulsson tuvo una idea luminosa:—¿No serÃa de color?—¿Perdón?—SÃ; bueno, negro quiero decir.¿No serÃa negro?—No.¿Por qué habÃa de ser negro? —dijo el maître con una cara de sorpresa total.—Hombre, hay negros la mar de claros, como usted sabe; negros que nadie dirÃa que lo son, a menos que se acerquen mucho.—Ah, pues yo no sabÃa nada de esto.Hubo quien lo vio mucho mejor que yo, y supongo que si hubiera sido negro, lo hubieran notado y lo hubieran dicho.No, no; no creo que fuese negro.—No, ya comprendo.Pero se me habÃa ocurrido.La velada del sábado la pasó Paulsson en el bar, donde consumió una gran variedad de bebidas sin alcohol.Cuando iba por la sexta, un Pussyfoot, el barman, que no solÃa sorprenderse por nada, empezó a mosquearse.El domingo por la tarde el bar estaba cerrado y Paulsson permaneció en el vestÃbulo.Remoloneó cerca del mostrador de recepción, pero el recepcionista parecÃa muy ocupado hablando por teléfono, tomando notas, ayudando a los huéspedes y saliendo de vez en cuando de estampida a solucionar urgencias, con los codos en alto y la cola del chaqué revoloteándole por detrás.Por fin Paulsson pudo cruzar cuatro palabras con él, pero no obtuvo ningún refuerzo para sus teorÃas.El recepcionista negó categóricamente que aquel hombre fuera negro.Paulsson terminó la jornada tomando en el grill un bistec empanado.Allà el público era sensiblemente más joven y polÃglota que en el comedor, asà que se entretuvo escuchando unas cuantas conversaciones interesantes en las mesas más cercanas.En la contigua a la de Paulsson, dos hombres y una chica charlaban sobre cosas de las que no entendÃa nada, pero en un momento dado se refirieron al asesinato de Viktor Palmgren.El más joven de los dos hombres, un pelirrojo con el cabello largo y una barba florida, expresaba su desprecio por el muerto y su admiración por el homicida.Paulsson estudió a fondo su aspecto y lo retuvo en su mente.Al dÃa siguiente era lunes, y Paulsson decidió extender sus investigaciones hasta Lund.En esta ciudad habÃa estudiantes, y donde hay estudiantes hay también elementos de extrema izquierda.En la habitación tenÃa largas listas de nombres de personas de Lund susceptibles de albergar ideas disolventes.Por la tarde cogió el tren hacia la ciudad universitaria, en la que no habÃa estado nunca, y deambuló por allà observando a los estudiantes.HacÃa más calor que nunca, y Paulsson sudaba a mares dentro de su traje a cuadros.Se acercó a la universidad, que parecÃa rendida y muerta bajo el sol abrasador, y en ella no parecÃa mantenerse ningún tipo de actividad revolucionaria.Paulsson recordó una fotografÃa en la que habÃa visto a Mao nadando en el Yang Tse Kiang, y pensó que los estudiantes de Lund a lo mejor estaban en el rÃo Höje emulando a su lÃder.Paulsson se quitó la chaqueta y fue a visitar la catedral, y se sorprendió de que la famosa Jätten Finn fuera tan pequeña.Compró una postal con su imagen para enviársela a su mujer.De regreso de la catedral vio un cartel anunciando un guateque organizado por la Asociación Académica.Paulsson decidió acudir, pero como era muy pronto todavÃa, pensó en algo para pasar el dÃa.Recorrió de arriba abajo la ciudad vacÃa por las vacaciones, pasó bajo los enormes árboles de Stadsparken, transitó por los senderos arenosos del jardÃn botánico y, de repente, descubrió que tenÃa hambre.Fue al Storkälleren y tomó el menú del dÃa
[ Pobierz całość w formacie PDF ]